Adiós a Galdós

En este mes de diciembre finaliza el homenaje nacional a Benito Pérez Galdós con motivo del centenario de su muerte. Su producción y su calidad literarias bien lo merecen aunque, de toda ésta, los «Episodios Nacionales» serían, ayer y hoy, los que calarían más hondo en la sensibilidad popular y soportarían mejor el paso del tiempo. Constituyen la más extensa colección que registran nuestras letras, con más de 7.000 páginas, etiquetada como «novelas hiladas» y, con toda modestia, como «obritas breves y amenas» por su autor. Se había dedicado a ellas plenamente, abandonando, «con desdén», la política, cuando aún era el «joven alto, delgado, pálido, de glacial fisonomía, insignificante expresión y desgastado cuerpo» que describiera Manuel de la Revilla en la revista quincenal de política, literatura y artes llamada «La Diana».

Los personajes principales de cada episodio habían sido previamente dibujados a lápiz por el propio Galdós con las características particulares que les había asignado, a fin de tenerlas siempre presentes al redactarlo. Construida la trama con materiales de diferente índole: literarios, históricos y sociales, se trató, en su totalidad, de obras híbridas cuyo «ensamblaje» le crearía algunos problemas, reto del que saldría airoso y famoso.

Los augurios iniciales no eran buenos: en la España contemporánea, de una población de 17 millones de habitantes, 13 eran analfabetos, la mayor parte de la diferencia sólo era capaz de mantener la más elemental correspondencia familiar, y el resto estaba malacostumbrado a leer «de gorra» o «de balde» en las bibliotecas públicas o haciéndose regalar por el autor su última producción, so pena de desafección perpetua.

La mayoría de los restantes preferían las obras ligeras nacionales de ambientación histórica o las traducciones más de moda, consideradas por la crítica como «tremendas majaderías» en uno de los aspectos a considerar y como «cursilerías de costumbres» y folletinescas en otro.

Galdós, lector infatigable de todas, no las despreció sin embargo. De Dickens extraería la continuidad de un mismo personaje, de los «Romans Nationaux», en los que se inspira para el título general de «Episodios Nacionales» obra del binomio Erkmam-Chatrian, el profundo patriotismo de un relator y testigo que, sacado del pueblo, es un héroe anónimo e imaginado. Un narrador que ofrece su experiencia de forma sencilla y, sin perder valor literario, para el pueblo, porque los otros, los personajes famosos, que también aparecen, son meros comparsas y forman el «entramado», que da verosimilitud, ambiente y localización al relato.

A todo ello añade Galdós lo propio. Es manifiesto que se siente orgulloso de haber encontrado una forma peculiar, realista y original, de hacer descubrir y de transmitir el patriotismo «nuevo» mediante un estilo impecable de raíces populares, pero de construcción propia, y también hacer palpitar masivamente al pueblo español con él, lo que calificaba la prensa como «género novedoso», que sería clave de su popularidad.

El prolífico Galdós comienza su primera serie de diez episodios con una derrota, aunque de grandeza trágica incuestionable, que marca el fin de una etapa y, por lo tanto, el comienzo de una nueva: el siglo XIX, ápice simbólico de una estructura fracasada. Una derrota que hasta entonces no había tenido la consideración popular que tiene en nuestros días, gracias a Galdós, de un gran infortunio glorioso y, por lo tanto, de una victoria más, de índole moral: el sacrificio en aras del deber, aunque fuera supeditado a unos conceptos y una política caducos.

El Trafalgar popular, el épico e indomable, surge en este momento y no en otro y lo intuye «El Garbanzo», rotativo de la prensa menor e incluso «amarilla» y populista, en el mismo momento de su aparición en marzo de 1873, que vaticinó que el nombre que el autor había puesto al hecho histórico lo convertiría en imperecedero.

Este nuevo reconocimiento subrayando el nuevo sentido de la batalla, lo recogería Antonio Alcalá Galiano, hijo del prócer, en una poética carta-brindis, tan del gusto de la época, y en honor a D. Benito: «Pintabas de Trafalgar/ la titánica derrota/ tan sublime, que aún flota/ nuestro honor sobre aquel mar».

El meritorio trazo del propio Galdós lo representaría como una cabeza de león y, entre sus fauces, un trozo de madera, resto de un naufragio, con el rótulo: Trafalgar.

Ése fue el espíritu que siguieron todos los demás episodios, fuesen glorias o hechos trágicos, de los que éste fue «gancho» seductor. Publicados en los comienzos en rústica dedicada al lector medio a precio razonable, en su cubierta aparecía nuestra bandera bicolor, respetada por todo el Sexenio Revolucionario, incluida la Primera República. También por Galdós que, pese a su republicanismo, reconocía en ella la «dalmática nacional», es decir, la vestidura litúrgica de nuestro culto patrio que presidió durante toda la vida del autor la portada de los Episodios y que su Gabrielillo Araceli consideraba «señal de nuestra honra», añadiendo: «Mirando nuestras banderas rojas y amarillas, los colores combinados que mejor representan al fuego, sentí que mi pecho se ensanchaba...». Muerto en 1920, Galdós no llegaría a tener que sufrir la modificación tricolor y ahistórica de la enseña en 1931, que afectaría a las cubiertas de sus series mientras esta institución duró.

Sin entrar en si los «Episodios» fueron historias noveladas o «anoveladas», en opinión de Menéndez y Pelayo, o bien «novelas historiadas», comprendo el sentido, aunque no suscribo la afirmación de Max Aub de que: «Galdós ha hecho más por el conocimiento de España por los españoles -por el pueblo español- que todos los historiadores juntos». Exitosa sentencia que solo es admisible en el sentido que dio Galdós y no algunos de sus intérpretes, a la suya, en crítica de aquéllos que olvidan, como parte de nuestra historia, lo que «constituye la existencia de los pueblos... el vivir, el sentir y hasta el respirar de la gente». Algo tan alejado, aunque se disfrace de próximo, de lo que hoy se vende como «memoria histórica».

Hugo O’Donnell y Duque de Estrada, Duque de Tetuán, miembro De la Real Academia de la Historia.

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