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En España –no se sabe por qué– se ejerce una estricta censura sobre unos hechos luctuosos como son los suicidios, y también sobre los nombres de ciertas dolencias físicas o mentales («murió tras una larga enfermedad», suele leerse). Sin embargo, la psiquiatría, la sociología (comenzando por el clásico, «El suicidio», de Émile Durkheim) y la literatura se han ocupado a fondo del suicidio.

Los literatos no sólo han escrito sobre él, también lo han practicado: Virginia Stephen padecía una psicosis maniacodepresiva que la condujo a meterse en un río con piedras en los bolsillos del abrigo. Mariano José de Larra, sin haber cumplido los treinta años años, una mala mañana se puso delante del espejo y en lugar de afeitarse la barba se pegó un tiro con una pistola, privándose él y privando a los demás de una vida creadora.…  Seguir leyendo »