Abajo las barreras al aprendizaje

Desde hace unos meses, se está produciendo un intenso debate acerca del modelo educativo que queremos para el futuro. En el Congreso de los Diputados, una Subcomisión lleva reuniéndose de forma pública para explorar un posible Pacto educativo. Por ella ya han pasado representantes de los distintos sectores de la comunidad educativa y especialistas en política educativa. No será fácil alcanzar dicho acuerdo después del desastre de la LOMCE y los recortes presupuestarios. Sin embargo, viendo algunas de estas intervenciones, llama la atención el consenso que genera la idea de que nuestro sistema educativo debe responder de forma más flexible a las necesidades de cada alumno. Heredero del modelo de selección de burocracias de hace más de un siglo, se asienta en el paradigma de la lección magistral y el trato uniforme a todos los alumnos. Un sistema en donde la selección mediante pruebas de acceso y reválidas juega un papel central.

Hace unos días, el Ministerio de Educación publicó un borrador de Real Decreto que, después de haber derogado el carácter de reválida de las evaluaciones LOMCE, debía decidir un marco para la obtención del título de ESO. Mientras la Subcomisión discute ese nuevo marco, el Ministerio acordó por unanimidad con las CCAA regresar provisionalmente al modelo anterior de la LOE. Dicha ley flexibilizó la obtención del título de ESO dando la posibilidad de alcanzarlo con un máximo de dos materias suspendidas. Aunque fue una medida que contribuyó al descenso del abandono educativo, no dejaba de ser un parche que no atacaba lo fundamental.

Y es que, a pesar de que nuestro sistema educativo es comparable a los de nuestro entorno en cuanto a la calidad del aprendizaje en pruebas internacionales, tiene un modelo de titulación secundaria anómalo. Se trata de un sistema del todo o nada, que impide a muchos jóvenes poder seguir formándose si no logran el título. Hoy, un 10% de los jóvenes de 18 a 24 años no obtienen el título de ESO y otro porcentaje similar tiene enormes problemas para lograrlo, con años de retraso y pocas expectativas.

Algunos han aprovechado la decisión para abrir la caja de los truenos. Sus críticas pueden resumirse en dos: que esta decisión implica una nueva bajada de nivel y que sacrificamos la excelencia igualando por abajo. A lo primero, hay que recordarles que desde 2006 se ha llegado a un acuerdo en Europa en torno a una idea fundamental: ya no se trata de más contenido, sino de un contenido más profundo. Es decir, de las llamadas competencias clave. Y en dos de esas competencias (lectoescritura y matemáticas), la encuesta PIAAC revela que no hay ninguna evidencia de que las generaciones más jóvenes estén peor formadas que las mayores.

Como muestran las evaluaciones internacionales, la dicotomía equidad-excelencia es también un falso dilema. Para conseguir un sistema que conjugue ambas características al finalizar la secundaria, se requiere una respuesta mucho más matizada que la de la ESO. Para muchos, esa respuesta sería un sistema que certifique los aprendizajes una vez terminada la educación obligatoria, similar a países nórdicos y anglosajones. Para ello, es necesario la sustitución del actual título de la ESO por una certificación para cada alumno sobre el nivel alcanzado en las competencias del currículo. Dicha certificación debe guiar el camino por los itinerarios formativos académicos y profesionales a partir de los 16 años. Los alumnos que obtengan una certificación que acredite el nivel de dominio satisfactorio podrían continuar su formación en los bachilleratos o los ciclos formativos; si la certificación acredita que el nivel de competencias es inferior al mínimo planteado, podrían acceder a una formación profesional básica.

Necesitamos pensar en un sistema educativo que proporcione una respuesta individualizada a cada realidad educativa, que abandone las barreras y vallas y genere caminos conectados entre sí a lo largo de la vida formativa. Para ello, sería conveniente aparcar por un momento el debate educativo de la religión, la titularidad de centro o la lengua, que habitualmente nos impide hablar de lo que ocurre día a día en las miles de escuelas de nuestro país. En los tres pilares clave para el aprendizaje -currículum, profesorado y evaluación- existe un acuerdo potencial sobre qué camino tomar entre la comunidad educativa, los especialistas en la política educativa y los partidos políticos. Un sistema educativo flexible que se adapte a las capacidades de cada alumno, que combine de manera efectiva equidad y excelencia, y que sobre todo, no deje a nadie atrás.

Lucas Gortázar es miembro del Proyecto Atlántida y Coordinador del Ciclo de Educación de Politikon.

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