Acabemos con este engorro de una vez

Por Ignacio Camacho, director de ABC (ABC, 20/02/05):

Lo mejor que puede pasar hoy es que salga de una vez el sí a la mal llamada Constitución Europea y acabemos cuanto antes con esta milonga del referéndum. Empeñado en parecer más europeísta que nadie, el presidente Zapatero ha cruzado en la autopista del debate político nacional un camión lleno de mercancía superflua cuyas ruedas se han ido desinflando hasta amenazar con dejarlo varado en mitad de la calzada. Más vale sacarlo de ella cuanto antes.

Este referéndum no era necesario ni oportuno, y el Gobierno ha corrido al convocarlo un riesgo del que ahora no sabe cómo escapar. Resulta positivo, pese a todo, que se nos haya consultado sobre el futuro de la Unión Europea -aunque cabe preguntarse por qué no se consultó a nadie sobre la ampliación-, pero la prisa es (siempre) mala consejera, como acaba de comprobar el ministro Montilla en la Ley de Televisión Digital Terrestre. En este momento, la escena pública española tiene preocupaciones mucho más perentorias, de modo que el referéndum ha significado una pérdida de tiempo, dinero y, sobre todo, energías. Amén de poner de manifiesto el profundo despropósito que reina en nuestra política.

Porque no de otra manera puede calificarse un panorama en el que los dos grandes partidos que vertebran la vida nacional son incapaces de articular un acuerdo sobre una cuestión en cuyo fondo están ambos conformes, y sobre la que el Gobierno se muestra incapaz de obtener el consenso de sus aliados. La mayor preocupación del PSOE en estos momentos parece centrarse en el modo de culpar al PP del fracaso que previsiblemente va a cosechar esta desquiciada convocatoria, mientras sus socios independentistas catalanes y los tardocomunistas de IU cruzan los palos del «no» en las ruedas del carro europeísta. Esto no lo entiende nadie que amueble su intelecto con un mínimo de coherencia.

El referéndum ha sido convocado a destiempo, gestionado sin entusiasmo y publicitado con sectarismo, lo que constituye una fábrica de abstenciones. Ése, y no otro, es el peligro cierto de la jornada de hoy; ni siquiera el «no», cuya heterogénea procedencia sólo va a poner de manifiesto el extraño acuerdo en que a veces se dan cita las izquierdas radicales y la derecha más intransigente. A estas alturas, después de una campaña vacía de contenidos, de público y de interés, el Gobierno convocante se halla situado ante la evidencia cierta del riesgo de una desmovilización que sólo pondrá de relieve su palmaria incapacidad para llevar adelante el objetivo trazado. Europa, desde luego, se merecía algo mejor.

La gestión del «no» puede ser relativamente irrelevante, aunque la posibilidad de un alto número de votos negativos en Cataluña va a situar a Zapatero ante una indeseada exhibición de fuerza de sus aliados independentistas de ERC. Fuera de Cataluña y el País Vasco, el «no» será mayoritariamente la expresión de un voto de castigo de cierta derecha vindicativa que, o no ha comprendido que el verdadero perjuicio para los socialistas son las urnas vacías, o desea atornillar su rechazo con una explícita vuelta de tuerca. Con su torpeza, el Gobierno va a lograr la triste consecuencia de que sea Europa -y España como parte indisoluble de ella- la que reciba en su trasero el puntapié que muchos ciudadanos le quieren dar a la gestión del presidente.

Pero cuando el Gobierno va a sufrir es a la hora de justificar la abstención; sólo los más sectarios podrán aceptar que la culpa de la desmotivación del electorado la tenga un PP que ha antepuesto su patriotismo europeísta a la tentación de atizarle una bofetada a su adversario. En las vísperas de la votación, los estrategas del PSOE se conformaban ya con un tercio de ciudadanos en las urnas; exigua tajada para una convocatoria cuya única finalidad era la de mostrar a Europa nuestra supuesta vocación constructiva. Esos mismos estrategas andan cavilando la forma de rebotar sobre las cabezas de los líderes del PP las consecuencias del fiasco que amagan los «trackings» y sondeos que la ley impide publicar en la última semana.

Esta noche quizá oigamos reproches a un partido que ha pedido el «sí» por encima de sus propios intereses, acusándolo de hacerlo «con la boca chica». No parece, sin embargo, que la boca del Gobierno se haya abierto con mucha más pasión, habida cuenta de que sus aliados han masticado irresponsablemente el voto negativo sin que ni a Zapatero ni a su equipo se les haya escuchado una sola censura, una mínima crítica, una débil queja.

Por todo ello, lo más razonable que cabe desear es que la papeleta quede resuelta de una vez por todas y podamos pasar pronto esta página inoportuna. Bastará con que al contar las papeletas haya un solo «sí» más para cerrar este episodio mal encarado, y a partir de ahí que cada cuál saque sus conclusiones. Por todo lo que la integración europea ha representado en nuestro desarrollo de las dos últimas décadas, los intereses de España aconsejan que la Constitución en juicio se apruebe sin más obstáculos, y a ello deben aplicarse sin remilgos los ciudadanos más conscientes de su responsabilidad política.

Después, solucionado el engorro, habrá tiempo de analizar las consecuencias. Si el Gobierno y su presidente Zapatero se ven en la tesitura de rebuscar argumentos que justifiquen un eventual fiasco de sus agrandadas intenciones, será una cuestión que ellos mismos habrán de dilucidar ante el espejo de sus propias percepciones. Algunos pelos se van a dejar en esta gatera por cuyo agujero se han empeñado en pasar sin medir antes sus verdaderas dimensiones.