A estos vivos no les importan los muertos

Cuando hace un año Noverdad Sánchez, evocando el apelativo de Azaña al Lenin español Largo Caballero, resolvió gobernar con Podemos, con los golpistas catalanes y con los filoetarras de Bildu, aferrándose a sus socios de investidura Frankenstein, abrió de par en par las puertas del infierno. Si ante el averno sólo cabe volverse parte de este hasta dejarlo de ver como tal, o buscar quien no forma parte y procurar hacerle lugar, como refiere Italo Calvino en Las ciudades invisibles, el presidente del Gobierno se encuentra tan a gusto entre tinieblas como para convertir España en la caldera de Pedro Botero Sánchez.

Así, tras esquivar las enmiendas a la totalidad al proyecto de ley de Presupuestos, a cambio de sacar el idioma oficial de todos los españoles de la enseñanza en Cataluña y de acercar al País Vasco otro hato de criminales etarras como los que acribillaron en una calleja sevillana al matrimonio Jiménez Becerril, el Gran Hermano Sánchez presume con lenguaje orwelliano de franquear un futuro de estabilidad y progreso. Lo declaró este viernes en la misma Navarra donde dijo hasta 50 veces que no pactaría con Bildu. Lo hizo para hacer presidenta a Chivite y ahora condimenta con ellos las cuentas forales. Desdeñando a UPN como hace con Cs en las Cortes, el doctor Sánchez, ¿supongo? patentiza que la mentira es su única certeza. Alguno argüirá que, como se decía de Nixon, forzado a dejar la Casa Blanca por sus engaños, no miente, sino que inventa las verdades.

A estos vivos no les importan los muertosSin duda, el burlador de La Moncloa se adentra en el averno en la confianza de que, como en la leyenda del primigenio Pedro Botero estampada en almanaques, aleluyas y opúsculos de la España del siglo XVII, podrá regresar cuando le pete. Ése fue el cálculo de Sísifo, quien se tenía por el más astuto de los mortales. Corto en escrúpulos como largo en mentiras, quiso jugársela a Hades. Cuando el dios de los infiernos se percató, lo condenó a subir una pesada roca hasta la cumbre de una colina que rodaba ladera abajo y debía cargarla otra vez cuesta arriba en un escarmiento sin fin.

Ante ese brete, Sánchez filosofará que esa penalidad no recaerá sobre sus hombros de ex presidente como no lo ha hecho con un resucitado Zapatero tras sembrar los campos de España de la cizaña de la discordia y arruinar a una desgarrada piel de toro. Al retomar su designio con los hijos políticos de éste –Podemos, coparticipes en la propagación del chavismo, así como con ERC, con el que suscribió el Pacto del Tinell para tender un cordón sanitario al PP, y con los filoetarras de Bildu, a los que blanqueó llamando «hombre de paz» a su jefe de filas Otegui–, Sánchez reniega del proyecto socialdemócrata del PSOE y acaudilla una formación personalista –el Partido Sanchista– que anda a la caza de polarizar y enfrentar al electorado para erigirse, como minoría mayoritaria, en la única opción con posibilidades de ocupar La Moncloa. Se sitúa en las antípodas de lo que Norberto Bobbio, adalid del socialismo democrático, llamó el «Tercero Incluyente» para que, en vez de hacer de los opuestos dos totalidades excluyentes, fueran partes de un todo. Prefiere, por contra, entronizarse en el Primero Excluyente para, en una primera fase, mandar una Monarquía presidencialista y luego ya verá.

Sánchez obra, desde luego, en la dirección contraria de la concordia que, por encima de divergencias, restableció puentes entre las dos Españas machadianas y restauró la comunicación entre ambas orillas. Ese tránsito normalizado posibilitó el desarrollo democrático de España en cuatro décadas de libertad y bienestar como nunca registró su turbulenta historia. Empero, al redundar Sánchez en los errores que derivaron en la pudrición de la II República y en la Guerra Civil, el Sísifo monclovita aboca a España a repetir su pretérito imperfecto cuando se habían suturado heridas y sentado las bases de un bienestar en libertad.

Contra toda lógica, aún hay indulgentes que hacen cábalas sobre lo que debiera hacer el presidente para deshacerse de su copresidente Iglesias. Son algunos de los que acusaban a Albert Rivera de obligarle a hacer a Sánchez las alianzas que siempre quiso con tal éxito que Inés Arrimadas se siente obligada a convertir el partido naranja en mandarina para ver si, suavizando su sabor agridulce, lo persuade de que prescinda de golpistas y etarras. ¡Como si fuera rehén de las circunstancias, en vez de haberlas perseguido primero con la mayoría Frankenstein para asaltar La Moncloa y luego para acomodarse en sus aposentos! Parafraseando a Mefistófeles, el subordinado de Satanás, en el Fausto, de Goethe, Sáncheztein ha acabado dependiendo de las criaturas que ha creado.

Cuando se constituyó el Gobierno de cohabitación socialcomunista, fruto de los respectivo fiascos electorales de Sánchez con sus fallidos comicios plebiscitarios y de Iglesias con su sangría de votos, merced a los oficios celestinescos de Iván Redondo, cuya cabeza querían cobrarse los gerifaltes socialistas como los tories han hecho este viernes con el gurú de Boris Johnson, aquí se aventuró que se configuraría un Gabinete con dos sistemas rememorando lo de «un país, dos sistema» de Deng Xiao Ping al ser preguntado por qué sucedería con Hong Kong cuando Gran Bretaña abandonara la colonia (como acaeció en 1997), dadas sus diferentes regímenes. Al cabo de un año, el vaticinio no sólo se ha cumplido, sino que corre parejo desenlace al de Hong Kong, cuya democracia ha sido subsumida por la dictadura comunista.

Acorde con ello, el devenir del Gobierno socialcomunista español, en pos de un cambio de régimen y de su desintegración territorial, sigue los derroteros de un Podemos que coloniza al PSOE con la asistencia de soberanistas vascos y catalanes, junto al brazo político de la banda ETA. De esta guisa, un Iglesias alzado en vicepresidente plenipotenciario que entiende de todas las materias salvo las de su directa gestión, se arroga la atribución –como en su viaje a Bolivia para asistir al retorno del bolivarismo al poder– de hipotecar la política exterior de España. Ninguneando al jefe del Estado y a la jefa de la diplomacia, signó como vicepresidente un acuerdo con líderes populistas que supone un salvoconducto para satrapías como Venezuela, Cuba o Nicaragua.

No es que Iglesias se salga del guion, es que marca el guion que Sánchez consiente y, por ende, comparte. Para espanto de los ministros socialistas, Iglesias anticipa lo que Sánchez refrenda en abierta confluencia entre un podemizado PSOE y un Podemos que anhela un imaginario Partido Socialista Unificado como el que frustró la Guerra Civil tras fusionar Santiago Carrillo, bajo postulados soviéticos, las juventudes socialistas y comunistas.

Lo cierto y verdad es que, cuando Bildu comprometió al PSOE a finiquitar la reforma laboral del PP a cambio prorrogar al estado de alarma, figurando ambos anagramas por primera vez juntos en un documento oficial, ello produjo un movimiento sísmico entre los ministros socialistas. Ahora, en cambio, el voto favorable de Bildu a los Presupuestos y su reconocimiento como partido de Estado, sin necesidad aritmética, sólo ha movido a la satisfacción del Gabinete.

Tal degradación lo ha personalizado esta semana la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, al lacrar el apoyo etarra con el traslado a penales vascos de los sicarios de sus paisanos Alberto Jiménez Becerril y de su mujer Ascen. Como su colega de Interior, autor material de una fechoría que beneficia a un centenar largo de ellos, Montero revive a quien, al ser promovido a un alto cargo en Irlanda, le expresó sus dudas a Samuel Johnson acerca de si estaría a la altura: «No tenga miedo ninguno, señor. Pronto será usted un magnífico bribón». Así se lo testificó Sánchez, quien testimonia su afligido pésame a Bildu por un etarra suicidado en prisión mientras desprecia a las víctimas de éste y demás secuaces.

Como las lágrimas secan tan pronto como la sangre, Montero ha coadyuvado a que se convierta en profecía autocumplida la celebración etarra de aquel doble crimen que lloraría aquella fría madrugada de enero de 1998 siendo médico de hospital como lo hizo Sevilla toda al conocer el alevoso atentado que dejó huérfanos a tres niños que se fueron a la cama ilusionados en conmemorar al despertar el día de la paz en el colegio. «En la cárcel, sus lloros son nuestras sonrisas y terminaremos a carcajadas limpias», se relamía de placer un psicópata con 25 cadáveres a sus espaldas apellidado De Juana Chaos.

Si aquellos tres niños de 8, 7 y 4 años no podían comprender el asesinato de sus padres, menos entenderán como adultos que su paisana se comporte como si fuera amiga del cura de Lemona equiparando mártires y carniceros, en vez del antiguo párroco de la iglesia trianera de Nuestra Señora de la O de la que fue catequista. Su error primordial no fue de sintaxis, como subrayó Jorge Bustos con agudeza en su sonado artículo Marijau, lengua de serpiente, sino de falta de moralidad. Ni yendo a la farmacia a por un antiemético contra las náuseas se palía, atendiendo a la receta del forense y presidente extremeño, Guillermo Fernández Vara.

Si para entrar en un templo no hay por qué quitarse la cabeza, como decía Chesterton, parece que, para integrar este Gobierno, debe prescindirse de la moral. Paseando una victoria parlamentaria merced al tributo de sangre de Bildu, sin haber condenado los más de 850 crímenes de ETA y sin que los verdugos de Alberto y Ascen hayan pedido perdón, es difícil que Montero pueda sostenerle la mirada a la diputada Jiménez Becerril al cruzársela por las Cortes, salvo que adopte el cinismo de Michael Corleone en El Padrino: «No es nada personal, querida Teresa. Son sólo negocios».

Es indudable que sus aliados se permiten lo que Sánchez les permite, aunque se agazape para que sean ellos quienes den la cara y, en última instancia, le dejen margen de maniobra por si conviene frenar la marcha al desatarse una tormenta como la de la Claudicación de Pedralbes y guarecerse a la espera de reemprender el rumbo. Por desgracia, quienes aguardan una rectificación de Sánchez dentro y fuera del PSOE deben perder cualquier esperanza como se fija a la entrada del infierno de Dante.

Todo pende de la reacción de la sociedad española que, teniendo bastante con capear el temporal sanitario y económico de la Covid-19, no se percata del todo de cómo le roban la libertad y la nación. La excepcionalidad del momento hará que el infierno se vea cuando sea tarde y resulte a duras penas reversible. A estos vivos no les importan ni los muertos de ETA de ayer ni los fallecidos del Covid de hoy. Están seguros de que cualquier artificio les bastará para capitalizar hasta la vacuna de la Covid de modo que estatuas en honor de Sánchez reemplacen a las que aún perviven de Fleming en algunas plazoletas españolas.

Tal vez convenga recordar cómo, en una hora crítica para la humanidad, se lo llevaban los demonios al escritor austriaco Joseph Roth, al asistir a la indiferencia de sus coétaneos. Después de haber visto fenecer el Imperio Austrohúngaro al que dedicó su gran novela La marcha Radetzky, tuvo la lucidez de descubrir la naturaleza criminal del proceso en marcha en Alemania. Ni siquiera escapó a su indignación su gran amigo y compatriota sin patria Stefan Zweig –«¡Véalo de una vez, por favor!»– confiado en que el año siguiente no sería peor que aquel 1933. El autor de El mundo de ayer no atisbó que aquel Tercer Reich era la filial del infierno en la tierra.

Francisco Rosell, director de El Mundo.

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