A los obispos españoles, con respeto

Por Josep-Maria Puigjaner, periodista y licenciado en Teología (EL PAÍS, 01/06/06):

Debo decir que la instrucción pastoral que la Conferencia Episcopal ha hecho pública hace unos días ha causado pena y tristeza a quienes se esfuerzan en hacer del cristianismo una religión más capaz de influir en el mundo actual. Tiene todas las trazas de un documento a la defensiva, anticuado, más preocupado por salvar la autoridad que por facilitar caminos hacia la vivencia del Evangelio en el día de hoy. Se percibe en este documento una clara censura a los discrepantes, a las voces críticas, sin tener en cuenta que quienes discrepan no son personas descarriadas, ni corrientes de revolucionarios recalcitrantes porque sí, sino cristianos que se han propuesto el loable objetivo de tratar de facilitar la inteligencia de la fe en un mundo en permanente evolución. Las críticas no provienen de ninguna "patología" como indica el portavoz Martínez Camino, sino más bien de la clarividencia y de la fidelidad al Evangelio.

El tono y el contenido de este documento obedecen a la reacción clásica de todo poder frente a la conciencia crítica, por bienintencionada que sea. Siempre, en la historia, quienes se han propuesto metas de progreso y horizontes nuevos han tenido que sufrir la desautorización, el desprecio y a veces la condena del poder constituido. La propia condenación de Jesucristo es el paradigma por antonomasia. Lamentablemente, tampoco la Iglesia jerárquica escapa, en ciertas ocasiones, a esa norma imperecedera.

La instrucción de los obispos lleva por título Teología y secularización en España, a los 40 años de la clausura del Concilio Vaticano II. Dos son las carencias que, a mi entender, tiene este documento. Primero, el hecho de no entrar a fondo en las verdaderas causas de la secularización de la sociedad, es decir, del alejamiento de las mentes respecto a los planteamientos propios de la fe cristiana. Y segundo, no estar en línea con el propio concilio, cuyo gran éxito fue precisamente estrenar una nueva dinámica de la inteligencia y de la voluntad en la relación de la Iglesia con el mundo.

Es pertinente recordar aquí a uno de los grandes teólogos que dio vida a aquel Concilio, el alemán Karl Rahner. El propósito de Rahner fue, por un lado, mostrar a Dios de tal manera que resultara accesible y comunicable, y por otro, explicar la situación de la fe cristiana en un entorno de cultura plural y secular, para que esa fe fuera inteligible y válida en el marco de la modernidad.

He dicho que el documento produce pesar y tristeza, precisamente porque no se percibe en él un espíritu dinámico, alegre y persuasivo para la hora presente, ni una actitud de progreso que abra nuevas vías hacia el futuro. Predomina la inercia, el conformismo, la visión negativa y la autocomplacencia en las propias posiciones. No se adivina ninguna intención de avanzar con la historia para mejorar las posibilidades de expansión de la fe. En mi opinión, modesta pero firme, los obispos están llamados a superar ciertas posiciones caducas e inservibles, que causan desasosiego entre muchos creyentes y provocan rechazo entre muchos no creyentes. Sería motivo de celebración pascual que los obispos resucitaran de su letargo, para iniciar una nueva etapa en la que el mantenimiento de la autoridad no estuviera reñido con las exigencias de una sana y necesaria evolución. Tanto el presente como el futuro hay que ganárselos.

Vaya por delante mi respeto a la buena fe de los obispos españoles en la orientación de los fieles, pero muchos de ellos necesitan otra clase de orientación en este confuso mundo de la globalización. La Iglesia jerárquica merece respeto, pero el cristianismo, el de hoy y el de mañana, es mucho más importante que la jerarquía. Y puesto que no está en mi ánimo dar pábulo al pesimismo, pienso que las esferas jerárquicas de la Iglesia verán un día con claridad que no es posible mantener la vitalidad de la fe en Dios sin avanzar con la historia y sin hablar un lenguaje inteligible para el mundo contemporáneo.