A mi empoderada

Querida María:

Aunque cavilar sobre el feminismo siempre me resultó una tarea arriesgada, te confieso que hoy no puedo resistir la tentación de escribirte para comentarte la celebración el pasado lunes del Día Internacional de la Mujer. Para empezar, te digo, y lo hago con toda franqueza, que a mí la fiesta, una vez más, me ha parecido innecesaria, como me lo parecería hacer un Día Internacional del Hombre.

Dicho esto y antes de seguir, permíteme un turno de preguntas que ya te anticipo ninguna es ingenua. ¿Cuáles crees tú que pudieran ser las motivaciones de esas manifestaciones del 8-M que, por cierto, tan poco eco han tenido en la calle ante las prohibiciones impuestas por los peligros de la Covid-19? ¿A ti te parece que, en verdad, se trataba de reclamar la igualdad total entre el hombre y la mujer? ¿Has pensado si la jornada más que la expresión de una reivindicación fue la muestra de un resentimiento?

Aunque jamás alardeo de ello ni de ninguna otra cosa, tú sabes, pues en alguna ocasión te lo he contado, que llevo muchos años interrogándome sobre la mujer y sus circunstancias y que, como punto de partida, siempre he estado en contra de los misóginos recalcitrantes al estilo de Kant o Confucio, dos personajes que consideraban a la mujer un ser sin principios o lo más corruptor y corruptible de la tierra. También que, por el camino inverso, no soporto la actitud de aplaudir iniciativas como esas que postulan la ministra de Igualdad y sus aduladores hasta la náusea, pues tengo para mí que con el lema de libertad, igualdad, fraternidad, triple grito de la Revolución francesa, o con el artículo 14 de nuestra Constitución, se puede evitar la desigualdad y respirar aires de justicia. Nada peor ni más ridículo que los eufemismos o las exhibiciones de progresía.

Seguro que recuerdas que, hace ahora 10 años, nuestro amigo Raúl del Pozo, ese hombre que trabaja con el ruido de la calle, delante de su maravillosa Natalia, nos dijo que para él la celebración del Día de la Mujer era una enmienda a la totalidad, motivada por el fracaso de los hombres para cambiar el mundo. Los cuatro coincidimos en algo tan obvio como que la inteligencia, lo mismo que la capacidad, se reparte al margen de los sexos. Esto es irrefutable. Entonces y ahora. Hoy que las mujeres estáis correctamente valoradas, es lamentable que se cometan necedades como esas de reservar porcentajes en listas electorales, reclamar las mismas plazas en los tribunales o idénticos sueldos que los hombres, simplemente porque sí y al margen de méritos. Todo esto es moverse por terrenos pantanosos. Pedir, por pedir, igualdad de trato, como si la mujer fuese una especie a proteger, es retroceder parte del territorio ganado a base de tiempo, trabajo y sacrificio. Si una mujer está preparada para la política o para ocupar un puesto de elevada responsabilidad, debe ser elegida o contratada porque vale y no porque forme parte de una cuota. Hacer lo opuesto es volver a la humillante incultura del género.

¿Qué te voy a contar a ti que no sepas? Yo, lo mismo que tú, lo tengo claro. A nadie, sea hombre o mujer, blanco o negro, católico o protestante, debe gustar que le embauquen, sean políticos, feministas o trovadores. Pongan como se pongan, todas las diferencias que se intenten arbitrar para compensar desequilibrios históricos merecen ser tachadas de contrarias a la Constitución y, por tanto, inadmisibles.

Es indudable que la igualdad del hombre y la mujer es una de las más altas empresas capaces de definir el nuevo mundo. Pero ese principio puede quebrarse tanto por defecto como por exceso. Admitir las diferencias no permite esquivar los desatinos. España está a la cabeza de Europa en la batalla contra la violencia sobre la mujer o en la desaparición de las diferencias salariales entre el hombre y la mujer trabajadora. Hoy las notables figuras del liderazgo femenino de principios de siglo pasado se quedarían de piedra al ver lo que se ha logrado en ese campo, pese a la presencia de algunas feministas dispuestas a hacer pagar a los demás el alto precio de sus propios infortunios.

En el terreno en el que habitualmente los dos nos movemos, o sea el de la administración de justicia, a la hora de valorar el trabajo de la mujer, excepción hecha de muy contados casos, los ejemplos de espléndidas jueces –aquí sí es correcto lo de juezas– fiscales y abogadas avalan, con absoluta garantía, sus dotes para asumir, con dignidad y eficiencia, la responsabilidad de juzgar o defender al prójimo. Coincidirás, por tanto, conmigo en que es un hecho con categoría de probado que hace años que a la mujer le llegó su turno y que las conquistas de derechos y libertades por las mujeres españolas son citadas fuera de nuestras fronteras como ejemplos a seguir y está demostrado que incluso vamos por delante de aquellos vecinos en los que tantas veces nos miramos no sin cierto complejo de inferioridad. Según el informe Women in Business, en España el 34% de los altos cargos los ocupan mujeres, lo cual sitúa a nuestro país sólo por detrás de Polonia en cuanto a igualdad efectiva, pero por delante de Alemania, Estados Unidos y Francia. Esto es cierto y se puede leer en el último estudio del Instituto Europeo de Igualdad de Género. En él se afirma que aún existen dificultades para conciliar vida familiar y laboral y se denuncia la discriminación salarial que sufren las mujeres en Europa, con unas retribuciones inferiores a las del hombre en un 22% de media, lo que supone que trabajáis al año dos meses de forma gratuita..

Si la inteligencia de la mujer ha sobrevivido a tanta hostilidad, a tanto abandono y a tanta contradicción es porque vosotras sois más necesarias que el hombre para la vida. Y añado. Siempre he sostenido, creo que con buen juicio, que quizá aquí se encuentra la razón de la oleada de violencia contra la mujer protagonizada por hombres, sean maridos o no, porque no soportan las bofetadas que en su orgullo diariamente reciben de un ser a quien consideran muy superior a ellos. En la violencia contra la mujer siempre hay una inmensa represión masculina, lo que no me impide sostener que la tutela penal reforzada de la mujer, que algunos llaman de acción positiva, a base de tipos delictivos que la protegen de modo más severo, descansa en situar a la mujer en posición subordinada respecto de su pareja masculina y nos retorna a un autoritario Derecho penal de autor, frente a un democrático Derecho Penal de hecho.

En fin. Sé bien que, desde luego, no perteneces a ese tipo de mujeres y de corrientes, pero ojo con determinadas tesis radicales, como aquella que patrocinaba la exaltada Valerie Solanas en el Manifiesto por el exterminio del hombre. En la actual y fascinante situación en que España se encuentra, a mí me aterran los niveles de estupidez de algunas feministas empeñadas en abrir los ojos a las mujeres cuando vosotras solas sois capaces de descubrir y de descubrirnos a los hombres el mundo cada mañana. En palabras del poeta, el hombre y la mujer triunfan o sucumben juntos, a lo que cabría sumar lo que dijo Federica Montseny, sindicalista, anarquista y ministra de Sanidad y Asistencia Social en la Segunda República, cuando exclamó «¿Feminismo? ¡Jamás! ¡Humanismo, siempre! Propagar un feminismo radical es fomentar un masculinismo, crear una lucha moral y absurda entre los dos sexos que ninguna ley natural toleraría».

Quedo a la espera de tu respuesta que ya estoy deseando recibir.

Postdata: Te pido disculpas por llamarte empoderada, cosa que seguramente no ha sido de tu agrado y que fácilmente entendería, pues, aparte de que el uso del participio no es lo más correcto, nadie más lejos que tú de esas mujeres y colectivos femeninos que tan a menudo usan el vocablo movidas por el émbolo del oportunismo y el sectarismo, según los supuestos o, lo que es igual, conforme convenga.

Javier Gómez de Liaño es abogado. Fue vocal del Consejo General del Poder Judicial y magistrado.

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