Abuso 'non sancto'

En su notable disculpa ante los católicos de Irlanda (la mayoría de la población de ese país), el papa Benedicto XVI explicó por qué unos sacerdotes pecadores sentían la tentación de cometer actos sexuales con niños. Se debía a "las nuevas y graves amenazas a la fe debidas a la rápida transformación y secularización de la sociedad irlandesa. Ha habido un cambio social muy acelerado que con frecuencia ha afectado a la tradicional observancia de las enseñanzas y los valores católicos".

Como sabemos, los abusos deshonestos a niños por parte de sacerdotes católicos no ocurrieron sólo en Irlanda, sino también en muchos otros países, cosa a la que el Papa prefirió no referirse, e Irlanda no es el único lugar en que la transformación social y la secularización han representado una amenaza para los valores religiosos. Cuando el Papa atribuyó esas transgresiones sexuales a dichas amenazas, puede que tuviera en parte razón, pero no la que él cree.

En épocas más tradicionales, no hace mucho, cuando Dios reinaba supremo y la mayoría de las personas recurría aún a sus sacerdotes (o pastores o rabinos, etcétera) en busca de guía moral, la conducta sexual estaba dictada con frecuencia por el poder. Los cristianos podían creer en el pecado. Los valores propugnados por la Iglesia eran objeto de la debida deferencia.

Pero la hipocresía concedía a los privilegiados, incluidos los sacerdotes, cierta libertad de acción. Los hombres adinerados tenían queridas, los profesores tenían aventuras con estudiantes e incluso un humilde cura de pueblo, hombre con poder social y espiritual, ya que no gran riqueza, gozaba con frecuencia de los favores sexuales de una mujer que tenía cómodamente a mano para que se ocupara de sus necesidades domésticas.

Esas actitudes eran aceptadas como una realidad de la vida, como siguen siéndolo en muchos países meridionales y pobres, lo que podría explicar por qué la exposición a los abusos deshonestos cometidos por sacerdotes se ha dado sobre todo en el norte, donde el cambio social ha sido más rápido. Así resultó soportable el concepto de celibato, ideal tal vez noble, pero para la mayoría de las personas imposible. Al fin y al cabo, en la Italia del Renacimiento incluso los papas tenían hijos.

La vida de las mujeres conforme a esas disposiciones tradicionales solía estar muy limitada. Excepto en pequeños y libertinos círculos aristocráticos, en los que las mujeres podían tener también amantes extraconyugales, el papel de la mujer era el de madre y dispensadora de cuidados, y en la mayoría de las sociedades tradicionales, antes de que se produjeran los cambios que el Papa deplora, eran prácticamente inexistentes. Los adulos reinaban supremos.

Para el papa Benedicto, además de otros conservadores, las revoluciones sociales y sexuales de mediados del siglo XX pueden parecer una orgía de libertinismo y para algunos lo fueron a veces: el hedonismo de la vida de los gais en Amsterdam o San Francisco, los hábitos sexuales en algunas comunas hippies y los privilegios eróticos, casi feudales, de las estrellas del rock, pero no para todo el mundo. Los cambios reales, en países como, por ejemplo, Irlanda, Alemania y Estados Unidos, afectaron a la condición de las mujeres y los niños.

Dejó de ser un derecho para los hombres tener queridas, para los profesores tener aventuras con estudiantes o para los sacerdotes disfrutar de los favores de sus sirvientas. Se dejó de tener tanta tolerancia con la hipocresía. En cierto modo, las transformaciones sociales de los decenios de 1960 y 1970 produjeron una nueva forma de puritanismo. Sobre todo en Estados Unidos, un hombre puede perder su empleo por hacer observaciones sexuales inapropiadas, los matrimonios se desploman por una aventura sexual de una sola noche y cualquier forma de relación sexual con niños es un absoluto tabú.

Tal vez porque tantos otros tabúes han perdido vigencia, se conserva el de las relaciones sexuales con niños con un celo casi fanático. Incluso las fantasías al respecto, en forma de tebeos pornográficos, son ilegales en ciertos países. Desde luego, la explotación de niños, ya sea sexual o de otra índole, es deplorable, aunque sólo sea porque los niños raras veces tienen capacidad para oponer resistencia.

Incluso el Papa convendría en que la emancipación de la mujer y la protección de los niños son buenas. De hecho, durante su época de cardenal una parte de su función consistía en impedir que los sacerdotes cometieran abusos deshonestos con menores. No parece haber tenido demasiado éxito. Puede deberse a que se consideraba una tarea más importante la de proteger a la Iglesia de los escándalos.

Los católicos han solido ser más tolerantes con la hipocresía que los protestantes. El ascenso del protestantismo fue en parte una protesta contra ello. Los protestantes estrictos consideran una virtud la franqueza brutal, porque creen que tienen comunicación directa con Dios. Los católicos se confiesan con sus sacerdotes, no con el propio Dios. Se pueden abordar los pecados, siempre y cuando se tengan los miramientos apropiados. Eso explica por qué el Vaticano prefiere llamar pecado y no delito la transgresión paidófila de su clero.

Si esa actitud ya no funciona en un mundo más emancipado, no es porque la secularización haya destruido el sentido moral de las personas. Al fin y al cabo, el secularismo nunca entraña el aprecio de los abusos deshonestos con niños como algo bueno. No, el problema de los sacerdotes pecadores es el de que en las sociedades democráticas el poder ha dejado de ser un privilegio como en tiempos y ya no hay tanta disposición a tolerar la hipocresía. A consecuencia de ello, el voto de celibato ha llegado a ser un anacronismo impracticable.

Hay una solución para ese problema o, si no una solución, una mejora: la Iglesia podría permitir a los sacerdotes casarse o tener relaciones homosexuales con mayores de edad. No es probable que el papa Benedicto XVI, conservador estricto en asuntos doctrinales, acepte esa idea, sino que seguirá predicando contra los males de la sociedad secular y las peligrosas tentaciones del liberalismo, pero eso no será de gran ayuda, porque la carne es débil y encontrará la forma de satisfacer sus necesidades. Si no se puede hacer legalmente, se seguirán cometiendo delitos contra personas que tienen menos capacidad para defenderse.

Ian Buruma, profesor de Democracia y Derechos Humanos en el Bard College. Autor de Amansar a los dioses. Religión y democracia en tres continentes. Copyright: Project Syndicate, 2010 Traducción: Carlos Manzano