¿A quién le echamos la culpa?

Es curioso lo que está ocurriendo con internet. Temas como el 'brexit' o el triunfo de Trump han hecho saltar las alarmas y se relaciona internet y las nuevas lógicas que generan las redes sociales en las dinámicas de información con la posverdad, las 'fake news' o incluso la nueva derecha alternativa (Alt-right). Hace diez años se afirmaba que gracias a internet la política se estaba democratizando de manera clara. La misma Ariana Huffington afirmaba de manera rotunda que sin internet, ni la nominación de Obama ni tampoco su triunfo en las elecciones presidenciales del 2008 hubiera sido posible. Y, ocho años después, muchos afirman que es precisamente la capacidad y el control que ha demostrado Trump en relación a las redes lo que le ha permitido superar la condición de 'outsider' en su propio partido. Para, a la postre, superar a la candidata del sistema, a una Hillary Clinton apoyada desde la derecha y desde la izquierda atemorizados por el potencial disruptor de Trump.

Hemos ido pasando de la esperanza crédula y un poco ingenua de que la red iba a generar un proceso benéfico de construcción colectiva de verdad y conocimiento, a un sentimiento de temor sobre la facilidad con que se manipulan hechos y situaciones, mezclado con una cierta añoranza de un mundo más organizado y previsible. Las victorias de Obama y Trump marcarían el inicio y el final de la confianza de los norteamericanos y de buena parte del mundo sobre la capacidad de la multitud de construir colectivamente sabiduría y sentido común.

Seguramente algo parecido ocurre en muchas otras partes del mundo, desde la euforia de la 'primavera árabe' o del 15-M a la indigestión del 'brexit' o la inesperada derrota en el referéndum sobre el fin de las FARC en Colombia. No son pocos los que nos advertían del exceso de confianza sobre las capacidades benéficas de la red, como Evgeny Morozov o, entre nosotros, César Rendueles.

Seguramente sobrevaloramos la capacidad colectiva para construir directamente conocimiento tras la puesta en crisis de los tradicionales intermediarios de acceso a la información y al saber (diarios, revistas, libros, enciclopedias…). Hay tal cantidad de información disponible que la gente acaba necesitando nuevas intermediaciones que organicen y hagan más comprensible ese volumen de datos y hechos. Y es evidente que esas nuevas intermediaciones, tanto los algoritmos de búsqueda como la construcción de píldoras que faciliten el acceso, no son neutrales en su selección ni benéficas en sus objetivos.

Con la gran excepción de Wikipedia, que ha conseguido muy notables niveles de fiabilidad y de solidez informativa, haríamos bien de pensar siempre en quién está detrás de cada 'pastilla' de lo que se nos presenta como simple información. Sabiendo que, además, así como en los medios de información y comunicación habituales, puede haber una cierta preocupación por mantener una relativa diversidad en las opiniones presentes en esos medios, las plataformas no tienen por qué asumir esa función partiendo de la hipótesis que todos están llamados a participar y pueden hacerlo. Lo cual, evidentemente, no siempre es cierto, y más bien ocurre lo contrario, es decir que se acumulan opiniones y percepciones en ciertos espacios más que en otros, segmentando posiciones y generando 'tribus'.

Tampoco acaba de cumplirse la hipótesis que la transparencia puede acabar depurando lo que manifiestamente es erróneo o falta a la verdad. La tendencia es más bien la de divulgar y hacer correr la información, y es mucho más costoso y exige un esfuerzo mucho mayor el comprobar si esa información es realmente correcta y responde a hechos comprobables. Y ahí también la excepción de Wikipedia es notable. Lo que podría resultar positivo, es decir, la pérdida de control sobre lo que debe o no publicarse, acaba siendo un gran problema, ya que no acabamos de saber si fiarnos o no de lo que nos llega por todos lados.

Hemos aprendido que la construcción colectiva de conocimiento es posible y supera ampliamente las capacidades específicas de expertos trabajando aislada y jerárquicamente. Lo hemos visto con Linux, con Wikipedia o con otros ejemplos de 'software' libre y colaborativo. Pero empezamos a constatar que ello no siempre es así, y que no podemos imaginar que el uso extensivo y masivo de internet nos acabe produciendo por ensalmo la depuración, evaluación y selección de la gran cantidad de información disponible.

No por el hecho de disponer más fácilmente de información sobre los hechos, podemos imaginar que los cambios van a ser positivos desde el punto de vista colectivo.  La neutralidad de internet no es un problema técnico. Hay sesgos en los algoritmos, en la gestión de las plataformas de intermediación. Hay grupos, empresas y personas que tienen como misión distorsionar y orientar las informaciones y percepciones también en internet. No hay que ser ni pesimista por naturaleza ni ingenuo por convicción. Hemos de seguir experimentando y aprendiendo.

Joan Subirats, Catedrático de Ciencia Política (Universitat Autònoma de Barcelona).

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