¿Acabará Errejón en las filas de otro partido?

El tándem en los partidos políticos españoles ha sido la tónica dominante a lo largo de nuestra corta historia democrática, incluso podría considerarse como parte de su éxito. Válganos de ejemplo el binomio formado por Felipe González y Alfonso Guerra en el PSOE o el que constituían José María Aznar y Francisco Álvarez Cascos.

El gran problema es que este tipo de uniones siempre tienen una vida efímera porque al desempeñar sus protagonistas labores de gobierno la relación tiende a desgastarse. También porque el reparto de funciones no suele dejar contento a una de las partes, lo que termina generando un conflicto de intereses entre ellas.

Pero en el caso que aquí se analiza, el binomio conformado por Pablo Iglesias e Iñigo Errejón se ha resquebrajado en un tiempo récord, y eso que la amistad que ambos se profesaban desde los años de universidad hacía creer que esta pareja casi perfecta sería eterna. Incluso el reparto de papeles podría considerarse como milimétricamente ajustado al perfil de cada uno de los dos implicados.

Pablo Iglesias sería la cara de la organización, el líder carismático que se encarga de pronunciar los discursos públicos con los que alentar a las masas, e Íñigo Errejón la cabeza pensante que no solo se encarga de hacer crecer a la formación sino que la controla en todo el proceso para lograr su consolidación. Pero pronto las discrepancias empezaron a hacerse públicas, erosionando con ello su relación por mucho que los dos protagonistas se nieguen a reconocerlo.

La estrategia electoral a seguir fue la espoleta, porque mientras Errejón era partidario de mantener una propuesta más moderada que permitiese ensanchar la base de su electorado, Iglesias tendía la mano a IU para formar una gran coalición de izquierdas que les condujera al famoso sorpasso al PSOE. Después los desencuentros se han ido sucediendo, las primarias en Andalucía y Madrid, los escándalos de Baleares y de Ramón Espinar. Ahora toca la preparación del encuentro de Vistalegre.

La batalla dialéctica ha dado paso a la guerra de trincheras. Pablo Iglesias quiere dar un golpe de efecto y dejar patente que él es el secretario general de Podemos y, por tanto, quien decide el rumbo de la organización. Pero Errejón se ha rebelado a pocos días del Consejo Ciudadano que determinará el calendario y las reglas de juego de la Asamblea de febrero, en la que se decidirá el futuro del partido para los próximos años.

Este paso de Errejón, que está siendo calificado por algunos como deshonesto y desleal, es una táctica del secretario de Política de Podemos para obligar a Iglesias a pactar un acuerdo que deje conforme a los dos sectores, conocedor de que con las reglas impuestas por el secretario general para Vistalegre, la derrota está asegurada, y su proyecto político quedaría relegado.

La cuestión está en que Iglesias, a sabiendas de la fuerza que atesora, no parece estar dispuesto a hacer nuevas concesiones al sector que encabeza su gran amigo, y va acelerar el acercamiento hacia los anticapitalistas para poder seguir manteniendo su idea de una votación única para elegir a la dirección y aprobar el proyecto político del partido. Téngase en cuenta que normalmente, salvo en contadas excepciones, las bases suelen votar lo que prefiere la dirección.

Ante este panorama, Errejón tendrá que decidir si presenta una lista propia -aunque eso signifique renunciar a presentarse a la secretaría política- o bien continúa presionando a Iglesias para hacerle ver que no puede dar la espalda a una buena parte de los líderes territoriales del partido y a miles de simpatizantes.

Seguramente para evitarlo, Iglesias le ha enviado este lunes una carta pública a través del diario 20 minutos en la que le pide un “debate fraterno” y le anima a trabajar juntos. Pero si tan amigos son, ¿necesitan enviarse mensajes a través de los medios de comunicación?

Durante estas semanas los equipos de Iglesias y de Errejón van a dedicar sus esfuerzos a medir su poder, es decir, a averiguar cuántos de sus seguidores estarían dispuestos a mantenerles su apoyo a pesar de las presiones y de las posibles consecuencias para sus carreras políticas. El órdago está echado, y ahora solo resta saber si Errejón se armará de valor y se atreverá verdaderamente a dar un paso adelante.

Lo lógico es pensar que finalmente Iglesias se decantará por hacer alguna concesión para intentar salvar el binomio y, sobre todo, preservar la imagen pública del partido y evitar así que este enfrentamiento pueda ser identificado con los típicos conflictos internos que suelen protagonizar los viejos partidos.

Errejón, por su parte, no tendrá más remedio que ceder en algo, dado que de otra manera correría el riesgo de quedar fuera de juego, aunque intentará vender ante sus seguidores que es el auténtico vencedor de este pulso. Y es que al igual que no se podría entender Podemos sin Pablo Iglesias, al menos de momento, tampoco sin Íñigo Errejón.

En todo caso, sea cual sea la solución, todo parece indicar que la organización morada saldrá muy tocada de esta confrontación interna. No olvidemos que las pugnas por el poder han conducido en el pasado a algunas formaciones políticas -más consolidadas que Podemos- a la refundación y al debilitamiento, incluso a la desaparición.

No obstante, sólo el tiempo dirá si esto supondrá el declive de Podemos, pero de lo que no cabe duda es que la relación entre el número uno y dos del partido no volverá a ser como antes, por muchos parches que se quieran poner. La política no sólo ha devorado una amistad sino a un nuevo tándem político antes incluso de cosechar el ansiado éxito de alcanzar el gobierno. Ante lo cual, que nadie se sorprenda si en un futuro se viera a Iñigo Errejón militar en las filas de otro partido.

Gema Sánchez Medero es profesora de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Complutense de Madrid.

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