¿A qué nos enfrentamos?

Quim Torra lee. Aunque no siempre lo parezca, claro está. Su devoción por Eugeni Xammar le permite recrearse en la nostalgia de lo no vivido: una Cataluña pura en la que nadie hablaba en castellano. Imaginaria, por supuesto.

Pues bien, en lo político, a las ya conocidas técnicas revolucionarias de Gene Sharp, Torra ha añadido recientemente el «Manual de desobediencia civil» de los hermanos Engler. Cabalgando por la caleidoscópicas praderas de dicho manual he llegado a la conclusión de que su propuesta es sencilla: cómo ejercer la violencia y llamarla «resistencia pacífica». En eso está Torra. Y conviene tomarlo en serio. No sé si lo logrará, pero al menos lo va a intentar.

Uno de los mayores errores cometidos para abordar el desafío separatista fue aquello de «van de farol» o «no se atreverán». Pues vaya si se atrevieron. Intentaron una «primavera catalana» a imagen y semejanza de las árabes, aunque fracasaron. Les faltó potencia y les sobró renta per cápita para emular lo sucedido en el norte de África.

Hoy viven con enorme frustración el hecho de que su menor movilización social coincide con sus líderes juzgados y en prisión preventiva. Es el valor pedagógico de la ley. Funciona siempre, y es la prueba de que lo que moviliza y envalentona al separatismo es la debilidad del Estado y en cambio, lo que les desmotiva es la fortaleza y firmeza del mismo. La constatación de ese hecho es el que ha conducido a la decisión histórica del nacionalismo catalán de «batasunizar» su lenguaje y veremos qué pasa con sus acciones. Son menos, pero más agresivos.

A corto plazo, y ante ese panorama, sólo hay una opción viable: firmeza absoluta, ley y no dejar pasar ni una utilizando los enormes recursos que nos da el Estado de Derecho para protegernos de este tipo de amenazas. No existe la posibilidad de «hacer política» fuera de la Ley. Pero es que además, sólo la ley funciona políticamente.

A medio y largo plazo, en cambio, aparecen en el horizonte dos posibles caminos. El primero, explorado por el PSOE y el catalanismo supuestamente moderado, consistiría en premiar a los separatistas, si bien no con la independencia, sí con una suerte de Protectorado 3.0: más dinero e inmunidad judicial. Esa propuesta contaría además con el asombroso apoyo de determinadas élites madrileñas, que, como he señalado en alguna ocasión, lejos de ser anticatalanas, en realidad albergan un fervoroso deseo de ser engañadas por algún nacionalista astuto. Creen que eso les debe dar una pátina de modernidad. Que se dejaran engañar hace años aún tiene un pase (antes el nacionalismo catalán al menos se molestaba en enviar a Madrid a unos señores educadísimos) pero si les volviera a pasar, habría que recordarles lo que cantaba el gran B. B. King sobre el que se deja engañar dos veces: «Fool me once, shame on you. Fool me twice, shame on me».

El segundo camino es más largo y tortuoso, pero no es un parche de pan para hoy y hambre para mañana y además ha sido aún inexplorado. Consiste en dejar de pastelear con el nacionalismo de siempre y tomarse en serio la posibilidad de armar una alternativa constitucionalista ganadora en Cataluña. Y hacerlo con la misma paciencia que tuvo Jordi Pujol para armar su perverso Programa 2000 de construcción nacional. El nuestro sería un proyecto de deconstrucción de su pedagogía del odio a todo lo español y de fortalecimiento de los constitucionalistas catalanes, que siendo más en número, han visto perplejos cómo al nacionalismo se le regalaban todos los instrumentos para luego lanzar su insurrección, mientras que los constitucionalistas no disponemos ni de un espacio mediático y político sólido desde el que promover la libertad y la democracia en Cataluña.

Me opondré con firmeza a cualquier solución que pase por premiar de nuevo al nacionalismo desleal y consagraré mi vocación y todas mis energías al triunfo de la libertad y la democracia en Cataluña. Y ganaremos.

Alejandro Fernández es presidente del Partido Popular de Cataluña.

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