Adiós a Colombres (y 3)

En Asturias, cuando éramos niños, cantábamos una canción popular que decía así: “No hay carretera sin baches, ni prao que no tenga hierba…”. Tardé muchos años en descubrir que la versión original no decía “baches” sino “curvas”, y que había otra opción, no menos sarcástica, que ni se refería a baches o curvas, sino al “barro”. Quizá todo se debiera a que en las carreteras de mi infancia abundaban el barro, los baches y las curvas. Los escasos habitantes de Bricia, una pequeña población vecina a Posada de Llanes, hay años que se permiten cantar la canción en la versión “baches” y otros en la tradicional. Depende de que el secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, pase sus vacaciones allí, o no.

Este año de 2012 supieron que tendrían a tan ilustre visitante, un habitual de la zona de Llanes, porque el martes, 31 de julio, las máquinas se encargaron de dejar la carretera como un jaspe, libre de baches y aseada como una novia. No había ocurrido lo mismo el año pasado, porque la situación del PSOE no permitió a Rubalcaba pasar su legítimo ocio en el lugar, y por eso ninguna máquina se acercó a eliminar los baches. Hubo que esperar al Deseado para que se cumpliera una necesidad ciudadana. Parece un chiste, pero fue así. Es verdad que esas cosas ocurrían en las épocas de Cánovas del Castillo, e incluso antes. Es sabido que Sagasta llegó a conseguir los 400 votos del censo de Logroño. No le faltó ni uno, todos cumplieron. Si usted hiciera un censo riguroso de los resultados electorales en la circunscripción de Llanes, entendería por qué si llega Rubalcaba se arreglan las carreteras, y si no viene, no.

Eso explica, o más sencillamente ayuda a entender, por qué en Colombres un alcalde consiguió que habilitaran una carretera idónea para que las camionetas de su almacén de muebles lleguen, en apenas unos segundos, a la vía principal. Iban a construir docenas y docenas de adosados pero al final le sirvió a él. Eso explica, o más bien también ayuda a entender, porqué en un pueblo tan pequeño como un suspiro, existen tres oficinas de Información Turística, tres. Todas cerradas por diversas razones pero construidas sucesivamente a tenor de los gustos del responsable de la Información al Turista, cuyo mérito más notable lo explica él cuando se presenta: “Soy la pareja de hecho de la alcaldesa de Llanes”.

¿Qué puedes hacer para afrontar, en ciudadano libre, una situación así? ¿Denunciarla? ¿Dónde? ¿En los medios de comunicación? Los periodistas locales tiene mujer e hijos, y a lo mejor ella regenta una peluquería o un bar, que le podrían cerrar a la primera inspección de la autoridad edilicia. Lo fascinante de Sicilia, y que la diferencia de esta chumacera corrupción astur, es que la gente ha logrado sobrevivir y pelear y morirse, y crear una literatura brillante y crítica. Nuestros escritores locales están más allá de esas miserias. Pican más alto y no se meten en líos; incluso con su silencio les pueden caer bolos y galardones. Un periodista local en una población pequeña lo tiene muy difícil para salir indemne de un enfrentamiento con la alcaldía. ¡Excuso decir lo que ocurre en las grandes capitales!

Yo propondría que la buena gente asturiana y residentes locales en zonas como Llanes o Ribadedeva se animaran a colocar carteles que advirtieran que se trata de territorios al margen de la ley. No exagero una palabra, ni lo digo porque las baldosas urbanas las suministren parientes de la alcaldesa ni de la retahíla de irregularidades que se han cometido y se cometen todos los días. Bastaría con decir que Llanes carece de Plan de Urbanismo desde hace años porque ha sido rechazado reiteradamente por los tribunales. Pero les importa una higa. Ganan las elecciones y por mayoría absoluta. ¿Acaso no ocurría en Marbella y en tantas otras localidades del Mediterráneo? Además, como no tienen a nadie que lo retrate, pasa absolutamente desapercibido. ¿Quién sabe en España qué fue “el caso Marea”, que llevó a la cárcel por corrupción a altos cargos de la administración asturiana? Nada. Es más, se gastaron cantidades astronómicas en publicidad de los grandes diarios, ahora que está tan contraído el mercado publicitario.

Hay que hacer como si no te enteras. No preguntes nada. Yo conocí tres alcaldes en Colombres. El primero, el Padrino local, es propietario de medio pueblo, comercios incluidos. Como se iba haciendo mayor y el negocio en general se hacía difícil, le sustituyó un chaval, economista, socialista de carnet, que se retiró a Washington, que parece otro chiste, pero no lo es. El alcalde socialista de Colombres después de otear el horizonte, que no le debió parecer bueno, decidió marchar a Washington, capital de Estados Unidos. El tercer y último alcalde que conocí, apenas si le vi un día y tendría dificultades para reconocerle, pero es hijo del primero. Este no es un independiente socialista, como su padre, sino un socialista militante. Abogado, y a su asesoramiento debo que me echaran.

Técnicamente fue muy sencillo. Una casa alquilada sin contrato -“cómo vamos a hacer contrato si somos gente de palabra”, dijo el marido de la dueña, veterano socialista–, pagada con talones nominales durante quince años, un verano vas y te encuentras que te hacen una propuesta sin posibilidad de rechazo. “Este verano no te cobramos, pero dejas las cosas de la casa, que compraste tú: los electrodomésticos y ese montón de cacharros que has ido acumulando durante quince años. Eso sí, te puedes llevar los libros y esas cosas que para ti pueden tener un valor sentimental”.

Desde el momento que tienes que desmantelar una casa donde has vivido durante quince años se te desmorona un mundo. Una mudanza sólo es comparable a un divorcio, aunque sea de catorce cajas y una lámpara. Una ruina. Has de encontrar dónde guardarlas porque tu casa no lo admite, y tu economía tampoco contempla un depósito lejano y caro, por tanto debes buscar un almacén de gente buena que te lo pueda guardar hasta que sepas qué demonios vas a hacer con todo eso que se te viene encima y que ni habías buscado ni tenías previsto. Te va entrando una indignación sorda, porque entiendes que llevaban meses pensándolo y sin decirlo, y vas recuperando en los días que te quedan, los detalles: esas flores que plantaron y que sabían expresamente que tú detestabas –los geranios, por ejemplo–, esas reformas que llevabas pidiendo desde hacía años y que ahora acabas de encontrar realizadas.

Y sobre todo esas sonrisas “de buen rollito”, como si te estuvieran haciendo un favor, una espléndida concesión, la de no pagar la estancia veraniega que habrás de reducir porque se te retuercen las tripas de sólo pensar que vas a verlos de nuevo y que esperan de ti que aceptes tu papel de despedido, porque la vida es así y ahora toca que te marches. Tardé en saber quién era el que asesoraba. La dueña no hacía más que referirse a su asesor, “el intermediario que nos vendió las fincas, el que me ha animado a las reformas y a sacarle más partido a la casa”. En los pueblos no hay secretos. El alcalde.

Lo más chocante siempre es ese halo miserable que le sale a la gente cuando desprecias esa fachada de conmiseración y de falsa bondad que siente hacia ti, porque están convencidos además de que eres idiota. Se están portando contigo con la benevolencia de los que saben de lejos lo que es la rapiña; esa gente capaz de cobrarle al hermano postrado en una cama de hospital el precio que les ha costado el autobús. ¡Bastante esfuerzo hago viniendo a verte!

Colofón. La dueña, irritada, ha enviado dos mensajes. El primero, herida porque “después de quince años ocupando (sic) la casa se merecían un adiós”. El otro, menos sentimental, echando a faltar “dos platos de la cocina, una palmatoria y una campanilla”. Somos así, lo que dejamos atrás nunca nos permiten recordarlo como un gozo. Siempre tiene que aparecer el lado siniestro de la vida. La codicia.

Gregorio Morán

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