A Jean-Luc, en la hora del adiós

EL debate que reunió el pasado jueves en Bruselas a los cinco candidatos a presidir la Comisión Europea, comenzó con un emotivo homenaje a Jean-Luc Dehaene, fallecido pocas horas antes. Fue un justo reconocimiento a este socialcristiano belga, omnipresente en la política de su país y en la europea durante los últimos cuarenta años.

Había nacido en Francia en 1940 durante la ocupación de su país por el ejército alemán y ha sido también en Francia donde Caronte le aguardaba para cruzar la laguna Estigia a resultas de un cáncer de páncreas que le había sido diagnosticado poco antes. Afiliado al partido socialcristiano flamenco, fue ministro de Asuntos Sociales y reforma institucional con 31 años, viceprimer ministro en 1988 y primer ministro en 1992, al frente de una coalición con los socialistas. Desde esa fecha hasta 1999 fue primer ministro de Bélgica y el impulsor de una reforma integral del Estado que convirtió a su país en un estado federal.

Calificado por Herman Van Rompuy como «el mejor primer ministro de la historia de Bélgica», durante sus siete años al frente del gabinete tuvo que hacer frente a situaciones complicadas como el genocidio de Ruanda o el escabroso asunto del pederasta Dutroux. Favorito para renovar un tercer mandato en 1999, en plena campaña electoral estalló un caso de adulteración alimentaria. Aunque aquello acabó en nada, sus posibilidades de victoria se esfumaron y el liberal Guy Verhofdstadt le sucedió en la jefatura del Gobierno.

Su capacidad de diálogo, su firme voluntad de alcanzar consensos y sus convicciones europeístas hicieron de él el favorito en 1994 para suceder a Jacques Delors en la Presidencia de la Comisión Europea. Pero en aquel entonces ese nombramiento debía producirse por unanimidad y al Reino Unido le pareció un «peligroso federalista». Una ocasión perdida para la Comisión Europea. Casi una década después los europeos recobramos a Dehaene con ocasión de la Convención que elaboró el proyecto de Constitución Europea. Fue entonces cuando le conocí y donde fraguamos una estrecha amistad presidida por la franqueza y esa lealtad de la que Ortega decía que constituía «el camino más recto entre dos corazones». A él acudí en busca de consejo y apoyo para incorporar al hoy artículo 4.2 del Tratado de la Unión Europea la atribución a los Estados miembros de la competencia exclusiva sobre la organización territorial del Estado que tanta importancia ha adquirido frente a los intentos disgregadores de los últimos tiempos. Como sucede entre amigos, en alguna ocasión discutimos con pasión como cuando Lamoussoure, Amato y yo defendimos la desaparición del requisito de la unanimidad para la revisión de los tratados y él no nos apoyó en aras del consenso. Probablemente su análisis era más acertado que nuestras buenas intenciones porque prefería no suscitar temas controvertidos de resultado incierto.

En 2004 se incorporó al Parlamento Europeo, donde hizo valer sus conocimientos y experiencia en la Comisión de Asuntos Constitucionales como ponente de informes sobre la elección del presidente de la Comisión o el presupuesto comunitario.

Pese a su paso a la política europea, continuó siendo a manforallseasons en la política belga: alcalde de Vilvoorde cuando Renault decidió cerrar su fábrica en dicha ciudad, hacedor de la transición del Rey Balduino al Rey Alberto y de este a su hijo, el Rey Felipe, mediador del Rey para formar la actual coalición gobernante, allí donde se requería habilidad y talento, allí estaba Dehaene. En 2008 me ofreció que le sustituyera en la Presidencia del Colegio de Europa en 2010. Nuevamente los acontecimientos se precipitaron: cuando a consecuencia de la crisis financiera el banco Nexia se encontró en el ojo del huracán, el incontournable Dehaene fue llamado por el primer ministro Leterme a las cuatro de la mañana para hacerse cargo de la Presidencia y a mí me tocó sucederle al frente del Colegio de Europa un año antes de lo previsto.

Amante de todos los deportes y especialmente del fútbol, intentaba no perderse un partido del Barça o del Madrid. En una ocasión le comenté que tenía un amigo en la junta directiva del club blanco y que le invitaba al Bernabéu siempre que quisiera. Dehaene aprovechó con creces mi ofrecimiento y se desplazó frecuentemente a Madrid. Lo malo para mí fue cuando mi amigo abandonó la junta directiva… y Dehaene no se dio por enterado.

En el funeral de Estado que el Gobierno belga organizó hace unos meses a quien fuera su antecesor en la Presidencia del Gobierno, Wilfred Martens, Dehaene pronunció un sentido discurso en el que alabó a las personas que están dispuestas a servir a su país en cualquier circunstancia. Aquellas palabras le cuadran a Jean-Luc como un guante. Este belga que hizo de Europa «la patria de su elección» se habrá encontrado allí arriba con otros ilustres compatriotas que le precedieron como Spaak, Gol o Herman. Con ellos contemplará el próximo 25 de mayo el resultado de otra de sus iniciativas –la elección del presidente de la Comisión por los europeos– y hará votos, estoy seguro, para que quienquiera que sea el elegido, conduzca a Europa vers le paradis de nos réves.

Íñigo Méndez de Vigo, secretario de Estado para la Unión Europea.

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