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Garoña no es más que el síntoma, muy evidente eso sí, del mal que aqueja a la política energética en nuestro país, que no es otro que un alarmante déficit de planificación que amenaza con devenir en crónico, y que deteriora exponencialmente los márgenes de competitividad de nuestra economía a medida que el resto de países de nuestro entorno van consolidando sus procesos de transición y definiendo las características de su dieta energética en el horizonte 2050 con sus hitos intermedios 2030 y 2040.

El Acuerdo del Clima de París ha servido muy especialmente para dar carta de globalidad, sustentada mediante un instrumento vinculante, a las razones ambientales que aconsejan cuantificar y acelerar muchas de las decisiones que ya venían formando parte de las políticas de países y de empresas en relación con sus estrategias energéticas, que incorporaban cálculos de rentabilidad y de oportunidad a la vista de la evidencia declinante de las reservas de recursos fósiles y del cualitativo salto en la curva de aprendizaje de las llamadas energías renovables.…  Seguir leyendo »