Abril

La actriz Victoria Abril, el pasado 26 de febrero en Madrid.Javier Ramírez / Europa Press
La actriz Victoria Abril, el pasado 26 de febrero en Madrid.Javier Ramírez / Europa Press

Los psicólogos y terapeutas, desbordados de trabajo en la actualidad, escuchan a sus pacientes más allá de las palabras que salen de su boca. ¿Qué temores y preocupaciones profundas contienen esas palabras? ¿Qué es lo que, realmente, está diciendo el paciente? ¿Quizá se trata, incluso, de algo muy distinto de lo que significan, estrictamente, sus palabras? Mientras escuchaba a Victoria Abril en sus recientes y polémicas declaraciones sobre la pandemia, no podía evitar identificarme con la desesperación que me parecía percibir en ellas. Como Abril, resido en París, una ciudad que languidece desde hace meses, posiblemente, como otras en el mundo. Pero París no es cualquier ciudad; era la ciudad más visitada del mundo, icono de las artes, lugar de efervescencia cultural y gastronómica por siglos. Más allá de su arquitectura, impertérrita, nada de lo que hacía de París, París, existe en este momento. Al igual que en el resto de Francia, desde finales de octubre pasado, todos los museos, teatros, cines, cafés, bares y restaurantes, así como todos los centros deportivos y de ocio, y, más recientemente, centros comerciales, permanecen cerrados hasta nueva orden. Tras un segundo confinamiento domiciliario que duró desde finales de octubre hasta mediados de diciembre, en el que las escuelas pudieron permanecer abiertas, se reinstauró el toque de queda que regía previamente a las ocho de la tarde, el cual, a partir de mediados de enero, se amplió a las seis. Ahora, se aplica, asimismo, un confinamiento domiciliario durante los fines de semana en las localidades con más incidencia del virus.

Cuando la vida se reduce a trabajar, comer y dormir por meses, cuando ni tan siquiera la perspectiva de salir a airearnos tras la jornada de (tele)trabajo o durante el fin de semana existe, y ante la ausencia de un horizonte en el que poner la mirada, es humano sentir frustración y hacerse preguntas. Para aquellos que trabajan en el mundo de la cultura y las artes, de los más afectados por esta crisis, es posible que la situación se viva con mayor intensidad. De por sí, los espíritus creativos, artísticos, muchos con la sensibilidad a flor de piel, tienden a sufrir más la privación de libertad y la ausencia de la espontaneidad que permite el contacto humano. Hace falta vivir, nutrirse de encuentros, experiencias y otras artes para crear, y sin crear, los artistas, difícilmente viven. Desde luego, muchos tratan de hacerlo pantallas mediante y habrá quien diga que existen ejemplos, a lo largo de la historia, de escritores y músicos que crearon obras maestras en cautiverio. Pero en la situación actual, se supone, tampoco somos cautivos. Es, precisamente, este estado de indefinición existencial en el que, por una parte, la vida sigue —nos levantamos cada mañana y nos acostamos cada noche en el confort relativo de nuestro hogar— y, por otra, muchas de las cosas que le dan sentido a aquella ya no están, el que induce a la languidez y la desazón y, por momentos, la incomprensión y la ira.

Examinar la situación de los vivos “sin filtro”, parafraseando las palabras de Abril al disculparse por sus declaraciones, no implica negar la enfermedad, la muerte y el sufrimiento que, de manera directa, está causando el virus a millones de personas en el mundo. Es esta concurrencia de realidades generada tanto por la pandemia en sí como por las restricciones sanitarias, tan compleja ética y moralmente hablando, la que, me parece, debemos asumir con mayor consciencia y generosidad de espíritu. No todos estamos dotados de la misma capacidad para el estoicismo y no todos tenemos las mismas necesidades. Aquello que constituye un bien o una actividad esencial para unos, no lo es para otros, más allá de lo que decida el Estado. Por supuesto, quien se expresa públicamente, como lo hizo Abril, tiene una responsabilidad añadida sobre lo que dice y debe ser consciente, a su vez, de la trascendencia de sus opiniones en un contexto tan delicado como el actual. Mas, en un mundo ideal, debería ser posible distinguir entre aquellas apreciaciones cuyo propósito es mentir, confundir o agredir al prójimo y aquellas que, siendo, tan inoportunas como erradas, nacen de un estado de impotencia y desasosiego. Regresando a la idea con la que abría esta reflexión, en la actualidad, y esto es algo que constatan cada vez más las autoridades médicas, todos, de una manera u otra, sufrimos mentalmente por la pandemia. Convendría escucharnos unos a otros desde esta premisa.

En un reciente encuentro de Macron con jóvenes de la periferia parisiense, al presidente galo se le escapó una frase que daba a entender que las medidas de cierre más restrictivas permanecerían entre cuatro y seis semanas más. Agarrándose a ella, los medios franceses sugirieron, rápidamente, un nuevo horizonte de apertura: abril. Aunque, inmediatamente, el ministro de Sanidad pidió cautela, la fecha se instala, progresivamente, en el inconsciente colectivo. Quizá porque la etimología de la palabra abril la relaciona con la diosa Afrodita, símbolo de la primavera, el amor y la vida o, directamente, con la palabra aperire, abrir en latín.

Olivia Muñoz-Rojas es doctora en Sociología por la London School of Economics e investigadora independiente.

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