A España le interesa una OTAN más 'europea'

La crisis causada por la agresión militar rusa contra Ucrania ha provocado una alteración del cálculo estratégico de muchos países europeos. Su consecuencia directa ha sido la revigorización de la Alianza Atlántica y de su instrumento, la OTAN.

La seguridad europea está en juego por la transformación del orden internacional y por los potenciales cambios profundos que esta implica en las políticas de defensa. Frente a aquellas críticas o temores ante la preeminencia de una OTAN mediatizada por Estados Unidos en la política militar y la defensa del continente, hay que señalar que una OTAN más europea es una buena noticia para los europeos. También para España.

La guerra en Ucrania ha debilitado en muchas cancillerías esa imagen de la OTAN como un artefacto obsoleto que no se adapta a los escenarios de seguridad contemporáneos. Arrasados esos escenarios por la historia imperecedera, la organización atlántica se reivindica de nuevo como la herramienta político-militar por excelencia para la defensa colectiva.

En cualquier caso, la OTAN se reforzará como pilar esencial de la defensa de muchos países europeos. Asimismo, muchos Estados europeos, como Países Bajos, Alemania o Dinamarca, han anunciado históricos aumentos de sus presupuestos de Defensa para cumplir con los compromisos contraídos con sus aliados.

Es de esta manera (y no como una repentina fiebre europeísta) cómo se ha de analizar la decisión danesa de eliminar vía referéndum su cláusula de exclusión de participación en la política común de seguridad y defensa de la Unión Europea (UE).

Por su parte, Finlandia y Suecia han revisado su arraigada visión de "equilibrio estratégico" para solicitar su adhesión a la organización con el objetivo de dejar de ser "sólo" buenos aliados desde la periferia.

Y por eso, tras la cumbre de Madrid, casi todos los socios de la UE serán también miembros de la OTAN. Sólo Irlanda, Austria, Malta y Chipre serán la excepción a este solapamiento de membresías.

Así, esta cita en Madrid es histórica porque, previsiblemente, de ella saldrá una OTAN más europea, una consolidada alianza política y un instrumento de cooperación militar, mejorado durante décadas, que ha generado una cultura de trabajo, un desarrollo doctrinal, unas capacidades conjuntas y una interoperabilidad imperfecta, pero sin parangón.

Y ello a pesar de los distintos intereses nacionales y de las diferentes culturas estratégicas de los países miembros. Es decir, de cómo entienden el empleo del poder militar en su acción exterior.

Este hecho demuestra que las divergencias en la UE no son un escollo insalvable para avanzar en la defensa europea y en su autonomía estratégica. La posición de preponderancia de la OTAN iría en detrimento de las opciones de la UE y apoyaría la influencia estadounidense, argumentan los críticos desde determinados sectores políticos, mediáticos e intelectuales. Pero esta valoración esconde un error de principio, consecuencia de la sustitución de los medios y de los modos estratégicos por la política.

Cuando se avanza en esa línea argumental se está confundiendo el cómo se va a hacer (la autonomía estratégica) con el objetivo (la seguridad europea). Cuando se afirma que el refuerzo de la OTAN supone un debilitamiento de la posición europea, ¿de qué Europa se habla? ¿De Francia, España o Alemania? ¿O de Polonia, Estonia, Finlandia, Rumanía o Chequia?

Aquí hay, en efecto, una diferencia insoslayable en las posiciones políticas. Esas críticas parecen olvidar que hay Europa más allá del Elba.

Esta crítica pretende introducir una disquisición crítica entre la "autonomía estratégica" perseguida por Francia (seguida en parte desde otros gobiernos, líderes políticos y generadores de opinión europeos, como por ejemplo España) y que busca ciertamente el desenganche con respecto a Estados Unidos, y la autonomía estratégica defendida en términos de "soberanía estratégica" europea.

Esto es, que los aliados europeos adopten la decisión política que estimen y, lo que es más importante, tengan entonces la capacidad de implementarla de manera autónoma.

Esta idea, defendida por la renuente Alemania (también como forma de marcar distancias con el vecino galo), es mucho más interesante porque subraya la clave: que los Estados europeos no sólo quieran, sino que también puedan, que en definitiva es la única manera de contribuir de verdad a la seguridad europea y poder actuar sin el inevitable concurso de Estados Unidos.

Porque la autonomía estratégica es la vía para garantizar la seguridad en el continente (que, como la guerra de Ucrania ha demostrado, amplia con mucho la seguridad de la UE), no un fin en sí mismo. Por ello, su definición es crucial.

Por tanto, la pregunta es incorrecta si se plantea en términos de privilegiar un proyecto futuro (que no todos comparten) frente a un mecanismo en el que todos están. Además, la OTAN es un vehículo de disuasión (de disuasión nuclear también) que en esos términos político-militares permite incorporar a otros aliados clave.

Porque la OTAN permite mantener a Canadá, los Estados Unidos, Reino Unido y a Noruega in, a Rusia out, y a nadie down.

Además, y paradójicamente, en vista de lo que sugieren algunas posturas críticas, una OTAN más europea y capaz de garantizar su seguridad facilitará que Estados Unidos centre su atención en Asia-Pacífico, nudo gordiano del siglo XXI.

Porque como el propio Joe Biden y la administración estadounidense han dejado claro en reiteradas ocasiones, Ucrania, pese a todo, no es un interés estratégico vital para la potencia estadounidense.

Esta posición sería favorable a España, un país firmemente europeísta, pero con otra alma indisociablemente atlántica por su posición geográfica. La relación bilateral con Estados Unidos es vital en Europa, igual que el facilitar una acción militar real, más allá de las palabras políticas.

La UE puede ser, por ejemplo, el escenario privilegiado para el desarrollo de proyectos industriales conjuntos. Por su parte, una OTAN europea da la oportunidad a España de mantener un perfil propio justificado por su posición geoestratégica particular, y de no ir necesariamente a la zaga de los intereses legítimos de terceros en el norte de África.

Por supuesto, una OTAN más europea y reforzada en su flanco este, y ahora también en el norte, implica desafíos propios para España, cuyo interés nacional se sitúa en el flanco sur.

Será responsabilidad política del Gobierno español mantener el pulso en el seno de la OTAN para que ese frente meridional sea una prioridad en su agenda y su concepto estratégico.

Frente a las reticencias contra la OTAN, que establecen una falsa dicotomía entre relación transatlántica y seguridad europea, se debe aprovechar este momento para reforzar esta última a través de la primera. Y eso es positivo para España.

Una OTAN europea son buenas noticias.

Alberto Bueno es profesor de Ciencia Política en la Universidad de Granada y editor de la publicación Global Strategy.

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