Abrir España

Tranquilícense los lectores: no se trata de una nueva ocurrencia dialogante de nuestros políticos, de esas que, fomentando desmadres y relajos, están acabando con España. Hace unos días, un combatiente de Allah, agresivo y seguro de su verdad, nos amenazaba –hablando en algo parecido a español– con «abrir España» otra vez. Después se corregía y entreveraba el nombre de nuestro país con el de al-Andalus, que no es lo mismo, y con el de Andalucía, que tampoco es al-Andalus. Pero lo importante no estribaba en los trabucamientos que exhiben orgullosos quienes se quedan en similitudes fonéticas o nominalistas.

Lo trascendental era el resumido prontuario de amenazas enarboladas por el barbado guerrero de la fe y residía en aquello de «abrir»: ¿querría promocionar y difundir, más aún, desde Siria –donde se ganaba el Cielo–, los desnudos playeros, las borracheras y el gamberrismo en Calviá, la lectura de cuanta literatura prohibida pueda imaginarse, incluida la muy perseguida y heterodoxa producción chií? ¡Patarata! Todo se reducía a que el hablante –no muy ducho en español– traducía sin misericordia la raíz verbal fataha, que en árabe significa «abrir» y «conquistar». Bien es cierto que no faltará algún exégeta arabista que nos ilustre que, de tal guisa, se pone de manifiesto el carácter abierto e integrador de la lengua árabe y, por ende, de su sociedad madre, tan renuente siempre al uso de la violencia y, por tanto, dispuesta a llamar «apertura» a la invasión y conquista de un país. Un pensamiento modélico.

En realidad, el energúmeno del trabuco y las barbas se limitaba a repetir algo que venimos observando desde hace años, trasluciendo la percepción de que España ya es fruta madura y está cayendo en picado, arrastrada por su propia incuria, en especial desde que J. M. Aznar salió de La Moncloa: ya sé que no se ganan amigos diciendo esto, pero yo lo veo así. No creemos en conspiraciones (planetarias o de barriada), urdidas por embozados reunidos en un sótano para provocar el cambio de rumbo del universo, pero el deterioro de nuestra sociedad sí es lo bastante claro como para que coincidan intereses diferentes aunque de muy distintos orígenes, con un objetivo común: liquidar la noción de España –operación ya muy avanzada gracias a la traición de la izquierda y a la logrera inopia de la derecha política– para sustituirla por otro proyecto, cada quien con el suyo bajo el brazo. Las metas de islamistas, separatistas o progres heroicos (los sobrevenidos en la cosecha del 82) diferirían en un eventual escenario dominado por ellos, como pretenden, pero, por ahora, la ruta es común: desde los exabruptos de los terroristas que actúan en nombre de Allah, hasta las formas más melifluas y untuosas de quienes piden «recuperar el espíritu medieval de Córdoba y Toledo», como si eso hubiera existido alguna vez y no fuese una mera construcción de escritores románticos, pasando por la tabarra de reclamar el uso –compartido, dicen– de la catedral de Córdoba, antigua mezquita aljama; desde un Rodríguez –el que demostró que cualquiera puede llegar a presidente del Gobierno de España– que aboga beatíficamente por «una autoridad religiosa global» (y se queda tan fresco) hasta un rector Carrillo, de ascendencia y apellido inolvidables, que afirma: «Hay que ver si las capillas son necesarias. Soy respetuoso con la libertad de culto, pero [y tras la adversativa niega lo anterior] me pregunto si no sería mejor que esos lugares fueran multiconfesionales». Para él, la polémica con la capilla de Geografía e Historia «no es tal» porque solo se trata de un cambio de lugar, no de su cierre, «la época de las Cruzadas ya ha pasado». Pero, atención, la referencia anterior no es de ayer, tras la requisa de la citada capilla por el decano Otero (vean su no muy copiosa bibliografía y entenderán algunas cosas), sino que tal declaración data del 6 de febrero de 2013 (ABC), y un año y medio más tarde reverdece la misma cizaña y con los mismos parrafeos, con idéntica vacuidad arbitraria, aprovechando el escapismo de la derecha política y la desorientación de sus bases sociales, paralizadas por el buenismo y la falta de dirección. Si Mariano Rajoy hubiera leído a Ercilla –eventualidad quimérica, lo admitimos– sabría que «es opinión de sabios, que donde falta el rey, sobran agravios…».

¿Es una casualidad que progres de ateísmo acrisolado y musulmanes fervientes coincidan en la cantaleta de los «espacios comunes multiconfesionales», o de la «autoridad religiosa global»? Aunque, seamos justos, en puridad no son los musulmanes quienes piden esa clase de oratorios, si bien permiten que lo hagan sus compañeros de viaje, que no saben de qué hablan, entre almíbares buenistas o cambiando cerraduras, como han hecho en Geografía e Historia de la UCM. Y no suelen pedirlo porque conocen a la perfección la inviabilidad práctica de tal majadería, amén de que –caso de ir adelante la propuesta a escala mundial– se verían en la incómoda e inadmisible situación (para ellos) de conceder reciprocidades. Algo fuera de lo imaginable para quienes sí se toman en serio sus creencias y hábitos litúrgicos.

Establecer oratorios comunes para cristianos de toda laya es relativamente fácil, si se hace en pequeña escala y fuera del contexto de origen de cada cual, porque hay un símbolo indiscutible que une a todos, pero mesturar en los oficios religiosos a cristianos con moros, judíos o gentes de otras religiones es harto difícil. Y conflictivo: enséñenme un muslim normalito y nada agresivo contra nadie que aceptase cumplir sus rezos presidido por una cruz, sin mihrab y sin la teórica purificación que ofrecen las esteras del suelo; con el Santísimo en el Sagrario y rodeado de santos y Dolorosas, de lápidas extrañas y enterramientos de obispos, con las campanas –para nosotros, alegres e irrenunciables– superponiéndose al «adán» del almuédano. Y, viceversa, muéstrenme católicos (no españoles: estos tragan con todo), alemanes por ejemplo, prestos a que les interrumpan sus oficios cinco veces al día, como mínimo y con horarios cambiantes, para intercalar los otros, con la música sacra prohibida, y el canto de mujeres no digamos. Inviable, sencillamente, por no entrar en mayores detalles. Mejor siga cada uno en su casa y Dios en la de todos, siquiera por evitar broncazos.

Pero si se trata de «abrir España», recordamos que algunos, tesoneros, lo intentan sin tregua: ¿puede el señor Carrillo, ahora metido a alquilador de inmuebles, mostrar el recibo del pago de Podemos a la UCM por el alquiler del Aula Magna de la Facultad de Filosofía para el acto político recientemente celebrado allí? ¿Cuánto pagaron, si pagaron algo? Pero hay más: en la expulsión del culto católico de la Facultad de Geografía e Historia, ¿dónde estaban los cientos de profesores y los miles de alumnos de la institución que se reclaman católicos? ¿Todos de vacaciones? ¿Por qué se dejaron desalojar de modo tan manso? ¿No saben que en esa universidad las ocupaciones de facultades y edificios rectorales duran semanas, nadie da cuentas de nada y los inmuebles quedan en estado de estercoleros? Por supuesto que esas preguntas no van dirigidas a quienes estuvieron, sino a los ausentes, y que no proponemos el vandalismo como alternativa, pero sí que la oposición a los abrelatas de diverso cuño sea más nítida y decidida, más consecuente y menos lloriqueante. De lo contrario, no abrirán España, la descerrajarán. Impunemente.

Serafín Fanjul, de la Real Academia de la Historia.

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