A 20 años de la fundación de Izquierda Unida

Francisco Frutos es secretario general del PCE y fue candidato de IU a la Presidencia del Gobierno en 2000. (EL MUNDO, 27/04/06):

«Todo es posible menos lo imposible. Que Izquierda Unida haga todo lo posible y no permita que le pidan lo imposible. Porque lo imposible es que uno deje de ser quien es, si no lo quiere»

José Saramago, periódico Voces (febrero de 2000).

El 27 de abril de 1986 varios partidos políticos -el mayor de ellos el PCE- y distintas personalidades impulsamos la creación de Izquierda Unida. El nacimiento de aquella coalición electoral de cara a las inminentes elecciones generales se enmarcó en la aguda crisis del Partido Comunista (cuya cima fue la hecatombe electoral del 28 de octubre de 1982), pero también en su fértil tradición unitaria y en la inmensa movilización popular para que quienes habían prometido «OTAN, de entrada no» retiraran efectivamente a España de la Alianza Atlántica.

Además, a la altura de 1986, el Gobierno socialista había defraudado las esperanzas de un cambio real desde la izquierda y no sólo por su alineamiento con Washington en la escena internacional, sino también por sus políticas económicas liberales que inspiraron la severa reconversión industrial, la exaltación de los valores del enriquecimiento rápido y el culto al éxito que sembraron la semilla de la corrupción o los casos terribles de terrorismo de Estado bajo las siglas del GAL.

Muy pronto Izquierda Unida se convirtió en un referente para la izquierda transformadora mundial y todos sus miembros, en especial los del PCE, apostaron por su evolución de coalición electoral a un movimiento político y social que luchara por construir una alternativa a las políticas neoliberales, en defensa de los derechos sociales conquistados por el movimiento obrero y, más allá, con el anhelo, inseparable de la izquierda consecuente, de construir el socialismo, en unos años en los que por cierto la Unión Soviética se desmoronaba.

Desde entonces, trabajamos codo con junto con los compañeros de Comisiones Obreras y UGT por el éxito de la histórica huelga general del 14 de diciembre de 1988 y de todas las posteriores; coincidimos con el movimiento internacionalista en el apoyo a la Nicaragua sandinista, al FMLN salvadoreño o a los zapatistas de Chiapas; y hoy participamos en los foros sociales alumbrados por el movimiento altermundista en Porto Alegre. Hemos estado junto a miles de ciudadanos en la defensa de una escuela y una sanidad públicas de calidad y nos hemos opuesto con firmeza, en el Parlamento y en la calle, a los recurrentes intentos, más o menos explícitos, de privatización de estos derechos sociales.Levantamos nuestra voz junto a millones de personas contra la Guerra de Irak, en 2003, pero también antes, en 1991. Merecimos el apoyo generoso de muchos de los más destacados intelectuales y artistas de este país.

El trabajo de militantes de Izquierda Unida (y de otros abogados y miembros de organizaciones de derechos humanos) permitió, por ejemplo, que Augusto Pinochet fuera detenido en Londres el 16 de octubre de 1998 a petición de la Justicia española. IU es la única fuerza política española que es parte de este proceso judicial desde el primer día y en él nuestros compañeros han realizado una tarea ejemplar y han contribuido también a que el militar argentino Adolfo Scilingo, quien participó en los siniestros vuelos de la muerte, fuera condenado por la Audiencia Nacional el año pasado por crímenes contra la Humanidad.

Desde 1986, millones de ciudadanos han confiado en Izquierda Unida, particularmente esos jóvenes que enfrentan un futuro de incertidumbre y precariedad, pero que a la resignación oponen un espíritu rebelde y creador admirable, que adopta múltiples expresiones sociales, políticas y culturales. Mirados en perspectiva, los resultados electorales presentan una evolución pendular, con una cima en 1995 y 1996, cuando Julio Anguita era nuestro coordinador general, y un descenso en picado en los últimos años, con un grupo parlamentario hoy en el Congreso de los Diputados compartido con ICV y en el que tan sólo tres diputados pertenecen a IU.

Al declive electoral y a la casi desaparición de IU de la escena pública se une, sobre todo, la destrucción consciente de sus señas de identidad: frente a la participación democrática de los militantes y la elaboración colectiva de sus políticas, se ha impuesto un reducido núcleo de dirección con ribetes casi cesaristas en su máxima responsabilidad; frente a la definición de IU como movimiento político y social plural y participativo, parece que la dirección actual trabaja por su conversión en un partido político de perfil verde a partir de una marginación indisimulada del PCE, al que pretenden condenar a la desaparición a través de la asfixia económica; frente a la definición de las alianzas a partir del debate y el programa, prevalece una política de alianzas nefasta.

Precisamente esta crítica situación propició que Gaspar Llamazares fuera derrotado en la última Asamblea Federal Extraordinaria de IU, celebrada en diciembre de 2004, y sólo pudo continuar como coordinador general gracias a la artimaña de hacer valer unos estatutos modificados ad hoc el día anterior.

Somos muchos los militantes de Izquierda Unida -comunistas en su mayoría, pero también otros compañeros y compañeras de otras propuestas y tradiciones de la izquierda- los que no nos resignamos a aceptar complacidos la liquidación de un proyecto político necesario frente al bipartidismo PSOE-PP. El reciente ascenso electoral de Refundazione Comunista en Italia, que ha contribuido de manera decisiva a la derrota de Berlusconi, así como el papel del Partido Comunista Francés y de otras fuerzas de izquierda en la movilización social contra el Tratado Constitucional Europeo y su victoria en el referéndum del pasado año (frente a la actitud dubitativa de parte del socialismo galo y, aquí, de la actual dirección de IU) señalan que, después de los ominosos tiempos de hegemonía neoliberal, las alternativas de izquierda se abren camino, aunque no sin dificultades. Así se apunta también y con gran fuerza América Latina.

Es imprescindible y urgente rescatar Izquierda Unida de esta deriva para avanzar hacia su refundación a partir de sus señas de identidad como movimiento político y social participativo y plural, vinculado a los movimientos sociales, con una elaboración programática colectiva en torno a las distintas áreas de trabajo y como una formación política organizada de cara a la sociedad.Cuando los foros sociales están apostando ya por la convergencia de los movimientos sociales y los políticos en la construcción de la alternativa al neoliberalismo, Izquierda Unida, pionera en dicha propuesta, es un proyecto político que tiene aún mucho camino por recorrer y que es imprescindible para construir una sociedad con más democracia y auténtica justicia social.