A Rubalcaba, con todo respeto

Le escuché decir a Griñán, presidente del PSOE, de la Junta, y secretario general de los socialistas andaluces, refiriéndose a sus críticos, que nunca hubiera militado en un partido que los excluyera. Yo añadiría, que no los escuchara sin recelo. Todos podemos equivocarnos, los que formulan las críticas y quienes las soportan. Por eso hoy escribo:

Alfredo Pérez Rubalcaba ganó en el congreso de Sevilla la condición de secretario general del PSOE en momentos muy difíciles. Para muchos, era la garantía de un proyecto y una biografía muy sólidos. Nada de aventuras, se dijo. La posterior derrota electoral, descontada, se produjo con niveles alarmantes tras una campaña marcada por el peso del pasado más reciente y los efectos de una crisis mal resuelta. Rajoy alcanzó el poder sin esfuerzo. Engañosamente. Con un programa oculto y unas promesas traicionadas a la primera de cambio. Profundizó en algunas de las líneas marcadas ya por el gobierno socialista y dejó, así, al principal partido de la oposición en un terreno inestable desde el que articular su discurso. Los portavoces del PSOE en el Congreso han tenido que soportar como única respuesta a sus propuestas el mantra de la herencia recibida. «Ustedes ya lo hicieron», con mayor o menor veracidad. Pero ese es el mensaje interiorizado por los españoles, y en política tan real es lo que es como lo que parece serlo.

Al profundizarse la crisis y agudizarse los problemas, ante una España en estado de emergencia, los ciudadanos están, estamos, perdiendo la confianza en que el camino emprendido por los dos grandes partidos nacionales, con todos los matices que se quiera entre ellos, y que existen, no conduce a ninguna solución y que todo queda a expensas de lo que se decida extramuros de la política nacional. Se nos dice -y tal vez sea verdad- que Europa es la solución y no el problema. Pero cuesta entenderlo por quienes ven día a día que la esperanza generada por una Cumbre un lunes se desvanece el martes al abrirse los mercados. Que no sabemos en realidad lo que se acordó, pero sí comprobamos que nuestra deuda se paga con intereses cada vez más altos, insoportables. Que la Bolsa es una ganga para cualquier inversor extranjero arriesgado. Que los condicionantes de Bruselas se traducen en subida de impuestos y bajada de salarios. Que siguen destruyéndose puestos de trabajo y peligra el subsidio del desempleo.

Los españoles tenemos la impresión de que en relación a Europa, como principio y fin de nuestro destino, el gobierno del PP y la oposición del PSOE van de la mano. En todo caso detrás de Hollande y al cobijo de Monti. Ni siquiera los socialdemócratas alemanes están dispuestos a desmarcarse del rigor de la señora Merkel porque los intereses electorales, nacionales, se imponen.

Mientras tanto, en España, el PP gobierna con mayoría absoluta y desdeña cualquiera de las ideas que pueda ofrecer la oposición socialista. Ni una enmienda presupuestaria admitida. Eso sí, agradece con la boca pequeña y exhibe cuando le conviene que a Europa va con el respaldo del PSOE. De forma que su fracaso arrasa la credibilidad de la oposición.

Hay que entender, y yo me esfuerzo por hacerlo, que en momentos dramáticos para el país es imprescindible la unidad, los acuerdos. Pero eso supondría negociar y acercar soluciones. En ningún caso dar un cheque en blanco, sobre todo cuando el PP dispone de sobrada mayoría absoluta para imponer su política.

Resulta muy interesante discernir en este contexto lo que significa hacer «una oposición útil». Se supone que ello conllevaría poder participar en las decisiones, aportando fórmulas propias. No parece, sin embargo, que el PP esté por la labor. Cuando le conviene modifica leyes, como la regulación de RTVE, y acepta como mal menor los recursos ante el Constitucional confiando en la dilatación del fallo y el equilibrio de fuerzas que esperan que les sea favorable.

Con todo el respeto, compañero Rubalcaba, creo que la verdadera utilidad de la oposición es reafirmar un programa alternativo al que improvisa cada día el actual gobierno. Tal vez hay que superar inercias del pasado y asumir que puede existir otro discurso, más próximo a lo que se escucha en la calle. Que no se trata de cocinar mejor con las actuales recetas, sino de experimentar con otras nuevas que, a lo mejor, corresponden al manual del viejo socialismo. Que la sociedad española tiene que saber que cuando caiga el PP existe otra alternativa distinta y reconocible.

Tengo la impresión de que tú sí crees en las encuestas. Yo también, cuando no tengo la sospecha de que estén teledirigidas. Pues bien, desde ese consenso, parece claro que seguimos perdiendo la confianza de los españoles. Y que una proporción de los que nos votaron en noviembre pasado, ya pocos para el peso de nuestras siglas, deciden irse a lo que les parece más izquierda. Gobernamos con ellos en Asturias y en Andalucía. Podríamos hacerlo en Extremadura. Siendo realistas, no parece que debamos olvidar con quiénes hemos hecho el mayor número de pactos en los ayuntamientos.

No somos IU, por supuesto, pero menos nos identificamos con el PP, a pesar de que soportemos la pérfida fórmula PP=PSOE. Sabes de sobra lo que significa una «idea fuerza» y lo difícil que es contrarrestarla. Por eso me permito decirte que hay que cuidar algunas metáforas. Por ejemplo, algunos creemos que es mejor una cuevita en la izquierda que una caverna en la derecha.

En la anunciada Conferencia Política -cuanto antes mejor- debiéramos debatir en profundidad y libertad. Sin elecciones a la vista no deberemos sacrificar la coherencia con las ideas a la oportunidad coyuntural. Lo hizo Felipe González, con gran coraje, en un congreso traumático que se convirtió en plataforma del futuro poco después. Y estamos de acuerdo: primero las ideas y luego los nombres que crean en ellas para encarnarlas. Pero también es fundamental que los militantes y los simpatizantes se crean que creen en lo que dicen creer.

Con sincero afecto.

Eduardo Sotillos es periodista y militante socialista.

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