Ada Colau y el 'putaramonismo'

El independentismo (una parte) prendió ayer la mecha de una 'mascletà' para celebrar que Ada Colau haya anunciado que probablemente asistirá a diferencia del año pasado a los actos reivindicativos de la próxima Diada. Corrieron mensajes de WhatsApp de ida y vuelta entre perezosos teléfonos móviles de agosto repartidos por playas y montañas para festejar que la estrategia de seducción de los soberanistas hacia el flanco de los 'comuns' ha causado efecto y que el ansiado 'ensanchamiento' de la base social del independentismo está ya más cerca. ¿Por qué si no iba a asistir la alcaldesa de la capital de Catalunya a actos pensados para dar la bienvenida a una nueva república que los más optimistas ya tocan con los dedos si no es, precisamente, para sumarse al enjambre de manos prestas a echar una mano en el parto?

Atrás quedarán, claro, las desavenencias de las últimas campañas electorales con ERC, la obsesión de buena parte de 'comuns' y podemitas de situar el soberanismo como un cuerpo extraño inoculado por la burguesía en los ambientes más populares, la definición del 'procés' como una simple excusa para tapar recortes y corrupción, o la elección de pregoneros de la Mercè marcadamente hostiles a todo cuanto huela a nacionalismo catalán (sobre este último punto me añado a los que consideran ridículas las críticas y la sobreactuación de algunos -demasiados- soberanistas por esta decisión).

Sí, amigos, si la lideresa (con el permiso de Esperanza Aguirre, que ostentó esta denominación en sus buenos tiempos) acude presta a buscar cobijo entre 'estelades' el próximo 11-S y abre un frente dialéctico subido de tono con sus camaradas Coscubiela, Rabell y compañía, pelillos a la mar (incluidos los de la memoria histórica).

Limpien los cristales de las ventanas, quiten el polvo de las alfombras y preparen el mejor de los guisos, que la hija pródiga llama a la puerta y nada tiene que ver con esta visita que los 'comuns' ya hayan decidido que en el 2017 estrenarán partido político con la mirada puesta en el Parlament y la presidencia de la Generalitat.

Hay quien confunde una canción con un concierto o una tapa de olivas con un almuerzo. Ada Colau, en cambio, sabe lo que es cada cosa y lo que no sabe lo aprende o lo intenta. Es esta una diferencia sustancial entre la alcaldesa y otros actores políticos empeñados en mantenerse, no solo a salvo de nuevos conocimientos, sino también en olvidarse de los ya adquiridos o innatos, entre ellos que sin control del tiempo y cierta ambigüedad y paleta de grises no existe política alguna.

Colau se explica a sí misma como una activista llegada sorpresivamente a alcaldesa, que descubre la complejidad de la 'realpolitik' una vez sentada en el sillón que preside los plenos municipales. Ser una ciudadana normal convertida en alcaldesa como sin quererlo y de un día para otro le sirve para un roto y un descosido. Necesitamos rodaje, viene a decir. Y ahí esta buena parte de la ciudadanía presta a la paciencia y a juzgar su labor con la magnanimidad con la que un profesor evalúa a un alumno extranjero que no domina del todo la lengua en la que se imparten las clases, igual que Colau, solo supuestamente, no domina la política.

¡Y un cuerno! Porque lo cierto es que la líder de Barcelona en Comú es, en estos momentos, con buena parte de sus apóstoles, el espécimen más político de cuantos pueblan la orla institucional catalana. Y entiéndase esto como un piropo, puesto que a la política se va a a hacer política, aunque sea formalmente renegando de ella en los discursos porque las circunstancias -¡políticas, claro!- así lo aconsejan.

Y es desde el ángulo menos romántico de la política (¿qué me conviene hacer para mandar, para mandar más y para seguir mandando?) desde el que deben entenderse todos sus gestos, incluidos los que tienen que ver con el soberanismo. Añadan, por supuesto, sus convicciones, que las tiene, como las tienen todos los políticos (casi todos sería más exacto).

Colau se suma a una Diada tan exigente porque en Catalunya ninguna parcela política puede dar muchos frutos y de manera continuada si no se ancla con cierta credibilidad en el catalanismo y ella tiene una guerra que ganar a ERC. Pero no se lleven a engaño los independentistas que escogen cada día la ropa más 'sexy' para seducir a los 'comuns'. No han convencido a nadie. Pasa, simplemente, que la Catalunya 'del peix al cove' y 'la puta y la ramoneta' sigue existiendo y Colau cree que es la mayoritaria y va a buscarla. Para ello, unas cuantas 'estelades' de vez en cuando ondeando por encima de su cabeza son necesarias y también suficientes.

El 'putaramonismo' de Colau va a dar mucha guerra porque el problema quizá no es su práctica, sino el grado de credibilidad de quien aspira a ejercerlo.

Josep Martí Blanch, periodista.

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