¿Han ofrecido alguna vez una fiesta que se haya echado a perder lastimosamente por culpa de un necio invitado? Siete viejos amigos se reúnen para cenar, pero para completar el grupo se añade otro comensal a la lista de invitados. Los siete amigos se disponen a pasar una tranquila velada charlando sobre cuestiones de interés común (precios de la vivienda, recibos del colegio de los niños...). Pero he aquí que, para horror de los presentes, al nuevo invitado - a instancia, tal vez, de su sensación de inseguridad- le da por provocar una desagradable discusión quejándose de que sus vecinos han instalado en su ordenador un cortafuegos inalámbrico de modo que han bloqueado su acceso a pornografía en la red.
¡Pobre Angela Merkel cuando invirtió sus mayores esfuerzos en ser la mejor de las anfitrionas en la cumbre del G-8 en Alemania la semana pasada! Los temas básicos de la conversación, ciertamente, apenas podían ser más respetables y dignos de atención (la pobreza en África, el cambio climático). Se figuraba que su único problema provendría en todo caso de una turba contratada por los manifestantes antiglobalización. Merkel, siendo como es de procedencia germanoriental, solucionó este problema construyendo una gran valla en torno al lugar de la reunión. El problema fue que uno de sus huéspedes trató de estropear la fiesta poniendo sobre la mesa el espinoso, molesto e incómodo tema de los misiles nucleares. Por lo visto sus vecinos están preparando un cortafuegos que bloquearía su capacidad para lanzarlos contra Estados Unidos.
Para ser justos con el presidente ruso, Vladimir Putin, entiendo por qué no le agrada demasiado la idea de la instalación de misiles defensivos estadounidenses en Polonia y Chequia, que tanto él como sus amigos del KGB solían tratar como una posesión imperial soviética. Resulta difícil creer que tales instalaciones no estén destinadas - al menos en parte- a neutralizar una posible amenaza nuclear procedente de Rusia, que aún sigue siendo la otra superpotencia nuclear mundial además de Estados Unidos. Para Putin - aunque en ello se quede solo- el cálculo de la antigua guerra fría sigue aún vigente: un sistema de misiles antibalísticos eficaz invalida y anula el equilibrio basado en el terror nuclear al dar paso a la posibilidad, en teoría, de un primer ataque de Estados Unidos contra Rusia sin correr el riesgo de una masiva represalia rusa. De modo que, en lugar de una destrucción mutua asegurada (mutually assured destruction,MAD), cabe conseguir una posible destrucción de Moscú (Moscow´s posible destruction).
Puntuación máxima para Vladimir Putin por su sagaz contrapropuesta a favor de una estación conjunta de seguimiento de misiles en la ex república soviética de Azerbaiyán. Porque si, como insisten los estadounidenses, es Irán y no Rusia el motivo de preocupación, ¿cómo rechazarla? Aunque, téngalo presente, señor Putin: su mala catadura en la esfera pública y social sigue siendo inequívoca.
En cambio, su homólogo estadounidense, el presidente Bush, se comporta. Antes de la cumbre del G-8, se creía que sería Bush el aguafiestas. Sin embargo, y para sorpresa de todos, el tejano tóxico se lanzó a una declaración según la cual el G-8 se compromete a actuar "pronta y enérgicamente" para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Ha señalado incluso que el protocolo de Kioto, que se había negado a firmar, debería ser sustituido por un nuevo acuerdo antes de que éste expire en el 2012. Además, ha prometido "considerar seriamente" el objetivo europeo de un 50% de reducción de emisiones de CO para el 2 2050. ¡Pues vale! Bush considerará seriamente este objetivo durante aproximadamente diez segundos antes de apartar tal pensamiento de su mente, porque la fecha tope del acuerdo sucesor de Kioto es el año 2009, el año por cierto en que el sucesor de Bush accederá a la Casa Blanca.
De todas formas, la señora Merkel es digna de elogio y alabanza. Una cumbre que amenazaba con acabar con acritud ha generado buen número de páginas de la insulsa prosa diplomática de rigor. Hubo tiempo incluso para una declaración sobre el Crecimiento y responsabilidad en África. De alguna manera, la cena con invitados se ha salvado, pese al ordinario y vulgar mal comportamiento del nuevo vecino.
La cuestión ahora planteada es la de por cuánto tiempo habremos de soportar estos ridículos y extravagantes encuentros. Y así los califico no sólo por el gasto que comportan o por las aburridas chorradas que he de leerme cada vez que se reúnen los líderes del G-8, sino porque la misma noción de un grupo de ocho "principales países industrializados" se está convirtiendo en un anacronismo a marchas forzadas.
Si nos remontamos a 1975, por supuesto sólo siete países se hallaban representados en la mesa principal: Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Gran Bretaña y Estados Unidos. Tenía un cierto sentido cuando estos siete países representaban alrededor de un 62% de la producción mundial, pero ahora esta cifra sólo es un 57%. Y, si damos crédito a las proyecciones del economista Jim O´Neill y sus colegas, de Goldman Sachs, el guarismo en cuestión caerá en picado en los próximos decenios: a un 36% en el 2025 y a un exiguo 20% en el 2050. Como se recordará, para este último año la canciller Merkel calcula haber reducido las emisiones de CO2 un 50%.
Más vale ser realista. Los de Goldman Sachs figuran los segundos en el ranking mundial de sabuesos en su especialidad y, aunque pueden equivocarse, son de lo mejorcito. El razonamiento de O´Neill es que la G del G-7 remite en este caso a una especie de subasta: "¡A la una, a las dos, adjudicados!" (going, going, gone!)o tal vez a personas envejecidas y canosas (graying)dado su ritmo de envejecimiento...
El futuro, desde su punto de vista, se asocia a las economías BRIC: Brasil, Rusia, India y China (o grandes países en vías de industralización, si se prefiere). Actualmente, representan el 9% de la producción mundial, que podría aumentar al 19% para el 2025 y al 28% para el 2050, más que lo proyectado en el caso del G-7.
Añádase a ello los N-11 (next eleven),los 11 países de economía prometedora como les llamó O´Neill, y verán cómo se inclina la balanza económica mundial... Para el 2050, los BRIC y los N-11 juntos representarán el 39% de la economía mundial. ¿Cree alguien seriamente que estos países van a reducir sus emisiones de CO2 para entonces? La cuestión estriba en que aunque mejoren en eficiencia energética, los pronósticos actuales indican que sus tasas de crecimiento provocarán más emisiones de gases de efecto invernadero. ¿Qué les importa lo que piensen canadienses e italianos?
Es cierto que el G-7 se convirtió en el G-8 cuando uno de los países BRIC fue invitado a sumarse en 1998. Pero es absurdo que Brasil, China e India sigan siendo tratados según el término acuñado por los alemanes: personas "indignas de ser invitadas a entrar en el salón". Porque la verdad es que, junto con México y Sudáfrica, se les ha relegado literalmente estos días a la antesala del poder mundial, como si se tratara de países dependientes de auxilio o amparo en la escena mundial.
¿Amparados? ¡Diríase más bien ultrajados! ¿Qué conclusiones mínimamente serias cabe alcanzar en temas como el cambio climático - o, para el caso, África- sin que los chinos se hallen presentes en la sala? Lo propio se aplica en el caso de la disputa sobre los misiles defensivos. China casi ha doblado su gasto militar en los últimos tres años: de 62.500 millones de dólares en el 2004 a 122.000 millones en el 2006, aún bastante menos que el gasto estadounidense en este ejercicio, 522.000 millones de dólares, país por cierto cuyos recursos cada vez van a parar más y más a la guerra en Oriente Medio que parece no tener fin.
Según los cálculos de Goldman Sachs, el PIB chino podría superar el estadounidense para el 2035, pero hace poco esta fecha se ha adelantado al 2027...
En fin, para cuando los canosos países del G-7 se decidan a invitar a China y a los otros dos países BRIC a sumarse a un G-11 ampliado, podrá exclamarse con justicia: ¡A buenas horas mangas verdes! De hecho, ya presenciamos este panorama.
Niall Ferguson, profesor de Historia Laurence A. Tisch de la Universidad de Harvard y miembro de la junta de gobierno del Jesus College de Oxford. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.