A ese Rey

Dentro de pocos días recordaremos los cuarenta años de un golpe de Estado frenado y desarticulado por la firme decisión de un joven Rey. El mismo Rey que trajo a España un nuevo orden político, económico y social que permitió a los españoles, en un marco de libertades sin precedentes vivir un progreso desconocido. A ese Rey hoy se le niega el pan y la sal y se le fuerza a vivir en el exilio los últimos años de su vida.

A ese Rey a quien se separó de su familia con tan solo diez años porque era conveniente para el futuro de su país y dedicó su vida juvenil a formarse y luego a esperar que llegase el momento.

A ese Rey que, llegado el momento, trajo la democracia a España, su país, que si alguna vez la había conocido de verdad, ya la había olvidado, si bien era un deseo de gran parte de la población.

A ese Rey que recibió en 1975 una España atada y bien atada y que habría podido optar por regirla como jefe supremo con todos o casi todos los poderes, pero prefirió arriesgar y tomar sobre sus hombros la dura misión de modernizar su país.

A ese Rey que, solo cinco años después de ser proclamado, tuvo que hacer frente a un auténtico golpe de Estado el 23 de febrero de 1981, transmitido al mundo por una cámara de televisión olvidada y que produjo asombro en medio mundo.

A ese Rey que, sin Gobierno que le ayudara, sin unas Cortes donde los diputados estaban más preocupados por salvar la vida que por salvar a la democracia, y con unas Fuerzas Armadas divididas y confusas, supo utilizar su autoridad orgánica y moral para con toda firmeza enseñar el camino, frenar el golpe y fortalecer esa joven democracia.

A ese Rey que siempre quiso –y trabajó duro en ello– ser Rey de todos los españoles, y tendió puentes y lazos con los perdedores y exiliados de la Guerra Civil para intentar superar los viejos enfrentamientos.

A ese Rey que representó a España durante cuatro décadas con una categoría y dignidad extraordinarias, convirtiéndose en pocos años en una persona respetada y admirada, y mucho, en tantas partes del mundo.

A ese Rey que supo entender y dinamizar el papel de España en la América con la que compartimos idioma, creó la comunidad iberoamericana, e inició los viajes de Estado a América para llevar al otro lado del Atlántico, desde Río Grande hasta la Patagonia, el fraternal mensaje de España y los españoles.

A ese Rey que visitó fábricas, inauguró obras civiles transcendentales para el desarrollo de España, impulsó la modernización de la sanidad y el amparo de los más necesitados de sus compatriotas.

A ese Rey que supo liderar a las Fuerzas Armadas españolas, especialmente, cuando hubo que pedirlas sacrificios y apoyo a las ideas democráticas para el bien de España.

A ese Rey que, como Jefe de Estado, procurando la reconciliación de todos los españoles, concedió cerca de 20.000 amnistías a presos y condenados de toda condición, y por todo tipo de delitos comunes y políticos.

A ese Rey que otorgó indultos y medidas de clemencia a personas que cometieron delitos más graves que fueron juzgados y sentenciados con todas las garantías, pero que posteriormente mostraron su arrepentimiento. Sin embargo, ¿quién indulta a quién tanto ha indultado?

A ese Rey cariñoso, simpático y con buen humor pero que, al mismo tiempo, estuvo siempre disponible para llevar su consuelo a las víctimas allá donde se produjo una catástrofe.

A ese Rey que supo apoyar a la ciencia, la innovación y la tecnología, y quiso honrar y distinguir a varios de sus máximos representantes con título y honores.

A ese Rey deportista que practicó con acierto varios deportes de riesgo del esquí a la vela, del motociclismo al paracaidismo, y que consiguió unos Juegos Olímpicos para España y estuvo siempre que pudo con nuestros campeones aportándoles apoyo y en la mayoría de las veces… ¡suerte!

A ese Rey que, como todos los seres humanos frente a tantos éxitos y aciertos, cometió errores en su vida privada, pero supo reconocerlos y pedir perdón por ellos, llegando a ofrecer la renuncia a su cargo de Jefe de Estado mediante su abdicación, acción poco corriente en nuestro país.

A ese Rey al que se ha juzgado en los medios de comunicación una y mil veces con una inusitada crueldad no exenta de falta de rigor y manipulación política por parte de tantos enemigos de la unidad de España que simboliza la Monarquía.

A ese Rey, al que se le ha faltado el respeto de mil maneras, a quien el actual presidente de la Generalitat catalana tildó de «criminal» y cuyos retratos, estatuas y nombres en calles y plazas se han quemado, destruido y humillado.

A ese Rey al que se reclama, incluso por parte de un vicepresidente del Gobierno, en nada ejemplar, e indigno de ostentar el puesto que ocupa, una conducta ejemplar en su vida pública (donde siempre la tuvo) y en su vida personal.

A ese Rey al que tras tantas campañas insidiosas se le obligó a abandonar España, porque en ese momento, finales de julio, era mejor para todos, incluida la institución monárquica.

A ese Rey que supo acatar esas recomendaciones tan dolorosas de ausentarse de su país (no de huir) por un tiempo indefinido y al que cada vez que insinúa o manifiesta su deseo de regresar a su casa se le contesta que «de momento, no», o que no es el momento oportuno.

A ese Rey, al que a pesar de todas las campañas montadas en su contra, organizadas por algunos que parecían desconocer ese pilar de la convivencia democrática que es la presunción de inocencia y toleradas por otros, a ese Rey al que muchos españoles, según muestran las encuestas seguimos queriendo y estamos agradecidos.

A ese Rey, que ha cumplido ya 83 años y tiene una salud delicada y visible en cualquier fotografía, que ha cometido errores y se ha humillado pidiendo perdón por ellos, pagando incluso con la abdicación.

A ese Rey, a quien tanto debemos, es a quien se le niega (nunca es el momento oportuno) la posibilidad de regresar a España a pasar en compañía de sus familiares y amigos los últimos años de su vida.

Me pregunto, por tanto, si no deberíamos los españoles contemplar el regreso del Rey a su patria de la que nunca debió salir con otros parámetros. La crueldad se enfrenta, en este caso, a la clemencia, al perdón merecido. No se puede ser implacable con quien tanto dio a España. El corazón y la misericordia pueden a veces mucho más que la severidad y el rigor.

Carlos Espinosa de los Monteros es abogado, técnico comercial y economista del Estado.

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