A partir de un juicio severo

"Quienes se consideran identificados con el gran país que es España deben saber que el trato que se da a Catalunya no responde a esta grandeza". Jordi Pujol (La Vanguardia, 1 de agosto de 2007).

A ver si entendí bien el artículo veraniego de Jordi Pujol. La entradilla tiene solemnidad, y creo, leído todo, que en lo fundamental coincidimos.

1. El Estado invierte poco en Catalunya, dice Pujol. De acuerdo: en porcentaje de inversiones estatales estamos por debajo de nuestra aportación a la renta nacional española.

2. Una cosa es, digo yo, que Catalunya sea solidaria y pague más de lo que recibe en servicios, y otra es que esa solidaridad se traduzca en infraestructuras peores.

3. De ese modo estaríamos matando la gallina de los huevos de oro, porque, con peores infraestructuras, Catalunya crecería menos de lo que podría y no estaría en condiciones de seguir contribuyendo en la misma medida.

4. Una cosa es que vía Seguridad Social y vía sistema fiscal las pensiones de vejez y la asistencia médica sean más igualitarias que la distribución de la renta y otra es que de Madrid a Valencia se vaya en alta velocidad ferroviaria y de Barcelona a Valencia (o a Montpellier o a Bilbao), no.

Pero el president Pujol dice algo sorprendente: "De un tiempo a esta parte vengo siendo crítico con Catalunya". ¿Qué quiere decir? ¿Es crítico con Catalunya? ¿Con su Gobierno? ¿Con los empresarios o los sindicatos o las ONG's? No lo precisa.

El PSOE siempre ha creído que Catalunya era nacionalista y que por tanto había que pactar con CiU, no con los socialistas catalanes. Cierto es que al principio Zapatero era federalista, pero poco a poco el peso de la púrpura y del centro pudo más y se volvió a la "conllevancia" de Felipe González entre catalanes y castellanos. Soportarse más que convencerse. Pacto más que federación, y, menos aún, asimétrica. Y sólo se pacta con los distintos, no por supuesto con los tuyos, que por algo son tuyos.

Creo no faltar a la verdad si digo, volviendo al principio, que comparativamente Pujol fue poco crítico con CiU y que raramente confesó errores. Ésa es otra diferencia. Pero la distancia entre nosotros no crece: al contrario. Vaya usted a saber si algún día no convergeremos varias fuerzas hacia un espacio de centro-izquierda europeo, cerca del centro, del centro en términos sociales y de identidad nacional. No por casualidad Josu Jon Imaz y yo nos encontramos hace un año en Roma con Duran Lleida en un encuentro del Partido Demócrata Europeo de Prodi y Rutelli. Ésa es la vía de futuro, sin duda. Lo cual no equivale a proponer ahora y aquí un pacto entre socialistas y convergentes.

Volviendo a Pujol, su hoja de servicios a Catalunya es incomparable con la de cualquier otro político vivo. Tarradellas, Reventós, Gutiérrez Díaz y Cañellas ya no están entre nosotros y, por cierto, merecen mejor homenaje que el que les hemos ofrecido. Y en España los grandes monstruos, como Fraga y Carrillo, están prácticamente retirados, aunque de vez en cuando dejan caer propuestas sensatas como la reciente de Fraga en favor de Gallardón.

Sin embargo, si hablamos de infraestructuras, el problema es que aquí Pujol y Maragall tenemos algo que ver. Para empezar, con las infraestructuras eléctricas, en proporción a la duración de nuestros mandatos y los recursos disponibles en ellos.

El día que Endesa compró Fecsa, en vez de que Gas Natural comprara Endesa que era el primer proyecto, algo empezó a ir mal. La compra de Endesa por la italiana Enel, que Madrid prefirió a la OPA de Gas Natural, se ha ido a pique. ¡Antes italianos que catalanes!, se dijeron en Endesa en clara muestra de patriotismo. Pero es evidente que en el tema eléctrico llueve sobre el mojado del panorama de las infraestructuras catalanas en general.

En materia de ejes por carretera, el president Montilla me dijo que se va a desdoblar l'Eix Transversal: es una gran noticia. Parece que habrá que repetir alguna de las trazas porque duplicadas no caben en el diseño actual. Las autopistas de los años sesenta del siglo pasado, la de La Jonquera, en la frontera con Francia, la que va a Valencia y Murcia, y la de Bilbao-Behobia, ejes que finan-ció el Banco Mundial a instancias de López Rodó y Fabián Es-tapé, y la autopista Barcelona- Zaragoza-Madrid, hace años quedaron cortas. La mejora del Eix Pirinenc por carretera, con los túneles que hagan falta, y la prolongación del tren francés (mejorado), desde Bourg-Madame hasta La Seu d'Urgell y Andorra, son temas pendientes.

La alta velocidad empezó por el tramo Madrid-Sevilla. Felipe González apoyó a muerte los Juegos Olímpicos de Barcelona y Barcelona apoyó que la alta velocidad empezara por abajo. No contábamos con que luego cambiaría el presidente y se impondría otra fórmula: de Madrid a cada capital de provincia en alta velocidad (300 kilómetros por hora). De Barcelona a Valencia, 200 kilómetros por hora, la llamada velocidad alta. Y aún más: para llegar a Alicante había que cambiar de tren y de ancho de vía en Valencia. Así era la última vez que fui donde nacieron mis abuelos, en Monòver. Ahora ya se llega sin cambios.

Hay que invertir más. En conexiones eurorregionales sobre todo. Nos jugamos mucho. Nos jugamos vertebrar o no una Eurorregión potente de entre 15 y 20 millones de habitantes, con Midi-Pyrenées, Languedoc-Roussillon, Catalunya, Aragón, Valencia, Baleares y quizás Andorra. Da pena ver la debilidad que aún hay en las conexiones fronterizas. Llegar a la tumba de Machado en Collioure o al Museo de Arte que dirige Josefina Matamoros en Céret o al monumento a Walter Benjamín en Portbou, resulta menos frecuente de lo que sugiere la distancia a vuelo de pájaro. Menos mal que gente emprendedora como la alcaldesa de Rosas han entendido que hay que invertir en cultura y no tan sólo en turismo, y están fortaleciendo la vitalidad del territorio, antes dependiente de la frontera y ahora que no existe, del ingenio de sus habitantes y regidores.

Y hablando de fronteras, de trascenderlas, creo que nuestras autoridades deberían ser menos remisas en visitar la tumba de Machado en Portbou. Eso haría más por restañar heridas que otros gestos más ampulosos.

Volviendo al principio, ni Pujol ni yo somos independentistas, y los empresarios a los que él alude menos todavía, pero Catalunya tiene una geografía, una economía, una historia y una política que la hacen soñadora de una autonomía fuerte. Y hoy, en la Europa abierta del euro y de las políticas comunes, en la Europa atrevida de Sarkozy y de Merkel, esa pulsión tiende a expresarse con gran elocuencia.

Los modelos norirlandés, bávaro, flamenco, escocés, etcétera, acabarán creando, con los nuestros -el catalán, el vasco y el gallego- una tipología europea standard de naciones sin Estado pero reconocidas como tales.

El Estatut, que es ley española pero generada aquí y refrendada por el pueblo de Catalunya, ya lo hace, ya lo dice. El problema es la manera española (¿debería decir del resto de España?) de reaccionar a las propuestas catalanas, antes y ahora: primero, con el café para todos, que generalizó muchas de las fórmulas del primer Estatut a todas las autonomías, y ahora, con la amenaza de una sentencia del Tribunal Constitucional que depende de las elecciones del año que viene, para qué engañarse.

Eso con los vascos no pasa tanto, o no siempre (con el primer plan Ibarretxe sí pasó y con el plan Imaz de forma distinta también se ha frustrado). Pero la excepcionalidad vasca tiene más carrera y más defensores en el conjunto de España. (Hasta el franquismo dudó en cargarse los fueros y derechos de las provincias vasco-navarras, y acabó respetando los de Álava y Navarra, y castigando sólo a las que "se habían portado mal", las "provincias traidoras" como decía el decreto.

Volviendo de nuevo al principio: no creo que se trate de un problema de buen trato o de maltrato. Se trata de una incapacidad para comprender o de una imposibilidad de convencer, o de las dos cosas a la vez.

[PS: Una curiosidad; en una carta enviada en 1936 por Francesc Cambó a Joan Ventosa Clavell le decía: "Nos conviene que dure el Frente Popular el tiempo necesario para completar los traspasos y consolidar la autonomía de Catalunya; para aprobar los Estatutos vasco y gallego y hacer los correspondientes traspasos, y para crear otros núcleos regionalistas y, a ser posible, con Estatuto (Valencia, Aragón, etcétera)". De Riquer i Permanyer, Borja. Francesc Cambó: entre la Monarquia i la República (1930-1932). Barcelona: Editorial Base, 2007. Página 194].

Pasqual Maragall, ex presidente de la Generalitat de Cataluña.