A partir de ahora eres tu otro

¿Era necesario caer desde tan alto y ver nuestras manos manchadas con nuestra propia sangre para darnos cuenta de que no somos los ángeles que creíamos ser? ¿Era necesario mostrar nuestras vergüenzas en público para que nuestra verdad dejara de ser virgen?

¡Cuánto mentíamos al decir somos una excepción! ¡Creerte a ti mismo es peor que mentir a los demás! ¡Mostrar afecto a quienes nos odian y maltratar a quienes nos aman: ésa es la bajeza del arrogante y la altanería del humilde!

Pasado, yo te invoco: no nos cambies cada vez que nos alejamos de ti. Futuro, no nos preguntes: ¿quiénes sois y qué queréis de mí? Nosotros tampoco lo sabemos. Presente: toléranos. No somos más que transeúntes incómodos.

La identidad es lo que dejamos en herencia, no lo que heredamos. La identidad es lo que inventamos, no nuestros recuerdos. Es lo que corrompe el espejo que hay que romper cada vez que nos gusta la imagen.

Se puso una máscara, se envalentonó y mató a su madre porque era la presa más fácil, porque una mujer soldado lo paró y le mostró los pechos diciendo: ¿Los tiene así tu madre?

Si no fuera por el pudor y las tinieblas, yo visitaría Gaza, aunque desconozca el camino a la morada del nuevo Abu Sufián y el nombre del nuevo profeta. Y si no fuera porque Mahoma es el Sello de los Profetas, cada facción tendría el suyo y cada compañero de profeta su propia milicia.

Nos ha asombrado el cuarenta aniversario de la Guerra de Junio: si no encontramos quien nos vuelva a derrotar, nos derrotamos a nosotros mismos con nuestras propias manos. Para no olvidar.

Por mucho que me mires a los ojos, no hallarás en ellos mi mirada. La ha raptado un escándalo.

Mi corazón no es mío ni de nadie. Se ha independizado de mí sin ser del todo piedra.

Quien grita "¡Dios es el más grande!" sobre el cadáver de su víctima, su hermano, ¿sabe acaso que es un infiel al ver a Dios en su propia imagen? Y que es más pequeño que cualquier ser humano. El recluso, ávido de heredar la prisión, ocultó la sonrisa de la victoria ante las cámaras, pero no pudo reprimir la felicidad que irradiaba de sus ojos. Quizá el actor se vio superado por el improvisado guión. ¿Qué necesidad tenemos de narcisos si somos palestinos?

Mientras no sepamos la diferencia entre mezquita y universidad, porque lingüísticamente tienen la misma raíz, no necesitaremos un Estado... pues su destino es el mismo de los días.

Un enorme cartel a la puerta de un bar: "Bienvenidos los palestinos que regresan del combate. Entrada gratis. Y nuestro vino... no embriaga".

Un profesor de universidad me dijo: "No puedo defender mi derecho a trabajar como limpiabotas en la calle porque mis clientes pueden considerarme un ladrón de zapatos".

"El extranjero y yo contra mi primo. Mi primo y yo contra mi hermano. Mi maestro espiritual y yo contra mí". Ésta es la primera lección de la nueva educación nacional, en los pasadizos de las tinieblas.

¿Quién entrará primero al paraíso? ¿El que murió por las balas del enemigo o por las balas del hermano? Algunos alfaquíes dicen: ¡Cuídate del enemigo que ha parido tu madre!

No me irritan los fundamentalistas, porque a su manera creen. Me irritan sus partidarios laicos y sus partidarios ateos, para los que sólo existe una religión: la de sus imágenes en la televisión.

Alguien me preguntó: ¿tiene un guardián hambriento que defender la casa que ha dejado su dueño para pasar sus vacaciones en la Riviera francesa o italiana... qué más da? Le contesté: No, no tiene que defenderla. Me preguntó: ¿Yo + yo = dos? Contesté: Tú y tú sois menos que uno.

No me avergüenzo de mi identidad, pues todavía se está escribiendo. Sí me avergüenzo de algunas de las cosas que dice Ibn Jaldún en los Prolegómenos.

A partir de ahora eres tu otro.

Mahmud Darwish, poeta palestino. Es uno de los grandes escritores árabes contemporáneos. Autor, entre otros libros, de Menos rosas, El lecho de una extraña y Memorias para el olvido. Éste ha sido escrito por Darwish en su diario personal a raíz de los recientes enfrentamientos entre palestinos en los territorios ocupados. Traducción del árabe de Gonzalo Fernández Parrilla.