A merced de una mente pequeña

Una gran ambición unida a una mente pequeña conduce al desastre. Que Pedro Sánchez termine dándose un bofetón no nos preocupa, pero que el percance lo suframos nosotros, ya es otra cosa. La culpa de esta situación tiene sus razones. La indolencia por parte del Partido Popular con respecto a la vigilancia de sus miembros corruptos y su parsimonia en tomar medidas están en el origen del problema. Sin ellas, el mantra de la regeneración no hubiera tenido tanta acogida, a pesar de la crisis. Sin esos nutrientes los populismos no hubieran proliferado, ni personas de segundo nivel hubieran tenido la posibilidad de dirigirnos. Pero la crisis, en cierta medida, terminó; el gobierno, aunque tarde, está controlando la corrupción, y el poso con el que tenemos que lidiar es el de personajes de aluvión que nos desestabilizan. La culpa no es solo del PP, la culpa la comparte el PSOE por no poner remedio a un problema que le está matando mientras su ejecutiva se parte de risa cada vez que sale en televisión.

A merced de una mente pequeñaEl PSOE tiene necesidades de emplear a sus cuadros y esas necesidades han primado en momentos difíciles sobre el interés del país. De lo contrario, hubiesen sido inimaginables sus alianzas con Podemos, un partido leninista, filoetarra, no democrático, antieuropeísta, que no ha firmado el pacto contra el terrorismo y que está a favor de los referéndums de independencia. ¿Qué pinta en todo eso un partido como el PSOE? Desde luego nada, pero si lo dirige una figura como Pedro Sánchez, un economista de secano, que no ha sido ni alcalde y menos aún presidente de autonomía, y que tiene sobre la Monarquía, la Iglesia, los toros o las cabalgatas de Reyes, visiones tan distintas como posturas el Kamasutra, tendremos que concluir que está donde está por responsabilidad de sus bases; lo que no exime al Consejo Federal del PSOE de la obligación de actuar ante los peores resultados electorales de su historia y estos meses de vodevil y palabrería.

Es cierto que en el fútbol se marcan goles por contingencias impensables, y aquí puede acontecer algo parecido: que de rebote Sánchez termine siendo presidente de la nación. Ahora bien, lo que los pactos no podrán lograr es que sea un buen presidente. Sánchez ni tranquiliza como Rajoy, ni entusiasma como Rivera, ni emboba como Iglesias. Sánchez sobrevive como el colibrí, agitando continuamente las alas, dando buenas noticias, para ganar un tiempo que no tenemos mientras se aleja la inversión, se desacelera la creación de empleo y se amotina el déficit.

La única convicción profunda de Sánchez es deshacer lo que ha hecho el PP y para lograrlo desea amancebarse con un Podemos que se relame antes del atracón. Su contribución más brillante ha sido querer cambiar la Constitución y convertirnos en un país federal que resuelva en abstracto las tensiones periféricas. Planteamiento en el que se siente, por una vez, a gusto, ya que sabe que no está en su mano llevarlo a cabo. Pero peor que la inflación que deterioraba la economía, está ahora esta inflación de palabras a las que Sánchez es tan proclive, y que abarata la moneda del pensamiento con lo del «gobierno del cambio»; frase hueca donde las haya, que no asegura que el cambio sea a mejor y que no es contribución suficiente como para darle a nadie una oportunidad como la que pide.

Sánchez es un osado posibilista que cuenta con el ejemplo inmarcesible de Zapatero. Peor que Zapatero, debió decirse, no lo podía hacer… Sin embargo, ofuscado por su objetivo, no ha valorado sus posibilidades reales en un diagnóstico muy sobrevalorado de sí mismo. Me impresionó verle en el programa de Osborne, con aquella falta de saber estar. Muchos debieron pensar que si se conducía así en un ambiente amable, cómo se desenvolvería negociando con Cameron. También me impresionó su falta de señorío y educación (me niego a creer que sean atributos exclusivos de la derecha) en el debate contra Rajoy; por no comentar sus complejos al no vestir de esmoquin la noche de los Goya, lidiar de manera pusilánime con el teatrero Iglesias, o tartamudear ante sus pintorescos concejales. Pruebas todas ellas de un intelecto inseguro, con tendencia a equivocarse, del que el PSOE debería sentir vergüenza ajena. Según me diría un alto cargo socialista: «Antes de ser candidato me entrevisté durante una hora con Sánchez, a petición suya, para que me explicara sus planes y no saqué nada en limpio». Pero, claro, Sánchez era alto y joven, prometía socialdemocracia y un día se hizo una foto con la bandera de España…

Con Podemos, Sánchez equivocó su diagnóstico. En vez de ver en él al adversario que los iba a engullir, vio los votos que le podían hacer presidente. En esa apreciación radican parte de nuestros males y la decadencia del Partido Socialista. Para extremismos, para utopía revolucionaria, para destrozar el sistema ya está Podemos y no necesita que nadie le ayude. Pero la escasa reflexión de este dirigente que con sus contoneos altaneros quiere ser nuestra luz y guía, no lo desea ver así. Iglesias le ha susurrado, como Belcebú, que con él irá al cielo, y Sánchez a regañadientes y contra toda opinión sensata, desea creerlo. A partir de ese momento se produce un despiporre gestual aritmético de sumas y restas que si tuvo alguna contención fue la de las líneas rojas del Consejo Federal del partido y su apuesta por Ciudadanos. Líneas rojas que a Sánchez le horrorizan porque suponen principios, para un hombre que no sabemos si los tiene. De hecho, cada vez que alguien habla de ellos ve su presidencia en globo y «se le cambia la color».

En un ranking de las carencias de la humanidad, la mayor para algunos es la energía, para otros las proteínas. O la democracia. O el derecho de asilo. O el trabajo. Para mí la mayor carencia es la imaginación que puede resolver todas las demás; en este caso la imaginación de los políticos. Sánchez, al contrario que sus tres adversarios, no la tiene y por ello es tan repetitivo. De lo contrario se hubiera dado cuenta de que Podemos tiene debilidades por todos los flancos a las que hacer frente como oposición y en cuyo ataque, y no alianza, debería fundamentar la recuperación del PSOE. Tapar y perdonar las ocurrencias de Podemos a cambio de promesas personales, es una falta de lealtad. Mejor que un gobierno del cambio es un buen gobierno, y para conseguirlo me temo que habrá que esperar a cambiar a Sánchez.

José Félix Pérez-Orive Carceller, abogado.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *