Actualidad de Fernández Flórez

En el Betanzos de mi infancia el ABC llegaba al día siguiente. Lo repartía por las casas de los suscriptores la quiosquera -América de nombre y continental de constitución- en torno al mediodía, dependiendo de la variable hora de llegada del exprés. El nuestro lo dejaba en el portal de casa después de pasar por la de doña Mercedes Beccaría, viuda de Romay. En su consulta de dentista, mi padre lo leía aprovechando los minutos que tardaba la anestesia para hacer efecto en las encías de sus pacientes. Después, a la hora de comer, lo subía al segundo piso y anunciaba:

-Luisa, la Tercera de hoy es de Wenceslao.

Otros días, claro, era de Azorín, de Pemán, de Foxá, de Menéndez-Pidal... Pero la fiesta en casa se reservaba para las Terceras de Fernández Flórez, el único al que mi padre llamaba por su nombre de pila, en parte, por su singularidad y, en parte, porque lo conocíamos, aunque solo fuera de vista: algunos domingos de verano venía a Betanzos desde su «Villa Florentina» para asistir a la misa de doce y comprar en el mercado una paxeta de fruta que cargaba en el maletero de su coche (un ópel, creo recordar). Lo acompañaban siempre, además de su inconfundible nariz aguileña, dos enigmáticas señoras que a mí se me antojaban muy elegantes y muy madrileñas. En una reciente visita a su extraordinariamente bien conservada casa museo en Cecebre (municipio de Cambre), la docta directora que nos acompañó, Alicia Longueira, me aclaró que debía tratarse de su madre y una de sus hermanas, porque, como es bien sabido, don Wenceslao nunca se casó.

Actualidad de Fernández FlórezDe sus obras completas, tenía mi padre en su modesta biblioteca ocho tomos de la edición de Aguilar, iniciada en 1945, en octava, papel biblia con inconfundibles cantos estampados, y encuadernados en piel roja. Por ello, suyas fueron mis primeras lecturas literarias, con apenas trece años. Empecé, naturalmente, por El bosque animado («La fraga es un tapiz de vida apretado contra las arrugas de la tierra...»), pero terminé devorándolo todo, incluida una novela en la que un viajante de comercio rozaba los «turgentes pechos» (¿fue Fernández Flórez el primero que empleó el manoseado adjetivo que a mí me obligó a consultar un diccionario?) de la empleada de la pensión en la que se hospedaba, de modo que mi madre alertó a mi padre: «Manolo, que el niño está leyendo todo lo de Wenceslao, y ya sabes que tiene novelas verdes».

Recientemente recordaba Darío Villanueva que Fernández Flórez (gracias fundamentalmente a los trabajos del profesor José Carlos Mainer, el gran especialista en el escritor coruñés, al cual ya dedicó su tesis doctoral en 1972) estaba siendo reincorporado a la historia de la literatura española, «rescatándolo de aquel ghetto o vía muerta en que por razones extraliterarias... estaba varado». Por eso, este verano decidí releer algún volumen de las Acotaciones de un oyente, sus olvidadas crónicas parlamentarias. Lo hice en un ejemplar editado en 1931 y dedicado a las Cortes Constituyentes de aquel año, adquirido en una librería de lance. El libro contiene las crónicas que van del 29 de agosto al 9 de diciembre, en textos que, curiosamente, no he encontrado en el tomo IX de sus obras completas (1964), en el que debían figurar. En la crónica de 23 de octubre da cuenta el autor de la deliberación sobre los artículos 48 a 50 de la Constitución que establecían los principios fundamentales de la enseñanza, entre ellos, la obligatoriedad y gratuidad de la primaria, la libertad de cátedra y otros innegables logros de aquella Constitución republicana, que eran, lógicamente, bienvenidos por Fernández Flórez, quien, sin embargo, discrepaba de la «entrega de la enseñanza a las regiones» y se pronunciaba a favor de la enmienda, de sentido contrario, presentada en aquel agitado Parlamento nada menos que por Unamuno, Sánchez Román y Nóvoa Santos, enmienda que fue rechazada.

El perspicaz cronista deja constancia de lo siguiente: «La inmensa mayoría de la Cámara (con exclusión de los socialistas, que es el grupo que viene revelando más patriotismo y mejor sentido político) encuentra encantadora esta solución», es decir, la que fue aprobada rechazando la enmienda. Repito lo que encierran los paréntesis: los socialistas son el grupo que -según Fernández Flórez- mostró más patriotismo y mejor sentido político, en las Cortes que debatieron la Constitución de 1931, en particular cuando se debatió el reparto de competencias en materia de enseñanza. (No sé si estos elogios a los socialistas pueden haber sido el motivo de la exclusión de esta crónica en la edición de 1964...).

Y todavía se pregunta Fernández Flórez: «¿Cómo pudo ser aprobado el artículo 48? A primera vista parece imposible que los diputados constituyentes no hayan comprendido la esencialidad que para el Estado tiene la cuestión de la enseñanza». Y añade: «La de ayer ha sido una de las peores tardes del Parlamento de la República».

Dos consideraciones finales: qué pena da contrastar la actitud de los socialistas españoles en las Cortes de 1931 con la que hemos presenciado en los recientes debates de investidura. Y qué tristeza constatar que a Wenceslao Fernández Flórez en Galicia «muchos… lo desprecian por “franquista”… y por haber escrito su obra en castellano y no en gallego», como ha narrado recientemente Ernesto Baltar.

Santiago Martínez Lage es diplomático y abogado.

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