¡A moro muerto, gran lanzada!

«Entre enemigos y sometidos, nadie se preocupa de la posteridad». Cornelio Tácito

A Fernando García de Cortázar, cristiano e historiador, que no es lo mismo, afortunadamente, que historiador-cristiano, le dolían extraordinariamente las bravatas diarias y continuas contra sus dos esencias.

En el acto I, escena IV de Hamlet, el guardia Marcelo comenta, preocupado a su camarada, el filósofo Horacio: «Something is rotten in thestate of Denmark». Algo percibido hasta por los niveles estamentales menores. Fernando ha encarnado, de siempre, a Marcelo. Le he oído repetidamente afirmar: «Algo grave le está pasando a este hermoso país». Pero también ha encarnado a Horacio: el observador de una sinrazón, una locura, en este caso una fiebre social, lo que ha sido línea argumental de la más intimista de sus obras: «Católicos en tiempos de confusión». Como analista sutil y racional de causas y efectos de los que es preciso tomar conciencia, el padre García de Cortázar ha fustigado las sorpresas negativas que sufrimos que reflejan y suponen, bajo el disfraz de la moda de la corrección y de la trivialidad, un atentado continuado, de suma y sigue, a nuestra herencia, moral y cultural. Cortázar ha delatado «Desde la España de ahora mismo», sin acritud, pero con contundencia, una actuación oficial nebulosa, oportunista, claudicante: síntomas, políticos y sociales de una enfermedad más profunda de un cuerpo social debilitado.Atentado de lesa identidad colectiva, de valores en peligro, ese legado de los pilares de la cultura europea: la concepción filosófica greco-romana y las normas de convivencia del iuscivile: 'honeste vivere, alterum non laedere, suum quique tribuere', interpretadas a la luz de un mensaje de amor, de comprensión y de templanza que las humaniza ya que 'summun ius summa iniuria', centrado en el Nuevo Testamento y en la figura de Jesús de Nazaret junto a la que no debe haber cabida ya a un Caín que no se considere guardián de su hermano. El profundo conocimiento y el sesudo análisis de la historia, manifiesto en tantos de sus trabajos, especialmente en los menores, en los directos, le han permitido en toda su brillante trayectoria entenderla como un camino hacia el destino con sus trompicones: errores, temores, condescendencias que delató hasta anteayer en que la Providencia decidió detener su pluma. Lo que más le ha venido mortificando han sido las condescendencias culpables al poder y la 'opinión pública' de los que gritan más fuerte y de los que en alguna ocasión han convertido aquélla en corifeo. Culpa en los silencios cómplices ante la injusticia y la opresión, por muy razonables que pudieran parecer en determinados periodos históricos, culpa en las concesiones a oportunismos actuales, ajenos a todo rigor como aquel documento de una comisión eclesiástica que se propuso y en parte consiguió dañar la fiesta del V Centenario del Descubrimiento, en su esencia, atribuyendo a la colonización española de América, la primera manifestación de superioridad racial, momento en el que este problema alcanzó pretendidamente una cota global. Ocasión bien elegida, momento en que España pretendía salir de un largo periodo de humildades aceptadas y marginaciones internacionales consentidas, respondidas con más y más dosis oficiales de complaciente e ignorante indefensión. En estos momentos, como hemos comentado él y yo en alguna ocasión, somos asombrados e indignados testigos de la campaña de descrédito revisionista contra fray Junípero Serra secundada por una universidad californiana, institución, cuyo lema o cartela institucional hace alusión a unos 'winds of freedom' utópicos.

En otro matiz, en el del sentido del testimonio cristiano como antídoto cuya más excelsa manifestación es el martirio, el padre García de Cortázar, ha tenido un paradigma, sabio y lleno de 'joi de vivre' como él mismo: Tomás Moro. Porque los ataques vienen desde muchos lados, unos son directos y otros 'pacíficos' desde el relativismo moral, el escepticismo, el desprecio a la dignidad, el hedonismo, la trivialidad, el populismo, la ambición, el ansia de poder... para los que la concepción cristiana de la vida es obstáculo importante.Sacrificio parejo en dignidad al que tanto nos conmovió en su día del padre Pajares ante el previsible y aceptado Ébola, si no ante el verdugo, cuya oblación mereció en su día una actitud, bastante amplia de burlesco despego y de desprecio –desprecio es falta de aprecio– por un sector mediático español que llegó a tildar de riesgo y malversación los esfuerzos encaminados a salvar su vida y que acabó desdiciéndose, abochornada por su propia vileza y su incapacidad de comprender la heroicidad desinteresada y el amor fraterno. Mensajes continuos que, o descartan los valores identitarios de la tradición humanista o muestran un poscristianismo utópico, un espacio moral de libertad, de justicia social y de fraternidad, falsos, enmascarados en la frivolidad y en la novedad. Novedad vieja como el mundo.Cada día se recibe el mensaje de moda, el de la abdicación sin más, que atrae a quienes ven en él un medio para fines, por el momento inconfesables, aunque se atisben los potenciales frutos de crispación y de violencia, pero también a quienes, dispuestos a transigir en todo, incluso en la verdad –la trascendente y la científica–, creen robustecer con ello la fraternidad aunque sea pasando por alto el tercer componente obligado de la trinidad moderna, la igualdad, que creen defender: y que sin embargo se basa en el reconocimiento y el respeto mutuo a la dignidad entre partes, incluida la dignidad histórica. Cuando René, vizconde de Chateaubriand, opone el genio del cristianismo, defendiendo la sabiduría y belleza de la religión, afectada por la filosofía ilustrada y por la revolución, a la reencarnación del pagano genio imperial, en Napoleón, evoca a un historiador valiente que convivió con la locura contemporánea y acabó, para la posteridad, como juez de ella: Cornelio Tácito. Enfatiza el pensador francés: «C'est en vain que Néron prospère, Tacite est déjà né dans l'Empire». Porque el historiador cabal es testigo y notario. Las armas de Cortázar han sido un conocimiento, un discernimiento y un estilo literario, fuera de lo común, eficaz transmisor hasta de los pensamientos más profundos de un doctísimo y ameno autor y docente, cuyo lema podría ser como el de Bernanos: «Monœuvre, c'est moi même, c'est mamaison», porque García de Cortázar ha escrito lo que creía y pensaba, lo cual es, de por sí, extraordinario.Efectivamente, querido Fernando: ¡A moro muerto, gran lanzada!, ¡a Tomás Moro muerto, y a toda una tradición española y europea de servicio, gran lanzada!, apostillaría yo, pero aún nos quedan tu ejemplo, tu recuerdo y tus trabajos. Gracias por ellos.

Hugo O'Donnell

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