Por Xavier Bru de Sala (LA VANGUARDIA, 18/03/06):
Tanto apretar las tuercas a Esquerra para que se integre en el consenso estatutario, cuando mejor sería forjar un nuevo consenso. Una valoración que acerque el discurso de los políticos a la sensibilidad de la calle. Mal vamos si el president y el líder de la oposición se obstinan en vender el Estatut como panacea. Supera al que había, sin duda. Pero se ha quedado bastante más lejos de lo previsto, y no digamos de lo que aprobó el Parlament, no en un ejercicio de irresponsabilidad, como tanto repite el PSOE, sino en el mejor y más amplio acuerdo, en consonancia con los deseos, intereses y necesidades de Catalunya.
Ahora se requiere un nuevo consenso, no una tergiversación del de septiembre. Consenso en primer lugar valorativo del alcance del instrumento. Este Estatut, que ya casi está listo para referéndum, no puede ser a la vez un chollo y una tomadura de pelo. Procede, pues, encontrarse en un punto intermedio. ¿Qué tal "mejor que nunca pero insuficiente"? Tanto mejor como insuficiente tienen suficiente amplitud semántica para reflejar el sentir de muchos, me atrevería a decir la mayoría - por lo menos de los que los que aprobaron un texto bastante más ambicioso-. Todos creen que es mejor. Mucho, bastante o algo, pero en cualquier caso mejor. En cuanto a insuficiente, permite una gama infinita de matices. Contiene el casi suficiente de PSC e Iniciativa. Los de CiU pueden valorarlo como un gran logro de Mas, sin dejar de hacer hincapié en las importantes carencias. ERC puede decir que es muy insuficiente, culpar a los demás de haber ido de rebajas y concluir que de todos modos, en beneficio de su aplicación laxa en vez de restrictva, más vale mantener la unidad del tripartito, que empieza por la unificación de criterios ante el referéndum.
En fin, el president Maragall tiene ingenio sobrado para desmarcarse de Zapatero sin amargarle por completo las mieles del triunfo a las que cree tener derecho. Si pretende representar a todos los catalanes, el president no debería quedarse en la repetición del estribillo según el cual se trata del mejor Estatut de nuestra historia. Falta la letra de la canción, que debería insistir en la diferencia entre las aspiraciones y las consecuciones. Frases del estilo "No es lo que queríamos, pero es mejor que cualquiera de los anteriores", sintetizarían la postura que creo atribuible al president. Así evitaría que Zapatero metiera la pata en Catalunya - al tiempo que se hacía un triste favor en España- programando una gira triunfal. Sospecho que se le agradecerían más los servicios prestados si se abstiene de venir a vender el producto, si mantiene una actitud de respeto y no injerencia en una decisión que es de los catalanes, que si, por lo contrario, pretende ser aclamado como Azaña cuando trajo el Estatut de 1931. Éste es el Estatut de la Moncloa, no el del Parlament (ni el de las Cortes que formalmente lo aprobarán).
Ahora, casi cerrado el Estatut, hay que aprobarlo en referéndum, para lo cual conviene levantar las menores ampollas posibles (no fuera a darse el caso de que más de uno se rebotara). Personalizando un poco, pero menos de lo que puede parecer, no tengo a esas alturas la menor duda sobre el sentido afirmativo de mi voto, pero no quisiera que me tentaran a cambiarlo dándole un sentido que no tiene antes de que lo deposite en las urnas. Hay que andar, pues, con mucho tiento de aquí al día de las urnas si no queremos arriesgarnos a convertirlo en jornada de discordia nacional. Tan lejos de funerales por quien aún no ha nacido como de triunfales campanadas a vuelo, defiendo un sí comedido, ecuánime, esperanzado pero desconfiado al mismo tiempo. Un sí sin fisuras, con la menor división posible en la sociedad y entre sus representantes, que al mismo tiempo que toma lo que hay encima de la mesa abra las puertas a nuevos planteamientos colectivos en pos de las cotas de autogobierno de veras necesarias.
Volviendo al principio, no se trata de forzar sino de facilitar. Esgrimir el sí como un arma que ponga a otros fuera de combate sería un error importante, que tanto podría pagar quien blandiera el Estatut como un garrote como quien recibiera el palo. Después de todo, los que han aguantado durante más de tres años de proceso estatutario, o sea, los catalanes, no merecen ni que se les engañe convocándolos a un baile de disfraces ni que el espacio público se llene de aguafiestas. El Estatut es lo que hay. Incluso para los convencidos, como es mi caso, de que en las mismas circunstancias podría haberse acercado bastante más al desiderátum de septiembre, la idea de un voto mayoritario en la misma dirección, y si es mayoritario no puede sumar sino en el sí, pasa por encima de cualquier otra consideración. Una actitud colectiva madura arrojaría un sí bastante sobrado, que no dé pábulo a divisiones, sino paso a nuevos esfuerzos en pos de los objetivos comunes y compartidos. Que así serán cada vez más los mismos para el grueso de nuestra sociedad.