¿A quién le importa Sijena?

A pesar de que haya habido errores en materia de patrimonio, también hay muchos ejemplos de éxito. En concreto, sobre el monasterio de Sijena que, en contra de lo que dicen ahora algunos, siempre ha sido defendido y velado por los aragoneses
En lo mucho que se lleva publicado, tanto en prensa como en redes sociales, sobre el conflicto por el patrimonio de Sijena, a veces no hay otra intención que la de desviar el tema hacia asuntos que nada tienen que ver con el litigio. Por eso es preciso centrar la atención en lo fundamental y, como decía Guillermo Fatás en estas páginas el 4 de septiembre, atender al despojo de Sijena en su conjunto.

Como sucede en todas partes, Aragón tiene no pocos borrones en su expediente en orden a la conservación de su patrimonio. A poco que se investigue, hasta en las historias pretendidamente más perfectas aparecen tachas, errores y aun desastres. Si quieren, un día nos ponemos a ello y las contamos. Pero me parece bastante más útil recordar que también se han hecho muchas cosas bien. En relación con el monasterio de Sijena, hay que proclamar –en contra de lo que algunos dicen ahora a orillas del Segre– que si alguien se acordó de él, veló por él y por su integridad, fueron los aragoneses. Sobre todo, los oscenses.

Quien dio a conocer los tesoros artísticos de Sijena, y singularmente las pinturas murales de su sala capitular, a mediados del siglo XIX, fue Valentín Carderera, artista y sabio de Huesca que tanto hizo por salvaguardar el patrimonio en toda España tras la Desamortización. Y fue la Comisión Provincial de Monumentos de Huesca quien peleó, mano a mano con él, por revertir la venta del monasterio desamortizado y lograr su retorno a las religiosas, que nunca abandonaron el lugar.

La misma Comisión se esforzó por allegar recursos para su restauración. Fue Mariano de Pano, activo intelectual de Monzón, quien descubrió las pinturas de los muros perimetrales de la Sala Capitular en 1882 y permitió su conocimiento global en el mundo académico, estudió el monasterio y publicó varias monografías sobre su historia y méritos. Le siguió el granadino Ricardo del Arco, oscense por arraigo, quizá la persona que mejor conoció, palmo a palmo, las estancias y obras de arte del conjunto monástico, sobre el que publicó numerosos artículos y noticias. Volvió a ser la Comisión Provincial de Monumentos de Huesca la que impulsó la declaración de Sijena como Monumento Nacional (en la nomenclatura de la época), en 1923, y quien auspició otra nueva restauración en los años siguientes. Velaron por su patrimonio, protegieron a las monjas, procuraron mantener intacto, hasta donde pudieron, el patrimonio de ese extraordinario lugar.

Tras la guerra civil, y después de la quema y saqueo del monasterio (que no ocurrió nada más producirse la sublevación militar, como pasó en tantos otros lugares, sino dos semanas después, coincidiendo con la llegada de revolucionarios de fuera de la localidad, y tras haber refugiado los vecinos a las monjas en sus casas; todo esto, en un pueblo votante en su absoluta mayoría a las derechas), ya desde 1939 se produjeron sucesivas reclamaciones de las pinturas salvadas por Gudiol que habían sido llevadas a Barcelona. Se documentan a lo largo de al menos dos decenios, hasta comienzos de los sesenta. Que ninguna tuviera éxito no las hace desaparecer: por dos veces hubo orden ministerial que ordenaba su regreso a Aragón. Y se documentan también los desvelos del comisario de Patrimonio en Zaragoza, Manuel Chamoso, por lograr la restauración tanto de las pinturas como del conjunto monástico, olvidado por las autoridades franquistas en Madrid. Las prioras de Sijena, el ancianísimo Pano, el Instituto de Estudios Altoaragoneses, Antonio Beltrán, los presidentes de la Diputación de Huesca, el Museo de Zaragoza, los alcaldes y vecinos de Villanueva de Sijena: de todos ellos tenemos sobrada evidencia de que velaron por el monasterio y pelearon por su recuperación.

Era la lucha de David contra Goliat y de nada sirvieron aquellos desvelos. Mientras, nadie movió un dedo por Sijena en Madrid, ni en el obispado de Lérida, ni en los museos de esta ciudad y de Barcelona… salvo para dar cabida en sus almacenes a las piezas que fueron llegando.

En nuestros días, Aragón impulsó la restauración del monasterio en cuanto tuvo competencia legal: hubo dos fructíferos (y costosos) periodos de trabajos entre los años ochenta y la actualidad.

Está a la vista a quién le importaba Sijena en toda esta historia y a quién le sigue importando ahora.

Marisancho Menjón Ruiz es historiadora

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