A por todas en el Peñón

Gibraltar se nos iba de las manos. La imagen de los bloques de hormigón contra nuestros pescadores es una excusa para retomarlo. La cuestión a plantearse es: ¿encaramos sólo el problema de la pesca o, ya que estamos ahí, vamos a por todo lo demás? Hay otra: para asegurar la primera, ¿apuntamos a la segunda?

Lo cómodo es la pesca. Pero ¿y si no se soluciona? No veo a los ingleses pasando por la humillación de sacar el hormigón delante de todo el mundo si no está en juego algo esencial. ¿Y si después de extraer los bloques perpetraran otra cosa? Con un incremento del crimen organizado en Gibraltar del 200% anual, no cabe parchear al menudeo: contrabando, blanqueo, espigones… Precisamos un plan de conjunto. Al hacer eso, inadvertidamente, estaremos hablando de soberanía.

Nadie en el Tratado de Utrecht anticipó que se llegaría a una sociedad gibraltareña en la que una presión sobre su calidad de vida y la ininterrumpida continuidad de sus negocios pudiera acaso rivalizar con el honor de pertenecer a un imperio. Pero el imperio se extinguió y los gibraltareños (30.000 personas) se han bucanerizado de tal manera que cada llanito es una sociedad offshore… con un PIB ficticio para 700 hectáreas de terreno. Por eso tienen que volver a poner los pies en tierra. No dudo que el Gobierno, que está actuando con diligencia, conozca en detalle la economía de servicios de la Roca. Pero tal vez precisaría, para revertir este proceso, solidez, eco y contraste de instituciones expertas en estrategia que respondieran al encargo: «Riesgos para que el Reino Unido valore la peligrosa entropía de Gibraltar». El duro dilema es que reducirla sería oneroso para ellos.

El softpower, como forma de lograr cosas sin violencia, nunca fue pacífico. Por parte británica lo caricaturiza el implicar a la Royal Navy para resolver un atasco de tráfico. Y, por la nuestra, el Real Instituto Elcano identificando el mínimo insoportable que aguantarían los gibraltareños hasta jurar en arameo. Cierto que nunca les rindió el castigo, pero pudiera hacerlo la normalidad. En el pasado nuestras opciones fueron abrir la verja o la puerta de la verja. Hay muchas más: obvias y sutiles. Todas precisarían algoritmos de sensibilidad que adelantaran sus resultados; discriminaríamos así las tres o cuatro más operativas. No estaremos solos. En apoyo a esa presión nos ayudarán las naciones que sufrieron el colonialismo; pero tampoco esperemos demasiado de las otras: el lobby judío de la Roca hace cheques todos los días.

Nuestro objetivo es domeñar a los llanitos. Facilitará ese empeño el que los gibraltareños ya no se fían de los ingleses. Saben que Gran Bretaña podría abandonar la Unión Europea post 2015; o que necesitarán a España para reacomodarse en ella; o que los honkoneses (siete millones, y no treinta mil) querían seguir siendo británicos y no les mantuvieron ni el pasaporte; o que en la isla de Diego García, como los americanos no querían a sus dos mil habitantes, los ingleses, antes de devolverla, los deportaron a Isla Mauricio con el estatus de apátridas en que todavía orbitan. A ellos, llegado el momento, ¿por qué los iban a tratar mejor?

Nuestra ventaja competitiva es el tiempo. ¡Cómo cambian las cosas! Editorialistas ingleses, como Winchester y Taylor, están sugiriendo una salida pacífica para las Malvinas, porque la Inglaterra débil de hoy, afirman, no podría defenderlas como en 1982. Los ingleses ya han interiorizado que la situación de las colonias no será eterna... Simon Jenkins, de la BBC, decía estos días en The

Guardian que lo de Gibraltar es una aberración. Algo parecido se deduce de la muy comentada encuesta del FinancialTimes en la que los ingleses ampliamente vienen a reconocer que Gibraltar es español. ¿Cuántos artículos como estos se precisarán para ayudarles a explicitar una decisión tan difícil como intuida?

Hay que tener claros los conceptos: nosotros somos los nudos propietarios; los ingleses, los usufructuarios; y los llanitos, los ocupa. Cada uno merece una delicadeza distinta. Nos gritarán y desacreditarán, ya han empezado, pero esos son valores convenidos. La situación exige hablar con todos y no exagerar nuestra dignidad si damos con un escenario verosímil. No veo que su salida esté en el Tribunal de Justicia Europeo, acaso sí la nuestra. Por vía legal, España asume un riesgo que la puede arañar; pero ellos, uno más lesivo. Ahora bien, con una acción legal y proporcionada sólo, ni sacaremos el hormigón ni mucho menos recuperaremos Gibraltar. Hemos de ser constantes con las técnicas de ablandamiento que elijamos.

Con independencia de nuestra actuación, la posición británica resultará cada vez más desairada y chocará con prioridades suyas aún desconocidas. Inesperados actos de terrorismo, accidentes ecológicos o estafas en el juego online, iniciativas bélicas contra España no consultadas, podrían hacerles abominar de ese guantánamo de ilegalidad en que los habitantes del Peñón los tienen atrapados. Ese día los gibraltareños recordarían a Chaplin en Lucesen

laCiudad (1931). Su amigo el millonario, después de una borrachera, despierta con él en la cama y le pregunta: ¿y tú quién eres? Si por maximizar esperan hasta ese día, sus bazas negociadoras habrán desaparecido. En opinión interesada, optimizar sería lo prudente.

Van a iniciarse negociaciones. Un ligero detalle de cómo van las cosas es que Cameron en San Petersburgo pidió audiencia a Rajoy. Entre la respuesta de inaceptable de Rajoy y el inalcanzable de Cameron va a estar el acuerdo. Cualquier negociador profesional adelantaría que haríamos más camino atacando lo inalcanzable que luchando por lo inaceptable. Hay que ser proactivos: softpower sobre los llanitos en sus «puntos vitales»; preocupación de Gran Bretaña y España por el marasmo a las que las lleva un tercero; sentimiento global contra el colonialismo manejado a través de la prensa internacional y con el respaldo de la ONU; recordatorio en Europa de que la ley es para todos; y una generosa salida para Gibraltar... En cualquier caso, tal vez necesitáramos cincuenta años de soberanía compartida para que la actual generación aceptara otra cosa.

Tres razones para actuar así: a) una coincidencia de estas medidas podría tener efectos sinérgicos y crear, ¡quién sabe!, la gran oportunidad; b) resolveremos mejor los problemas menores que abordándolos por separado; y c) apretando demostraríamos que nos lo creemos, cuando ellos empiezan a dudarlo.

Plantearse recuperar el Peñón, más que un gesto de patriotismo o de locura no operable, es un deber de administración para cualquiera de nuestros gobiernos. Un mes antes de la caída del Muro de Berlín, nadie soñaba que fuera posible.

José Félix Pérez-Orive Carceller, abogado.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *