A la democracia, con alegría

Hace poco más de un año el Partido Popular fue consciente de que cuadernos azules y designaciones a dedo ya no valían para elegir a sus líderes. Con la ambigüedad que da el miedo a lo desconocido y el poco entusiasmo por un proceso cuyas virtudes no se alcanzaban a ver, puso en marcha un sistema híbrido combinando la consulta a los inscritos de entre los militantes con la decisión final de los compromisarios, dándoles a estos últimos la posibilidad, si se diera el caso, de llegar a subvertir la decisión de las urnas.

Sería injusto decir que el Partido Popular es el único que ha comprobado cómo dar la palabra a la militancia puede volverse en su contra, pero en este caso la experiencia está siendo especialmente significativa por las circunstancias que la vienen rodeando. Una convocatoria de consulta en apenas un mes, con el calendario en contra en pleno verano, exigencias de inscripción presencial, descubriendo sobre la marcha que, según el censo anunciado por ellos mismos, los inscritos quedaban reducidos a un sintomático 7,6%, con papeletas escritas a mano y en ausencia de debate ni discusión de proyecto político alguno. Con estos condicionantes y a la vista de los resultados, no puede decirse que haya sido un proceso ilusionante para movilizar a la militancia. Más bien al contrario, parece que se ha abierto una caja de Pandora que puede ser la antesala de maniobras orquestales en la oscuridad. Una consulta cuya vocación debía ser profundizar en la democracia interna de los partidos mediante un proceso de elección de sus líderes más participativo, puede acabar destapando una auténtica tormenta entre élites, o una lucha entre aparatos que han estado conviviendo al calor del poder.

En tiempos de cambios profundos como los que vivimos, la sociedad demanda nuevas formas conformadoras de nuevos fondos que no siempre alcanzamos a interpretar con acierto. Los partidos políticos, conscientes de que llevan años perdiendo reputación y credibilidad, ensayan maneras y procedimientos diferentes, que en ocasiones no sólo no responden a esas exigencias, sino que pervertidos o mal utilizados, acaban generando frustración.

Si la respuesta son las primarias, debemos preguntarnos cuál es la pregunta. Lo que la sociedad está demandando a los partidos es que afinen los sensores que les permiten leer e interpretar la realidad, que hagan permeables sus muros de forma que puedan generar relaciones osmóticas con la ciudadanía, que apliquen principios de transparencia que permitan entender la trazabilidad de los procesos internos y que sean capaces, desde esta visión que supone asumir una realidad cada vez más compleja, de dar respuestas útiles, que es, en definitiva, el fin último de la política.

De entre todas las funciones que tienen los partidos políticos en los sistemas de democracia representativa, dos destacan por su trascendencia: servir de cauce de participación a la ciudadanía y seleccionar a las élites políticas que posteriormente deberán rendir cuentas. Las dos son esenciales para construir los nuevos modelos que exigen los tiempos. No basta con poner urnas o con modificar tímidamente los siempre discutidos y discutibles estatutos.

Si realmente se cree que una convocatoria electoral es la fiesta de la democracia, hay que acudir a ella con alegría. Proponer proyectos ilusionantes. Establecer dinámicas que promuevan la deliberación. Disfrutar con cada cara a cara. Elaborar propuestas útiles que den respuesta a los desafíos cada vez más complejos que se nos presentan. Esto no es contradictorio con entender las dinámicas del poder, más truculentas cuanto más internas, ni supone obviar el conflicto. Al contrario, se trata de hacerlo emerger como fuente de creatividad e integrar el disenso en la construcción de nuevos consensos.

Esta es la meta a la que las formaciones políticas deberían aspirar, pero a ella no se llega por el único camino de las consultas internas o las convocatorias de primarias. Para que éstas sean efectivas hay que empezar por entender que, si la respuesta son las primarias, la pregunta es la democracia interna de los partidos, lo que significa repensar las estructuras, su funcionamiento, las dinámicas del poder y la forma de ejercerlo. El desafío es enorme y unos y otros ensayan, sin demasiado éxito por el momento, fórmulas que les aproximen al nuevo paradigma, aunque algunos, al intentarlo, más que ir a la fiesta de la democracia, parece que se sienten arrastrados a un funeral.

Cristina Monge es politóloga, directora de conversaciones de Ecodes y profesora de Sociología en la Universidad de Zaragoza. @tinamonge

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