A vueltas con Gibraltar

A pesar de los esfuerzos por mirar hacia otra parte y procurar no soliviantarse en exceso por los manejos británicos en la bahía de Algeciras, no pueden ni deben pasar inadvertidos por la gran influencia que ejercen sobre los gibraltareños. Este y otros aspectos del asunto confirman que cualquier solución del contencioso que sea realista y aceptable para España tiene que contar con el Campo de Gibraltar. Hasta épocas muy recientes esta causa unía a los españoles. Por desgracia, hoy en la zona, y como consecuencia de la errática y perturbadora política seguida durante décadas por nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores, se advierten grietas en la opinión incluso dentro del Campo de Gibraltar. Hay quienes opinan que apoyar en todo a la Roca es imprescindible para aliviar la desigualdad económica entre la colonia y el «hinterland». Parece casi lo último que cabía esperar, aunque ya sabemos que este es un país donde los terroristas se aceptan como los buenos y en el que los colonialistas van convirtiéndose poco a poco en libertadores. Mientras tanto, Gibraltar se regodea con su situación y practica audazmente que lo pequeño es grande, y lo anómalo, ventajoso.

El Campo de Gibraltar ha contado siempre con ideas valiosas para hacer más viable la reivindicación española de la Roca. Es verdad que las soluciones a las que me refiero nunca se han adoptado por las autoridades nacionales, pero no lo es menos que tampoco han perdido vigencia. La propuesta más antigua y que ahora rebrota en la comarca es la de establecer una zona franca contigua a la colonia cuyo objeto principal sea elevar el nivel de vida de los campogibraltareños y al mismo tiempo doblegar el contrabando que origina Gibraltar. Evidentemente, si por lo menos se consiguiera que en el municipio inmediato, La Línea de la Concepción, no hubiera un solo precio de cualquier mercancía superior al que tiene en Gibraltar, otro gallo nos cantara. Así, por añadidura, se pondría fin a la vergonzosa irregularidad de que haya británicos que compren en España y vendan en la Roca productos españoles a la vez que vetan que se puedan adquirir también en la zona.

La segunda propuesta fue estudiada y preparada por el Ministerio de Asuntos Exteriores en la época del ministro Castiella: crear una provincia que abarque desde Tarifa hasta Ronda y Estepona, formada por municipios de Cádiz y Málaga. El fracaso obligado de esta solución merecería un relato tan detallado de sus altibajos y curvas como los veraniegos artículos eróticos de Muñoz Molina.

Tras la transición a la democracia, la convicción de que la humillante situación presente era ya insostenible en el último cuarto del siglo XX se reflejó en la posibilidad, recogida en el texto de la Constitución, de crear en la zona una autonomía por el estilo de las que disfrutan las ciudades españolas de Ceuta y Melilla. Plenamente funcional y, al mismo tiempo, punto final de este lamentable asunto. La provincia no, pero la autonomía hubiera podido conjuntarse con un Gibraltar que disfruta de bastante menos libertad que Mónaco, y no digamos que Andorra. La presunción de europeísmo de unos ciudadanos encaramados en una roca nuclearizada con su base naval adjunta parece fruto del delirio de una mente descompuesta, sobre todo porque ambas partes enfrentadas pertenecen a la misma alianza militar.

Por último, otra nueva idea presente actualmente conjuga varias ventajas sobre las citadas antes, y ni implica privilegio como la zona franca, ni establece competencia con ninguna otra unidad administrativa similar como sucede con la provincia ni permite confundir la funcionalidad de una autonomía con el encasillamiento de modos de vida, identidades, valores y presiones contra el diferente, que tanto desfiguran la actual distribución del poder territorial en España. Se trata, además, de una idea que comprende tres cualidades: se basa en una realidad preexistente, requiere un esfuerzo constructivo mínimo y depende primordialmente de los campogibraltareños.

La bahía de Algeciras destaca en España por su belleza, pero también por su utilidad. Sobre la primera cualidad hay que advertir que hemos hecho casi todo lo posible por rebajarla y hasta destruirla. Las hermosas playas y las desembocaduras de los ríos Palmones y Guadarranque han sido maltratadas por los abusos de quienes decidieron o se aprovecharon del actual uso industrial preferente en la bahía. En un momento determinado de los años 60 estaban vivas las opciones de dedicar la bahía al turismo o a la explotación industrial, y se optó por la segunda. Tal vez hubiera sido mejor la primera, pero, por desgracia, preferirla habría sido una quijotada inútil. Nuestros vecinos de Gibraltar tiraban entonces directamente a la bahía todos sus residuos, tanto biológicos como industriales. En esas condiciones se decidió instalar una refinería, y tras ella vinieron otras industrias. Como consecuencia, la bahía ya no es lo que era, pues constituye la base del desarrollo que se ha registrado en la zona, aunque facilita los abusos de la colonia británica en lo que se refiere a la venta directa de petróleo a los barcos que se estacionan en las aguas adyacentes a la Roca, que son de titularidad española.

Aun así, la gran bahía sobresale pujante y hermosa como la Plaza Mayor que es del Campo de Gibraltar. Sus costas son compartidas por los cinco municipios siguientes: Algeciras, Los Barrios, San Roque, La Línea de la Concepción y Gibraltar. Todos ellos tienen población urbana distribuida en sus costas respectivas, y el total suma más de 257.713 habitantes; y lo que más importa: apenas hay solución de continuidad territorial entre estas diversas zonas urbanas. El Campo de Gibraltar de hoy es el mismo que nació en 1704, pero a una escala mucho mayor. Sigue siendo el histórico porque, salvo Gibraltar, los otros cuatro municipios fueron fundados después de la pérdida de la colonia, que cuando pasó a manos inglesas tenía alrededor de cinco mil habitantes.

Esta simple observación es muy reveladora, porque sin el nombre de tal los municipios citados poseen un carácter unitario de ciudad. Para completar el diseño de este casco urbano le sobran recursos técnicos a España, que tiene allí incluso una incipiente organización territorial propia con el nombre de Mancomunidad de municipios del Campo de Gibraltar. Castellar de la Frontera, Jimena de la Frontera y Tarifa abarcan, a su vez, la mayor parte rural del Campo de Gibraltar, con 58.872 habitantes.

Junto con la gran ciudad de la bahía, o de la gran bahía, hay que diseñar también el futuro de todo el territorio. La historia y la geografía han abierto un nuevo horizonte en beneficio de esta zona andaluza. El asunto de Gibraltar, que ha defraudado siempre las expectativas de esta población, lo ha hecho poniendo al descubierto lo que estábamos haciendo mal. La por tantos motivos deseable existencia de una ciudad costera de la bahía de Algeciras con medio millón de habitantes está al alcance de la mano. Sería la tercera o la cuarta ciudad de Andalucía por población y estaría entre las mayores de España. Las consecuencias demográficas, económicas, culturales, políticas e incluso logísticas de su consolidación se adivinan fácilmente. Hay que luchar por este logro, pero en caso contrario la misma dinámica demográfica puede completar el proyecto. La demografía nunca falla.

Por Salustiano del Campo, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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