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El año pasado, una media de diez personas al día se suicidaron en España: desde adolescentes como Zulima, que recurrió al bote de pastillas de su abuela; a personas maduras como Miguel Blesa, que se destrozó el corazón con una escopeta de caza. La soledad que lleva a la depresión, la depresión que lleva a la soledad… Bucear en las causas de un suicida es sumergirse en abismos a veces insondables.

Decía el poeta francés Edmond Jabès que solo un ahogado sabría hablar del río. Sumergiéndome en las páginas que Virginia Woolf escribió en Las olas, encontré a Bernard (“nos hundiremos como nadadores… a través del aire verde de las hojas… las olas nos cubren”); encontré a Rhoda (“quiero salir de estas aguas.…  Seguir leyendo »

Si algo ha traído la modernidad, la eclosión de la razón, la edad del conocimiento, es el buen gusto de repudiar la muerte, la innegociable certeza del mérito de la vida (y el propio mérito ante ella) y la asunción del deber de no morirse en forma de mandamiento, al fin bien formulado, que convierte la vida en derecho y la mortalidad en engorro, por eso es preceptivo protegerse de tal incomodidad con la voluntad avisada y la elemental buena fe de impedir que la muerte, tan anacrónica, nos sobrevenga, sea en forma de accidente, de contratiempo o de encantadora sorpresa, y si el modo de alejarla es ilegalizarla, sea, y si el modo de ahuyentarla es prohibirla, venga, y si el modo de conjurarla es tirar sobre ella un cubo de pintura, amén a cualquier providencia con tal de que se dicte enseguida, con el ánimo exaltado, ahora, ya, ya mismo, lo importante es encontrar a quien culpar cuando, a pesar de nuestros desvelos, lo imposible suceda, no asumir su inevitabilidad y buscar la explicación que ahogue cuanto antes la irrelevante verdad y erija un relato catártico, racionalizador, policial, explicativo, que mande a los sospechosos al exilio y esconda bajo la moqueta o bajo llave los cabos sueltos, aislados de la zozobra de los niños y las ancianas, incapaces de enfrentar una realidad que ha de modelarse con fines sociales para que nuestra nación, responsable y autárquica, dispuesta en todo momento a sacrificarse a sí misma para preservar al menos su idea, encuentre las respuestas que otras naciones no encuentran y enfrente como es debido el dolor de ignorarse, por eso es importante prohibir que los pilotos de avión se estrellen, para que no se estrellen, y saber de inmediato qué ha pasado –si pasa– para hacer, por ejemplo, cualquier cosa, porque, si algo sale mal, es deber del legislador reaccionar a tiempo, averiguar si hizo calor y prohibir el sol, averiguar qué se vestía y prohibir la ropa, y si hasta ahora dos pilotos eran suficientes para negar la gravedad con garantías, es hora de atender la llamada de la vida, sagrada, inmarcesible, y exigir la presencia de tres, hasta que uno de ellos se suicide y podamos subir la apuesta a cuatro: uno para que pilote, otro para que el primero no se duerma, otro para llevar el orinal y un cuarto para que desarrolle las tendencias suicidas, ya en minoría, con una puerta que resista el terrorismo pero no el hacha y una cadenita en la puerta para disuadir sin evitar, en busca del aristotélico punto medio, fuente de dicha, por eso el maquinista de Santiago debió llevar otro compañero, porque la solución es sumar uno a los timoneles en concurrencia, por eso Lincoln debió dejarse acompañar por otro presidente al teatro y por eso los camiones de transporte de mercancías peligrosas deberían tener un mínimo de dos suicidas al mando –con dos volantes–, por si un conductor está muy loco, para intimidar al otro loco, y lo mismo para los tranvías, los taxis, las motos y los dirigibles, por si embisten contra la gente desafiando el orden, y por eso cada vehículo particular del planeta, cada Peugeout 308 y cada Renault Twingo azul cielo, atendiendo a su peso, sus dimensiones y su vocación letal, debe subordinar su circulación al aval de un mínimo de ocupantes (sometidos a diario test psicológico) que garantice un itinerario paralelo al de la carretera, porque, ¿y si uno de ellos se desmaya?,…  Seguir leyendo »

"I just want to die.” How often I have heard that phrase uttered as a way to ask “would I be better off dead?”, to seek reassurance and support, to express fears, or even just to open a conversation on how death will occur. I have seen people who were firm supporters of euthanasia when well who struggle to stay alive against all the odds when dying. And I have often heard people go on to say that they never believed their final days could be so rich and full of love.

When I look at the patients I have seen over the past few months — some suffering from cancer, some with neurological disease, some with chronic conditions — I wonder how they fit into the categories specified by Keir Starmer, the Director of Public Prosecutions, yesterday in his explanation of the law on assisted suicide.…  Seguir leyendo »