¡A la guerra!

Mi liberada:

Hace diez días, en un canal televisivo francés, una militante feminista reprochó al filósofo Alain Finkielkraut su defensa del director de cine Roman Polanski cuando fue acusado de haber violado a una niña de 13 años. En 2009, en declaraciones a France Inter, Finkielkraut había dicho sobre Samantha Geimer: «Elle n’était pas une fillette, une petite fille, une enfant». Y añadió: «Era una adolescente que había posado desnuda para Vogue homme, que no es una revista pedófila. Como mínimo es algo a considerar». Caroline de Haas (ultrafeminista, exmilitante del Partido Socialista, aliada del islamismo más reaccionario), sacó a relucir esa polémica. Y el filósofo, visiblemente harto, replicó: «¡Violen, violen, violen y violen! Yo les digo a los hombres: ¡violen a las mujeres! Por cierto, yo violo a la mía todas las noches!». Estupefacta, De Haas consideró que Finkielkraut había llamado a violar a las mujeres, poniéndose, además, como ejemplo de violador conyugal y consuetudinario. Es probable que ni siquiera tú misma acabes de creértelo. De modo que te lo repito: la feminista consideró que Finkielkraut había llamado a violar a las mujeres. No solo te lo repito, sino que te adjunto la frase que luego escribió en su twitter la secretaria de Estado para la Igualdad entre Mujeres y Hombres [sic], Marlène Schiappa: «No, no se puede llamar a violar a las mujeres».

¡A la guerra!La nota en la que Le Nouvel Observateur daba cuenta del asunto precisaba qué forma de antífrasis había utilizado el filósofo en su estrategia retórica: «El autocategorema (parecido al cleuasmo o la propoiesis), consistente en repetir una acusación de la que uno es objeto, haciéndola suya (en este caso, él cree que se le acusa de hacer apología de la violación) para provocar que un interlocutor desista de la acusación». L’autocategorème! ¡Nada mem! ¿Cómo exigir a semejantes ignorantes que conozcan los refinamientos a los que puede acceder la antífrasis y de la antífrasis misma? Y, sobre todo, ¿cómo soporta la democracia que una de esas ignorantes forme parte del Gobierno de Francia y se permita exhibir obscenamente su ignorancia?

Le Figaro publicó el jueves una entrevista a Finkielkraut dedicada al caso. Esta sí llena de inteligencia. Memoriza estos párrafos, desechada:

1. «Los nutridísimos batallones de los que se lo toman todo al pie de la letra están invadiendo nuestro mundo. Francia, que en su día fue una patria literaria, se convierte, para su mayor desgracia, en una sociedad donde impera lo literal».

2. «‘El propósito de la democracia no es llevarse bien, sino saber cómo dividirnos’ [Alfred Sauvy] (...) Hay una crisis, tal vez terminal, de la conversación en Francia».

3. «En el juicio al historiador Georges Bensoussan, quien se había atrevido a decir que en muchas familias árabes los niños ‘mamaban el antisemitismo en la leche de sus madres’, oí al fiscal acusarle de ‘pasar al acto en el campo del léxico’. Pensábamos que pasar al acto consistía en salirse del campo del léxico. Estábamos equivocados».

4. «Toda una parte de la prensa se ‘mediapartiza’ y lo judicial abandona la arena jurídica y se desplaza al espacio mediático y a las redes sociales. El cuarto poder engulle codiciosamente al tercer poder. La pasión justiciera se emancipa de la ley porque la ley hace distingos, la ley confronta testimonios, la ley busca pruebas, la ley se niega a reemplazar la presunción de inocencia por la presunción de culpabilidad».

Reconocerás, aun sin quererlo, asuntos fieramente locales. Empeorados, claro. España, por ejemplo, se ha convertido en una sociedad literal, sin haber sido jamás una sociedad literaria. Supongo que es una más de las consecuencias colaterales de lo que sentenció en tiempo remoto aquel excelente crítico Pablo Corbalán: el fin del analfabetismo español no coincidió con la época de los periódicos sino con la de la televisión. No es lo mismo, en efecto, desasnarse con unos que asnarse con la otra. Por lo demás, la obsesión recta, literal, es, al menos en España, curiosamente selectiva. Estricta con determinadas opiniones y asombrosamente tolerante respecto a la verdad fáctica. España es un lugar que liquidó a un presidente de Gobierno mintiendo literalmente. Es absolutamente verdadero que, a la manera de Francia, el cuarto poder se ha tragado al tercero y que los justicieros mediáticos han reemplazado a los jueces. Pero cómo no reconocer el paso adelante español, cuando en las propias sentencias judiciales, caso de la última del juez De Prada (que sigue siendo juez), se incluye también el redactado del juicio mediático.

La entrevista de Le Figaro alude a las denuncias presentadas por diputados y activistas contra Finkielkraut. No solo denuncias. Mientras te escribo debe de estar desfilando en París –ha sido convocada en Ópera– una manifestación contra el filósofo y, en realidad, contra la filosofía. Hay un asunto clave: ningún partido político ha salido en su defensa. Ni del mainstream ni del arroyo. Es verosímil que centenares de intelectuales firmaran mañana mismo un manifiesto en su defensa, con las habituales reivindicaciones sobre la libertad de expresión y asociados. ¿Pero cuál es la traducción política de ese punto de vista? Nula. De Le Pen a Macron, nadie defiende a Finkielkraut. La situación es exactamente la misma en España. Ya sabes que no tengo mayor problema en acudir al satánico –y donoso– yo. En los últimos meses abogados católicos, homosexuales encuadrados y el Gobierno de la Generalidad, secta sumarísima, han presentado diversas denuncias en los juzgados contra mis opiniones y mis propoiesis. Es verdad que soy catalán y los catalanes somos los tipos más antipáticos de España. ¡Pero aún así, aún así! Un juez valiente ya ha empezado a tramitar una de esas denuncias. Los periodistas José María Albert de Paco y Julio Valdeón promovieron un manifiesto ante la denuncia de la Generalidad, esa organización sediciosa que cuelga de sus edificios pancartas en favor de la libertad de expresión. A día de hoy el manifiesto suma 489 adhesiones. Ni rastro de partidos políticos. Ni rastro, siquiera, de algún dirigente que a título individual conviniera en que, etcétera.

Algunos semineuronales argumentan que Vox es un partido que, precisamente, lucha por esa libertad. ¡Quia! Este es el tuit que segregó Santiago Abascal cuando dejé al sicofante en su sillón, a propósito de la gestación deliberada y orgullosa de fetos enfermos: «¡Cómo me alegro de que Arcadi Espada se coloque siempre en las antípodas de Vox, criticándonos siempre que puede! Que siga así de lejos con su inmoralidad despiadada, por favor. #SíALaVida». Otros también se preguntan por las razones de que un millón de exvotantes de Ciudadanos decidieran abstenerse en las pasadas elecciones, olvidando hasta qué punto el partido desertó de la lucha por la razón en las guerras culturales. De los socialistas, del Partido Popular y de la partida Podemos no vale la pena ocuparse. Observando a Carmen Calvo, Pablo Iglesias y Teodoro García Egea se verifica lo que dijo Camba: la política española está llena de ajo y preocupaciones religiosas. El auténtico y letal bipartidismo. Y qué decir del nacionalismo: se publicitan a diario, y justamente, sus efectos sobre la igualdad. Pero mucho menos su igualmente ontológico desprecio por el debate libre de las ideas.

Europa necesita un Partido de la Libertad. ¡A mí ya no me viene de fundar otro! Hay innumerables razones para hacerlo. Pero la primera es la de poder ir, bien pertrechados, a la guerra. Porque ahora la guerra cultural no existe. Existe la masacre.

Y tú, sigue ciega tu camino.

Arcadi Espada

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