A propósito de un encuentro

En tiempos de Aznar, un columnista madrileño tenido por ocurrente instaba a Rodríguez Zapatero a no acudir a La Moncloa cuando era convocado por el entonces presidente del Gobierno. A juicio del columnista, el hecho de que esas reuniones se celebraran en la residencia oficial del presidente y que Rodríguez Zapatero tuviera que subir unos cuantos escalones hasta ser saludado por Aznar, que le esperaba a la puerta del mal llamado palacio, situaba al líder socialista en una posición de inferioridad ante el presidente del Ejecutivo, quien convertía aquellas convocatorias en calculadas trampas de imagen para debilitar a su oponente. El análisis terminaba con una conclusión rotunda: si Aznar quería reunirse con Rodríguez Zapatero, éste debería exigir que fuera en el Congreso de los Diputados y en llano.

Hoy ese columnista es de los que denuncian, sensibles y escandalizados, la «crispación»; pertenece al género de los que invisten a Rodríguez Zapatero de prerrogativas e inmunidades mucho más allá de cualquier interpretación razonable de su posición constitucional como presidente del Gobierno, y exigen de la oposición la admiración al personaje tan sumisa y gratuita como la que ellos mismos le profesan o fingen profesarle.

Afortunadamente no parece que entre las preocupaciones de Mariano Rajoy en sus conversaciones con Rodríguez Zapatero figure la de tener que desplazarse a La Moncloa o subir unos cuantos escalones para saludar a su interlocutor. Por eso, cuando el presidente del Gobierno -en una expresión que, ésa sí, denota una pretensión jerárquica sobre el líder de la oposición- le 'cite' a esa reunión anunciada en el mes de junio, no tendrá que preocuparse de la puesta en escena. Lo que sí sería de agradecer entonces es que se preocupara de los contenidos.

Como revelación para aderezar su reciente entrevista televisiva, la prevista reunión de Rodríguez Zapatero con Rajoy ha tenido un éxito más bien descriptible. El optimismo de la voluntad que desearía la recuperación del acuerdo PSOE-PP se encuentra, en este caso, en clara desventaja frente al pesimismo de la razón. Hay muchas posibilidades de que este anuncio forme parte de la cosmética preelectoral que el Gobierno tiene que llevar a cabo ante el costoso naufragio del pretendido proceso de paz. Que el Ejecutivo está embarcado en una adaptación táctica de la apuesta de Rodríguez Zapatero sobre ETA para minimizar el daño político causado parece innegable. Sin embargo, es del todo improbable que nos encontremos ante la voluntad real de una rectificación verdaderamente estratégica por parte del presidente del Gobierno que rechace la viabilidad democrática y la necesidad operativa de un 'final dialogado' con la banda.

Esta discrepancia, que tiene serias implicaciones más allá de la estricta lucha antiterrorista, se sitúa en la estrategia más amplia de aislamiento del Partido Popular que es el gran soporte del tinglado político construido por Rodríguez Zapatero en esta legislatura. Es verdad que arrastrados por esta estrategia el Gobierno y el Partido Socialista sienten también las consecuencias de un discurso que empieza y acaba en el obsesivo intento de descrédito de la única oposición existente, en la referencia patológica al pasado, en el vertido a los canales mediáticos de relatos manipulados con el único fin de exonerar al Gobierno, tres años después de alcanzado el poder, de toda responsabilidad por sus actos. Pero que esta estrategia, además de demostrar en los sondeos una eficacia muy discutible, tenga fecha de caducidad no la hace menos lesiva para el clima en el que sería posible pensar que los consensos fundamentales pueden empezar a trabarse de nuevo.

Si el Partido Socialista y el Gobierno, al unísono, quieren perpetuar el argumento de las 'mentiras del PP', no hay razón alguna para que los populares no exijan que se aclare cómo y quién realizó la sucesivas 'verificaciones' que avalaban el alto el fuego de ETA frente a los datos que se tenían a uno y otro lado de la frontera. Tampoco habría de extrañar que se quiera conocer la historia real de la negociación con ETA que, según parece, poco tiene que ver con los desmentidos de Rodríguez Zapatero. Ni estaría de más que se insistiera en una explicación razonable ante las recurrentes alusiones de ETA a 'compromisos firmados', y no porque haya que creer a ETA sino porque siempre es preferible poder creer al Gobierno. Interesarse por la larga sucesión de negociaciones políticas con Batasuna de la que los socialistas vascos se hacían lenguas en los medios de comunicación, o por el futuro de Iñaki de Juana -para cuya defensa el Gobierno tuvo que recurrir a falsear la posición del Ejecutivo del PP- que al ministro de Justicia tanta humorada le inspira, entran también en la labor de una oposición a la que el presidente Zapatero ha negado un elemental reconocimiento.

No hay duda de que esta negación de la oposición del PP es fruto de un cálculo sectario y, además, equivocado. Los aliados del Gobierno pueden sumar los escaños necesarios para mantenerle en el poder pero semejantes apoyos carecen de la proyección política y no aportan la legitimación social de los consensos de Estado entre quien gobierna y el único que puede gobernar. Por eso, la fórmula de Gobierno de Zapatero sólo da para gastar el dinero que llega en abundancia a las arcas públicas como consecuencia de una buena situación económica, para entregar fragmentos de Estado a los socios nacionalistas y para unirse todos bajo la hostilidad guerracivilista contra el PP con Llamazares de timonel. Y así hasta que dure, pero ni un minuto más. Lo que hace tres años se debía haber asumido por Rodríguez Zapatero como un deber de suturar las heridas del país se interpretó como la oportunidad de destruir a la oposición para consolidar un régimen de poder para muchos años.

El daño que está sufriendo el tejido cívico es grave y extendido. Seguramente lo comprobará quien tenga que hacerse cargo del Gobierno de España después de Rodríguez Zapatero, sea socialista o popular, y se encuentre con una sociedad que ha visto resquebrajarse referencias esenciales de su ganada identidad democrática y valores y actitudes convivenciales que están en la base de su éxito colectivo; que ha relativizado el aprecio a las reglas del juego y la necesidad de sanción por su incumplimiento; que se ha acostumbrado al lenguaje político como un ejercicio carente de sentido reconocible y -'lean mis labios'- de su condición de vehículo del compromiso de los gobernantes con los ciudadanos.

En este sentido, la coherencia de Rodríguez Zapatero es irreprochable porque no ha cumplido, ni siquiera formalmente, ni uno solo de los compromisos que ha asumido en sus diversos encuentros con Rajoy, ya fuera la creación de una comisión para negociar las reformas estatutarias, la convocatoria de la comisión de seguimiento del Pacto antiterrorista o la información sobre el pretendido 'proceso'.

El daño, en buena medida, está hecho. Daño también para la izquierda rendida al pensamiento mágico de la 'baraka' de Zapatero que ante el poder inesperadamente recuperado disculpa todo y ha hecho astillas del magro acervo ideológico que le quedaba para alimentar la retórica gubernamental de la diferencia, la pluralidad, las naciones y los territorios. Zapatero no va a ver cumplidos sus objetivos de perpetuación en el poder. El daño que está hecho puede agravarse, no porque el proyecto del presidente llegue a realizarse sino porque fracase y no se produzca la rectificación que devuelva a la política el protagonismo de las mayorías en torno a objetivos creadores y esfuerzos compartidos.

Javier Zarzalejos