Acoso a la economía española

No sé si los dirigentes del Partido Popular habrán pensado en la posibilidad de que la operación de acoso y derribo del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero que llevan a cabo desde el 11-M y que han incrementado desde el 30-D acabe derribando también la estima y prestigio internacionales de la economía española. La agresividad del PP es total e indiscriminada, e incluso puede conseguir hacer saltar a Zapatero del sillón presidencial si perdiera una moción de confianza o las próximas elecciones. Con el PP, que coincide con ETA en el acoso al Gobierno del PSOE, la sensación de que España es ingobernable (no simplemente que tiene un mal Gobierno) se podría extender en el ámbito internacional como una mancha de aceite sobre una hoja de servicios excelente, con menoscabo del prestigio de la séptima economía del mundo.

Por otra, la victoria del hoy principal partido de la oposición sería una victoria pírrica, si se toman en consideración las posibles repercusiones de su cruzada (la segunda cruzada contra el PSOE) sobre la economía española. Porque el derribo de un jefe de Gobierno que ha ejercido en una nueva fase de expansión y consolidación de la economía española sería muy dañino a la imagen de España como un país desarrollado y moderno, y acabaría siendo también costoso para su economía.

El encumbramiento de Mariano Rajoy a la presidencia del Gobierno sobre las ruinas del Gobierno socialista no tendría lugar sin algunos problemas políticos y repercusiones también económicas. No iba a ser un tiempo de vino y rosas para los acosadores y expertos en derribos. La percepción que habría en los mercados internacionales, con una izquierda lanzada a protestar cada paso --o pasito-- que diera el Gobierno del PP (como este lo hace ahora con el socialista), sería suficiente para incrementar el riesgo-país y por consiguiente perjudicar a la inversión extranjera. Porque puestos a ocupar las calles, la izquierda asusta al capital más que la derecha.

¿Cómo no ven los grandes empresarios transnacionales que tenemos en España que esa operación de acoso y derribo de un Gobierno que les ha garantizado, además de la paz social, un marco macroeconómico estable, creíble internacionalmente e incluso ejemplar, les puede acabar perjudicando? ¿Cómo no persuaden a sus amigos del PP de que cesen en sus intentos de conquistar el poder político destrozando la imagen internacional de un país eficiente y bien gobernado, y den ejemplo a los observadores internacionales de oposición democrática, moderna y no tan agresiva y montaraz? Una crisis de gobernabilidad, como la que podría causar la campaña de los populares de aquí a las elecciones generales del 2008, tendría probablemente unos costos económicos que solo generaciones futuras serían capaces de evaluar justamente.

Yo me pongo en la perspectiva del gestor extranjero de un gran fondo de inversiones, digamos, japonés, (pero lo mismo valdría para uno norteamericano, ruso o brasileño), que invierte en bonos del Estado español, compra acciones del Ibex 35 y canaliza inversiones extranjeras directas hacia la economía española. Estoy seguro de que ese gestor internacional, por buena información que tenga, no entendería las peleas que se traen los partidos políticos en España a propósito de la política antiterrorista. No entendería nada, por ejemplo, de la sesión de las Cortes del pasado 15 de enero, en la que los principales partidos del país, aunque en principio están en contra de un enemigo común --el terrorismo de ETA--, se peleaban encarnizadamente entre ellos. ¿Qué pensará nuestro hipotético gestor de sus inversiones en España? ¿Cómo ponderará su riesgo-país? ¿Contará a España entre los países ricos y desarrollados, donde las inversiones son seguras, o nos considerará un país emergente, con los problemas políticos y los riesgos económicos de México, Venezuela o Ucrania? No hay duda de que este último caso aumentará su percepción del riesgo de invertir en España. ¿Nadie ha pensado en esto?

Además, aunque para un gestor japonés el pasado de enfrentamientos fratricidas en España quede un poco lejos y oculto en la noche de los tiempos, para un inversor inglés o francés, la tendencia de los españoles a dirimir sus divergencias políticas e ideológicas a sangre y fuego puede resultar más familiar y temible. Y, sin llegar a los extremos del pasado, que no sería fácil repetir en el estado presente de nuestra economía, nuestra cultura y nuestra integración en la comunidad internacional, los excesos del presente puede ahuyentar más de una inversión por miedo a la ausencia de un ambiente político tranquilo y propicio para los negocios.

Porque, en definitiva, la estabilidad económica requiere un ambiente político civilizado, más moderado y relajado que el que vive hoy en día España. Por ahora la economía sigue su curso ascendente al margen de la carrera descendente que han emprendido los políticos hacia la pérdida de credibilidad y respeto por parte de españoles y extranjeros. Pero algún día los dos cursos divergentes podrían converger en una pendiente hacia el desastre económico. Una eventualidad que todavía está lejos, pero que no es impensable.

Luis de Sebastián, profesor honorario de ESADE.