¡A las urnas!

Tendremos elecciones abiertas, con lugar a las sorpresas. Votaremos en elecciones nuevas, no en segunda vuelta. Los partidos y los candidatos se han radiografiado en público y la ciudadanía ha tomado nota. La abstención será clave y puede ser que se consolide la tendencia actual, que beneficia al PP, pero también que la participación vuelva a ser alta. Hoy por hoy se detecta más desaliento en la izquierda, pero la situación se puede revertir si Podemos e IU consiguen formar un bloque electoral. Aun así, es imposible que emerja, tan de repente, una mayoría para el cambio real.

Las posibilidades y combinatorias son diversas, pero las previsiones, a pesar de que se haya que cogerlas con pinzas, contemplan dos escenarios básicos. Primero, que el PP y Ciudadanos sumen una mayoría suficiente y no necesiten a la izquierda. Segundo, que se produzca un resultado similar al del 20-D, aunque la nueva coalición de izquierdas empate con el PSOE o le sobrepase. En este segundo caso, volveremos a sufrir por la falta de acuerdos, y los socialistas se dividirán entre la mayoría de los partidarios de la gran coalición y la minoría proclive a formar una amalgama, inestable por naturaleza, de todas las izquierdas y buena parte de los soberanismos.

Se debe explicar bien el fracaso del presente para enfocar el futuro. Las razones de la repetición son dos y solo dos: una, la pretensión del PP de recibir apoyo socialista a cambio de nada -en vez de prometer regeneración y proponer un reparto del poder—; y dos, la negativa del PSOE a explorar un pacto que excluyera a la derecha.

El voto del cambio en España ha sido insuficiente. La idea de que los partidos han sido incapaces de dialogar y llegar a acuerdos viables es exacta pero primaria, ya que no tiene en cuenta las líneas rojas, ideológicas y territoriales, que abocaban desde el principio a la gran coalición, explícita o vergonzante, bajo pena de nueva convocatoria.

Lo de volver a las urnas, cosa inédita en Europa según parece, no es dramático. España se lo puede permitir. Catalunya también podía. La diferencia, y por eso no se repitieron en Catalunya, es que el soberanismo habría pagado un precio muy alto, mientras que el PP espera buena pesca. Sea como fuere, la entente catalana salvaba a los independentistas mientras que la repetición beneficiará al modelo social, político y territorial del PP que el PSOE es incapaz de cuestionar. El drama no está en las urnas, sino en la izquierda.

Tendemos a confundir Catalunya con el conjunto de España sin tener en cuenta que las tendencias de fondos son inversas. En Catalunya, existe una sólida mayoría para el cambio nacional y social, a pesar de los diversos acentos y matices. Basta recordar que el independentismo domina el Parlament, que los Comuns ganaron las generales con contundencia y añadir, por si a alguien no tiene suficiente, la penosa situación electoral de los dos principales partidos españoles en Catalunya. Es significativa en este sentido la fotografía de las fuerzas del cambio contra la sentencia más grosera y antisocial del TC. Muy al contrario, en el conjunto de España la mayoría política es de bloqueo, mucho más de lo que pueda parecer a primera vista. Solo hay que tener presente que buena parte del PSOE está a favor de perpetuar la España actual. Es decir, que la mitad del PSOE es del PP. ¿Solo la mitad? Tal vez me quede corto.

La clave territorial se sitúa en primer plano de manera estructural. No tan solo por el auge de los soberanismos, sino por el concierto andaluz. El poderoso PSOE de Andalucía no permitirá cambios sustanciales ni el sistema impositivo, ni en el productivo ni el territorial ni en las pensiones. Susana Díaz y Mariano Rajoy forman el gran tándem contra el cambio. La mejor garantía de permanencia del modelo actual no se llama Albert Rivera ni Ciudadanos, que pueden volverse irrelevantes a medio plazo, sino Susana Díaz y el PSOE andaluz, un especie de PNV del sur, tan inmovilista y conservador como el norteño.

Quien ha fallado, quien fallará, es el PSOE, que no ha cumplido su función de absorber las tensiones de la sociedad y no genera confianza para resolver la crisis social, la territorial ni la institucional. Por eso ha decepcionado más a sus votantes que el PP a la derecha. Si Pedro Sánchez no obtiene un buen resultado, no tan solo su vida política habrá sido efímera, sino que el propio PSOE sufrirá graves tensiones internas y un serio riesgo de división e incluso de ruptura. Quizá es el precio a pagar para disponer de una izquierda capaz de proponer una España más productiva y competitiva y, en consecuencia, más justa y mucho menos desigual.

Xavier Bru de Sala, escritor.

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