Leí hace tiempo que las personas que sufren un dolor muy grande -por ejemplo, la muerte de un ser querido- pasan por una serie de cinco etapas: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. No siempre se presentan todas, ni en el mismo orden, ni con la misma duración, pero suelen aparecer casi siempre. Y son, de algún modo, necesarias: un dolor violento y duradero exige un proceso psicológico de adaptación, que suele pasar por esas etapas. A veces, los que no sufren ese dolor se enfadan por la reacción del paciente: no te lo tomes así, le dicen; no ganarás nada; cuanto antes te convenzas, antes saldrás de todo esto; lo que tienes que hacer es no darle más vueltas; sal, distráete, olvídalo¿ Vanos consejos, aunque bien intencionados.
Sospecho que los expertos en la psicología del dolor no lo aplicarían a las consecuencias de la crisis y la recesión en nuestra economía, pero me parece que podemos sacar algunas conclusiones interesantes de esa comparación. La primera fase es la negación: no es posible, no ha sucedido, volverá a aparecer por la puerta en cualquier momento¿ El que sufre sabe muy bien que el ser querido no volverá, pero necesita tiempo para ajustarse a la nueva realidad. La negación es una compra de tiempo.
En el ámbito del dolor económico, en este país estamos aún, al menos en parte, en la etapa de negarnos a aceptar lo que nos pasa. No podemos negar el paro o el cierre de empresas, claro, pero recurrimos a subterfugios: todo esto debe de ser un invento de los bancos para quitarnos la casa, o un montaje de los mercados financieros, o una manipulación de la Unión Europea para que salgan ganando los alemanes a costa nuestra¿
Y, como en el caso de la muerte de un ser querido, damos entrada a la ira: ¿por qué a mí? Yo no tengo la culpa, ¿por qué he de pasar por esto? Que castiguen a los culpables: los bancos, o los mercados (no sabemos bien quiénes son esos, pero suelen dibujarlos con chistera y cara de ricos, o sea, que deben ser malos). Muchos de los indignados están en esta fase; otros, no, desde luego. Y luego viene la negociación: ¿y si no hubiese comprado la casa con aquella hipoteca tan alta? ¿Me equivoqué al escoger la carrera de arquitecto, que parecía tan prometedora hace unos años?
La siguiente fase es la de la depresión. No la enfermedad mental que conocemos con ese nombre, sino una fase de abatimiento muy lógica: he perdido el empleo, me van a quitar la casa, no puedo sacar adelante mi empresa, dicen que nos faltan todavía 10 años de paro, de empleos inestables, de incertidumbre¿ Y al final viene la aceptación, que ya estaba implícita en la negación: necesitamos tiempo para enterarnos de que ha fallecido la persona a quien queríamos, como lo necesitamos para aceptar que no volveremos a recuperar el nivel de vida que teníamos hace cinco años, o a tener otra casa como la que acabamos de perder¿ Aceptación que no es satisfacción: es aprender a vivir con la pérdida.
Bien, me dirá el lector; has dado nombres a lo que nos pasa. Y ahora, ¿qué? Sí, lo reconozco: dar nombres no es dar soluciones. Pero, si reconocemos las etapas, me parece que podemos intentar dar algunos pasos más. Uno: cuando llegamos a la fase de la aceptación, estamos en condiciones de darnos cuenta de algo muy importante: nadie nos sacará de nuestra crisis. Lo tenemos que hacer nosotros. Olvidemos al Gobierno: no sabe cómo hacerlo, o no tiene medios, o le falta fortaleza política para hacerlo. Olvidemos a Europa o al Fondo Monetario Internacional. Es la hora de los ciudadanos.
Otro paso: necesitamos información. Que nos expliquen lo que pasa y por qué, las soluciones que hay, por qué son necesarias y cómo se pueden poner en práctica. Porque soluciones, haberlas, haylas; lo que hace falta es darlas a conocer, abrirlas al debate público, argumentarlas.
Y aquí tenemos una gran carencia: nos seguimos empeñando, al menos en muchos casos, en dar argumentos ideológicos. «Que paguen los que causaron la crisis» es una bonita frase, pero no es práctica, por muchas razones. Les daré solo una: ¿cuánto tendrían que pagar esos culpables para poder crear cinco millones de puestos de trabajo nuevos y en breve tiempo? Pues entonces, empecemos a pensar en buscar soluciones. La venganza puede ser muy dulce, pero no resucita a los muertos.
Déjenme que añada un tercer paso, necesario y urgente: seamos generosos, no pensemos solo en cómo salir nosotros, sino en cómo sacar del agujero a todos los ciudadanos. Los que aún tenemos un empleo, pensemos: ¿cómo me gustaría que me tratasen si yo estuviese en el paro? Y los parados: ¿cuántos sacrificios estoy dispuesto a hacer por tener un empleo, aunque sea basura? Por supuesto, hay que dar de comer a quien no tiene pan, pero, sobre todo, hay que ponerle en condiciones de ganar su pan cuanto antes. Y esto exige sacrificio, visión amplia y conjugar el nosotros, no el yo. Algo que deberían hacer nuestros políticos, empresarios y sindicalistas: pero no lo harán si no empezamos nosotros. Usted y yo.
Antonio Argandoña, profesor del IESE. Universidad de Navarra.