A por un poco más de sol

Una de las primeras animaciones japonesas que tuve ocasión de ver, hace ya casi veinte años, se llamaba Daitarn 3. El protagonista - un robot pilotado por un intrépido héroe- conseguía salvar la Tierra de las amenazas de improbables androides con su arma final, la más potente: la energía solar. Su eslogan final era: ¡Con la ayuda del sol, ganaré! ¡Ataque solar! ¡Energía! De repente, un potentísimo rayo de energía solar salía de un acumulador que Daitarn 3 llevaba en la corona de su cabeza, y así todo enemigo caía aniquilado. La Tierra, con sus ciudades, quedaban a salvo. Desconozco a qué se dedica actualmente Daitarn 3, pero salta a la vista que la energía solar se ha puesto de moda. En sólo dos décadas, arquitectos, ingenieros, urbanistas, administradores públicos, empresarios y simples ciudadanos se han aproximado a la tecnología solar.

En el año 2000, la Ordenanza Solar Térmica de Barcelona fue la primera normativa de este tipo en aprobarse en una gran ciudad europea. Considerando que Barcelona recibe una cantidad de energía solar equivalente a diez veces su consumo energético y a veintiocho veces su demanda eléctrica, el hecho podría parecer a alguien una cuestión de sentido común. Los resultados son elocuentes: agua caliente para más de 30.000 personas, ahorro energético estimado de 15.000 MWh/ año (2004), y reducción de más de 2.700 toneladas de CO en tan sólo un año. Se entiende 2 que en muy poco tiempo el modelo Barcelona se haya extendido rápidamente a numerosos municipios catalanes, españoles y europeos.

Actualmente, y limitándonos a los contextos urbanos, la energía solar es utilizada con dos finalidades: producción de calor y/ o agua caliente, y producción de electricidad. A través de la energía solar térmica, el calor del sol se acumula en unos paneles denominados colectores, para luego ser transmitido ya sea al agua corriente que usamos en nuestras casas para ducharnos, fregar, etcétera, o bien al fluido utilizado para la calefacción. En cambio, en el caso de la tecnología fotovoltaica, los módulos solares convierten la luz solar en energía eléctrica. Tan pronto el sol incide sobre un módulo solar, éste comienza a generar corriente continua que, transformada en corriente alterna a través de un convertidor eléctrico, puede ser luego revendida a precios muy favorables al gestor de la red eléctrica.

En Europa, en el año 2005 la capacidad instalada de energía solar térmica ha alcanzado los 12.087 MWth, con más de 1.200 MWth instalados cada año a lo largo del último trienio. En el caso de la energía fotovoltaica, hemos pasado de apenas 32 MWp en 1992, a 3.400 MWp instalados en el 2006, cifra con la cual es posible proveer de electricidad a más de 110.000 familias. En Europa, Alemania y Austria - dos países no especialmente soleados, de ahí que la aparente paradoja merezca una reflexión- junto a Grecia, representan más del 70% del mercado solar térmico de la UE. El debate sobre la energía solar - y sobre las nuevas energías renovables en general- se ha reconducido al debate más amplio en torno a la energía y a los modelos de desarrollo sostenible. Ahora bien, son siempre más numerosas las voces que critican el actual modelo energético, basado en la quema de combustibles fósiles y en la energía nuclear. Aquí son cuatro los puntos básicos esgrimidos: 1) las energías convencionales se agotan, 2) estas mismas energías contaminan, 3) sus precios continúan aumentando, y 4) los países ricos las usan, pero no las poseen. Estos últimos dos aspectos constituyen la raíz de algunas de las más notorias tensiones internacionales propias del capitalismo contemporáneo.

En la actualidad se debate sobre lo que significa una ciudad sostenible. Sin embargo, son muchos los que afirmarían que algunas de nuestras grandes ciudades se están convirtiendo en lugares cada vez más inhóspitos. La relación entre ciudades y sistemas energéticos es clave por, al menos, dos razones. En primer lugar, una gran parte de los problemas ambientales tienen su origen en las ciudades. En segundo lugar, las ciudades son también las grandes demandantes de recursos naturales y energéticos. Se estima que las urbes europeas donde viven más de 360 millones de personas (80% de la población de la UE) son responsables del 40% de las emisiones de CO de 2 la UE; y que sus edificios consumen el 42% de la demanda energética.

Hoy, la buena noticia es que existen las tecnologías adecuadas para el uso de la energía solar en los contextos urbanos. Además, la energía solar ofrece usos extremadamente versátiles y, es justamente por esto, que su utilización representa una oportunidad inigualable para la diversificación energética de las ciudades. Los paneles solares y fotovoltaicos se integran cada vez más en la arquitectura de techos y fachadas de los edificios urbanos; y también cada vez más, parquímetros, semáforos y otras infraestructuras urbanas pueden ser alimentadas con el calor del sol. La mala noticia es que, tanto a nivel nacional como local, los mercados de la energía solar crecen a velocidades distintas. Al frente de países y ciudades que apuestan claramente por la energía solar, encontramos administradores públicos que aplazan sine die la cuestión.

El sol es un recurso limpio y abundante. Hace tiempo que el hombre se las ha ingeniado para sacar de él el máximo provecho (y no sólo para la agricultura). Dos mil años antes de la llegada de Daitarn 3, se narra que durante el asedio de Siracusa (214-212 a. C.) Arquímedes logró defender su ciudad natal gracias al uso de los espejos ustorios. Concentrando los rayos solares en los espejos, los siracusanos fueron capaces de incendiar unas cuantas embarcaciones enemigas antes de capitular definitivamente frente a los romanos. Si bien el avance tecnológico es fundamental para abaratar los costes del sector y hacer de la energía solar una alternativa económicamente competitiva, existe todavía la sensación de que su desarrollo y aplicación en las ciudades depende más de un esfuerzo de acción colectiva - léase políticas públicas- que de algún nuevo y milagroso progreso de la tecnología.

Andrea Noferini, doctor en Política y Economía de los países en vías de desarrollo por la Università degli Studi di Firenze.