¿A qué esperan para el regreso del Emérito?

Llegan las Navidades, tiempo para dar rienda suelta a los buenos propósitos, época para buscar las reconciliaciones y los perdones que todos nos debemos; época también para cerrar asuntos pendientes que se han metido en nuestras vidas y están ahí dentro desde hace excesivo tiempo. El año nuevo que llegará en pocos días invita a intentar hacer las cosas mejor y a pensar más en los demás. Muy cerca de nosotros tenemos un ejemplo que a cualquier persona normal y de buena fe debe producirle bochorno y vergüenza.

Nuestro Rey Felipe VI hace ya casi año y medio (más de 500 días) que no ve a su padre, el Rey Juan Carlos. ¿Por qué? Porque una serie de expertos y consejeros piensan que es mejor que sea así para el futuro de ambos reyes, para la institución de la Corona y para España, dado que del rey último se dice que no ha sido «ejemplar» en su conducta al final de su reinado. Los motivos aducidos: una serie de infidelidades amorosas (¿quiénes no las han tenido desde los príncipes de la Iglesia Católica al más común de los mortales?) y aceptación de regalos procedentes de reyes extranjeros que le expresaban así su amistad y gratitud. Y cuyo pecado ha sido no declararlos como salario en especie. El delincuente está suelto, hay que abatirlo. Empieza la caza del Rey.

Mientras, por las calles de Madrid, Barcelona y otras ciudades circulan libremente muchos que han asesinado, que han robado cifras escandalosas o que han dado golpes de Estado a la luz del día, y por ahí van, presumiendo unos, sacando pecho otros, sin restituir nada y amenazando que lo volverían a hacer. Pero en España las varas de medir son más o menos largas según a quien se juzga y ello permite juzgar y condenar en la plaza pública a quien ni siquiera ha sido imputado, derribando uno de los pilares del Estado de derecho que es la presunción de inocencia.

Si ha cometido errores han sido pocos y de escasa cuantía frente a lo mucho realizado en favor de España. Son errores por los que ya ha pagado vía regularización fiscales y ha pedido perdón por ello.

No puede entenderse que ese monarca, ni imputado ni mucho menos condenado por juez o tribunal alguno, que cumple el próximo cinco de enero sus 84 años de edad, no pueda ejercer –porque no convenga a otros– ese derecho inalienable de cualquiera de sus compatriotas a vivir en su país tranquilamente los últimos años de su vida, rodeado de sus familiares, de sus amigos más próximos y del afecto de tantos españoles agradecidos.

Después de casi año y medio jugando al ratón y al gato entre La Moncloa y la Zarzuela, sin tener en cuenta la voluntad de regresar del interesado, ¿qué problemas subsisten para que no se lleve a cabo?

Don Juan Carlos no desea de forma alguna participar de la vida política española ni interferir en ella. Buena prueba ha dado de ello durante su alejamiento forzoso. Lo que desea es vivir en España, pasear por su geografía, patear nuestro campo y nuestros museos y joyas de la naturaleza y arquitectura, comer esas joyas que cocinamos en España, e ir despidiéndose de su patria…

En los últimos días parece que se han empezado a ordenar un poco los llamados papeles de la demagogia con cargo a los cuales se puso en marcha la cacería del Rey. El fiscal suizo con cuya actuación se habían alimentado todas las especulaciones condenatorias ha tenido que decir la verdad: aquí no hay caso, y por tanto queda archivado.

¿Qué falta por tanto para que se den «las condiciones necesarias» para que pueda regresar el rey Emérito? Falta que la fiscal general del Estado y sus fiscales especiales asignados al caso digan formalmente lo que tenían que haber pronunciado en fecha antes del 17 de diciembre: que el caso queda sobreseído por falta de evidencias o pruebas inculpatorias y esto se ha producido ya. Ha desaparecido la supuesta excusa de esperar a recibir noticias de Suiza para dilatar una y otra vez la decisión. Ya no hay nada que aconseje o exija esperar.

La Navidad se acerca. Ha llegado ya el momento de pensar con un poco de corazón y grandeza. Los españoles somos un pueblo capaz de matarnos entre nosotros, pero también en nuestros genes está el saber olvidar, perdonar y enterrar rencillas y rencores. Aquí fuimos capaces de enterrar 40 años de algo más que enemistades y crímenes de unos y otros para dar un paso hacia adelante de gigantes y pensando en España.

Hoy tenemos demasiados temas pendientes que nos frenan, nos dividen. Pero debemos volver a hacer la paz con nosotros mismos y nuestra Historia y eso pasa por admitir, reconocer y agradecer a quienes lo hicieron posible y reclamarle a nuestro lado.

Debe terminar ya la caza inmisericorde que hemos presenciado salvo que el objetivo (adorar el santo por la peana) sea mucho más amplio y grave y tenga como fin la destrucción de España a través de la desaparición de la Corona.

Hay cuestiones esenciales que son irrenunciables y de ellos la principal es la indisoluble unidad de la Nación española, recogida en la Constitución y que sirve para garantizar la fuerza soldadura de la Corona. Para los enemigos del orden, de la Ley, de la convivencia en paz de todos los españoles, la Corona es un serio obstáculo, un ancla para el pueblo español, ancla y timón que deberían ser destruidos cuanto antes, y cualquier camino y toda excusa son buenos.

En la vida se presentan momentos de oportunidad a los que se puede (y debe) hacer caso que si se dejan pasar puede que quizás no vuelvan nunca más. Ver cuando se producen esos momentos suele ser privilegio de pocos, que son quienes muestran su capacidad de liderazgo.

Por el bien de España, por el bien de los dos reyes y por el bien de todos nosotros pongamos de nuestra parte para que, como se cantaba hace dos siglos, cueste lo que cueste, hay que conseguir que el rey Juan Carlos, vuelva a la Corte de Madrid.

El rey Juan Carlos I cumplirá el próximo 5 de enero 84 años de una sacrificada y agitada vida. ¿Le debemos algo los españoles? Si así fuera, como creo yo, el mejor regalo que podemos ofrecerle, sin echar muchas cuentas, sería pedir a quien corresponda que para su cumpleaños pueda estar en su tierra, con sus familiares y compatriotas, de quienes sin duda recibiría muchas felicitaciones y bienvenidas, sonando muy lejos el silencio de los corderos y el ruido de los buitres.

Carlos Espinosa de los Monteros es técnico comercial y economista del Estado.

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