A propósito de Vic

No es Vic el problema, sino lo que el Ayuntamiento de Vic plantea razonablemente. En esencia, estamos ante dos problemas: la ley de extranjería siempre ambigua, imprecisa en su aplicación e ignorada sistemáticamente desde la demagogia izquierdista del papeles para todos; y, segundo, el fenómeno migratorio como tal. Ni España, ni la UE afrontaron a su debido tiempo las consecuencias de la avalancha que desde África, Asia y América se ha precipitado sobre el Occidente europeo. La causa es la pobreza generalizada, cuando no la miseria prodigada por una brutal globalización de la economía, trazada desde el Club de Bildelberg, los despiadados agentes de Wall Street y esa caterva de intereses egoístas que satura las mentes del timón financiero mundial.

Muchos críticos habían avisado acerca de las consecuencias de este caos del librecambismo sin fronteras. Por la izquierda, el profesor alemán Ulrich Beck, que, en sendos libros, 10 años atrás, advertía de la insostenibilidad de nuestro Estado del bienestar (a más globalización, menos ingresos fiscales y presupuestarios, era su doctrina). Por la derecha, Paul Krugman había emitido innumerables mensajes en sus escritos sobre el desbarajuste globalizador como causa de desajustes caóticos. A mercados más universales, menos controles. La realidad corrobora lo que ambos, partiendo de supuestos distintos, apuntaban en la buena dirección. El resto lo resolvieron los banqueros sin escrúpulos, y la evidencia está al alcance de la mano.

Hoy, millones de personas andan errantes por todas las fronteras de Occidente a la búsqueda de una patria de acogida donde saciar el hambre de sus estómagos. Mas, no basta esta sola explicación, pues desde el riquísimo mundo musulmán, acaparador de las reservas energéticas del globo, se precipitan hacia las costas europeas millones de desheredados, injustamente maltratados por esos sátrapas del petróleo a los que priman en su diáspora, en su expansionismo de mezquitas y yihad, en lugar de gobernar en pro de su sostenibilidad en sus tierras de origen. Los explotadores del mundo africano e islámico perseveran en sus brutales ganancias, y sobre la UE deslizan las angustias de sus maltratados súbditos. La conclusión lógica será la insostenibilidad a corto o medio plazo de nuestros sistemas sociales. Esta es la cuestión de fondo, y el origen de tantísimos problemas que ocasionarán las exigencias, quizá legítimas, que la descontrolada penetración migratoria ocasiona.

Las masivas migraciones producirán efectos perversos en nuestros sistemas democráticos, tal como duramente explicitaron en su día Oriana Fallaci y el profesor Giovanni Sartori al vincular la multiculturalidad con el conflictivismo. Francia, Gran Bretaña, Alemania, Italia y ahora España serán los escenarios en los que este conflicto se va a desarrollar. Se abusa de nuestro sistema de libertades, se exigen derechos que nunca jamás fueron exigidos en sus naciones de origen, donde la democracia es una maldición o un pecado irreivindicable. ¿Por qué no se tolera la correspondencia de trato, ni siquiera en usos y costumbres, ni en prácticas religiosas? Aquí servicios sociales, sí, allá ni servicios sociales, ni iglesias, puesto que su fe islámica es radicalmente intolerante. Nuestra solidaridad humana no admite parangón con la que en sus países se practica o se rechaza, y de ello extraen provecho y utilidad. Claro es que nosotros, europeos, nos hemos educado en la demanda de justicia social y en la tolerancia; pretensión en la que no se puede ceder. Pero lo prudente será reglamentar el modo y el procedimiento según la ley. El egoísmo explotador de unas circunstancias de producción de los empresarios de la globalización nos ha regresado al más radical de los capitalismos salvajes. Establecer como principio económico el bajo coste de la producción, en lugar de la eficiencia, viene a ser el nexo destructor del orden social y del capitalismo. ¿Tenía, acaso, razón Karl Marx? La explotación de la mano de obra barata ha sido una constante a lo largo del incipiente siglo XXI. Crear un modelo de crecimiento fundado en esta causa me parece un error descomunal propio de una simpleza sin límite. De ahí que el modelo español haya quebrado en sus expectativas y la crisis derive hacia conflictos como el que el Ayuntamiento de Vic propone al aplicar un sistema rigorista de empadronamiento de la emigración ilegal.

No es Vic la causa, sino el efecto, pues difícilmente Catalunya puede asimilar 1.184.182 emigrantes, ni Vic asumir, hoy por hoy, más del 26% de inmigrantes en su población. El país es el que es, y su capacidad de asimilación sin conflicto tiene límites. Persistir en la insensatez de no acatar este principio será, sin duda, fuente de innumerables casos Vic, de fractura social, de inseguridad y de insostenibilidad de nuestro sistema de bienestar. Nadie da lo que no tiene; es un axioma de la lógica. Y nosotros ya no tenemos más, digan lo que digan los demagogos de izquierdas o los desaforados recalcitrantes de derechas. Acusar de xenofobia es cerrar los ojos a la realidad.

Manuel Milián Mestre, ex diputado del PP.