A 40 años del primer 'Gudari Eguna' (de ETA)

A 40 años del primer Gudari Eguna

El 17 de octubre de 1965 el Gobierno vasco organizó el primer Gudari Eguna (Día del Soldado Nacionalista Vasco), homenajeando a los batallones nacionalistas que habían luchado en la Guerra Civil. Hubo misas en distintos puntos de Euskadi, a las que asistieron antiguos oficiales, gudaris y militantes del PNV. Se escogió aquel domingo por ser el más próximo al aniversario del fusilamiento de catorce presos (ocho de izquierdas y seis nacionalistas) en la localidad cántabra de Santoña (15 de octubre de 1937). A partir de entonces, el PNV festejó el Gudari Eguna como parte de su calendario conmemorativo. Ahora bien, como ha estudiado Jesús Casquete (En el nombre de Euskal Herria), poco más de una década después ETA y su entorno habían vampirizado aquella fecha.

El 27 de septiembre de 1975 la dictadura fusiló a tres integrantes del FRAP y a dos de ETA político-militar: Juan Paredes (Txiki) y Ángel Otaegi. Ese mismo día se convocó una huelga general en el País Vasco, que, a pesar del estado de excepción declarado en Vizcaya y Guipúzcoa, fue respaldada por unos 200.000 trabajadores (según la oposición al régimen). De acuerdo con las autoridades franquistas, durante el mes de septiembre Guipúzcoa se había visto agitada por numerosos paros auspiciados por “la gran campaña propagandística desatada en esta Provincia por los diferentes partidos y organizaciones políticas de la oposición”. En las otras provincias el seguimiento fue menor.

Las balas del pelotón de fusilamiento transformaron en símbolos a aquellos dos miembros de ETApm. El nacionalismo vasco radical no tardó en instrumentalizar el “martirio” de Txiki y Otaegi como propaganda para su causa. Como se leía en una carta de la dirección de ETA a la familia de Juan Paredes Manot, este era “un héroe del pueblo, cuya sangre será fértil simiente”. El valor de la figura de Txiki no se debía únicamente a su ejecución, sino también a sus orígenes: había nacido en Zalamea de la Serena (Badajoz) y, por tanto, el nacionalismo radical lo publicitó como el arquetipo de inmigrante integrado en la nación vasca por medio de su compromiso con ETA.

El 27 de septiembre de 1976 el entorno de ETA aprovechó el capital simbólico y movilizador de Txiki y Otaegi para convocar una huelga general en el País Vasco y Navarra a favor de “la amnistía total”. Se consideraba que la Ley de Amnistía del 30 de julio de aquel año era no solo insuficiente sino también un “nuevo engaño para Euskadi”, porque “pretenden que los que han ofrendado sus vidas por las conquistas de las libertades populares sigan encarcelados”. Es decir, los terroristas detenidos o condenados por delitos de sangre.

Era tal el consenso acerca de la necesidad de que se excarcelase a todos los presos de ETA y el poder de movilización del recuerdo de Txiki y Otaegi que casi toda la oposición antifranquista secundó el llamamiento. A decir de las autoridades policiales, en los días precedentes a la jornada se creó “un aire afectado de psicosis política y social”. Según las mismas fuentes, “la gente sencilla y sensata comenta por doquier que la situación de anormalidad (desequilibrio social, político y económico, que hacen más difícil la convivencia pacífica ciudadana) que embarga al País Vasco estos días, no es la propia de un libre Estado de derecho, sino de una pre-dictadura roja, que no desea una democracia viable en España ni en Euskalerría, sino, al contrario, la ruina de su economía nacional”. Exageraba, pero la cita expone la percepción y el estado de ánimo de una parte de la Administración.

La convocatoria del 27 de septiembre de 1976 fue un éxito. La prensa aventuró que en el País Vasco y Navarra habían secundado la huelga unos 600.000 trabajadores, dos tercios del total. Un documento policial señalaba que “el paro en la industria fue casi total en las Provincias de Vizcaya y Guipúzcoa, y menor aunque también considerable, en Navarra y Álava”. La calle, desde luego, ya no estaba controlada por el Ministerio de Gobernación. “Han sido numerosas las algaradas callejeras, manifestaciones, enfrentamientos con las Fuerzas Públicas, piquetes y actos similares, que han dejado frecuentemente la calle en poder de la oposición más sistematizada”. El informe obviaba mencionar que la actuación policial había causado numerosos heridos, once de ellos de bala. Ese mismo día un pistolero ultraderechista asesinó en Madrid a un joven estudiante que participaba en una manifestación. Aquellos desmanes fueron gasolina para los extremistas.

A partir de entonces hay una conmemoración ritual cada 27 de septiembre. En ellas no han faltado los disturbios callejeros. Por ejemplo, en 1978, antes de dar comienzo el acto, un grupo de ultranacionalistas cruzaron autobuses en la calle y lanzaron cócteles molotov contra la Policía al grito de “ETA, mátalos”. Convertida en una jornada de enaltecimiento del terrorismo y humillación a sus víctimas, el resto de las fuerzas políticas se desmarcaron de ella.

A partir de 1981 la izquierda abertzale comenzó a denominar Gudari Eguna al 27 de septiembre, con lo que se usurpaba al PNV el nombre del día, tergiversando su significado original. Lo hizo para vincular a los etarras con los gudaris de la Guerra Civil, de quienes se declaraban legítimos herederos. Así, se pretendía dar la impresión de que los terroristas han sido el último eslabón de una larga cadena histórica: la del secular “conflicto” étnico entre vascos y españoles.

Pero la denominación no ha sido lo único que el nacionalismo radical vampirizó en dicha jornada. Durante la Transición el brazo político de ETA militar, Herri Batasuna, el antecedente directo de Bildu, expulsó del Gudari Eguna a la militancia de Euskadiko Ezkerra, que provenía de la organización a la que habían pertenecido Txiki y Otaegi: ETA político-militar. Como ha ocurrido tantas veces, aquel dato fue borrado de la historia para que encajase en el estrecho molde narrativo del “conflicto vasco”.

Este martes, por cuadragésima vez desde 1976, la izquierda abertzale honrará la memoria de los autoproclamados “gudaris” de ETA. Pero los etarras no fueron héroes ni mártires, sino terroristas. Su violencia causó 845 víctimas mortales, un mínimo de 2.533 heridos (de ellos 709 con gran invalidez), 86 secuestrados, 15.649 amenazados (en el período 1968-2001) y un número desconocido de exiliados forzosos y damnificados económicamente, aparte de tener graves efectos sociales, políticos y culturales. Es una verdad incómoda que, si quiere situarse dentro del marco democrático, el nacionalismo vasco radical debería asumir con todas sus consecuencias.

Gaizka Fernández Soldevilla, historiador, es autor de 'La voluntad del gudari. Génesis y metástasis de la violencia de ETA' (Tecnos, 2016). Desarrolla su labor en el Centro para la Memoria de las Víctimas del Terrorismo.

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