¿Adiós a las plantas nucleares?

Cuando algunas áreas de Japón fueron devastadas recientemente por un terremoto y posterior tsunami, la noticia de la pérdida de vidas humanas fue eclipsada rápidamente por los temores globales a la lluvia radioactiva de la planta nuclear de Fukushima Daichi. La preocupación es comprensible: la radiación es aterradora. Crecí en Dinamarca en un tiempo en que el miedo a la energía nuclear era generalizado.

Pero nuestros últimos temores nucleares tienen implicaciones más amplias, especialmente para el suministro de energía y nuestro deseo de dejar de depender de los combustibles fósiles. Es difícil dar un paso atrás para obtener una perspectiva más amplia en el momento de un desastre natural;  tratar de hacerlo puede percibirse incluso como insensible. Pero hay algunos hechos que no debemos pasar por alto.

Durante la cobertura ininterrumpida del drama nuclear, el fantasma de Chernóbil se ha planteado en varias ocasiones. Cabe señalar que el peor desastre nuclear de la historia causó directamente sólo 31 muertes. La Organización Mundial de la Salud estima que 4.000 muertes podrían estar relacionadas con el desastre a lo largo de 70 años, mientras que la OCDE proyecta entre 9.000 y 33.000 muertes durante este período.

Se trata de una cifra importante. Pero consideremos que, según la OCDE, cada año casi un millón de personas mueren a causa de partículas finas de contaminación del aire exterior. Sin embargo, esta cifra no provoca ningún miedo perceptible en el mundo desarrollado y recibe prácticamente ninguna cobertura noticiosa.

Por supuesto, todos los países con instalaciones de energía nuclear deben revisar sus medidas de seguridad a la luz de la catástrofe japonesa, que planteó preguntas obvias acerca de los sitios escogidos para estas instalaciones. Es evidente que es necesario reconsiderar las plantas ubicadas cerca de zonas propensas a tsunamis y que algunos países cuentan con plantas de energía demasiado cercanas a fallas sísmicas y grandes ciudades.

Sin embargo, mientras que el presidente Barack Obama confirmó raudamente el compromiso de Estados Unidos con la energía nuclear, algunos gobiernos europeos tomaron la decisión instintiva de congelar de inmediato todos los nuevos proyectos de este tipo y, en el caso de Alemania, no prolongar la vida de los reactores existentes. Para Alemania, esto dejará un vacío que no puede llenar con fuentes alternativas de energía, dejándole sin otra opción que depender más de la energía del carbón.

Vemos el carbón como una fuente de energía contaminante, pero razonablemente "segura" en comparación con la energía nuclear. Sin embargo, solo en China, los accidentes de la minería del carbón provocan la muerte de más de 2.000 personas cada año, y el carbón es la principal causa del smog, la lluvia ácida, el calentamiento global y la toxicidad del aire. Como resultado de la decisión de Alemania, ahora se espera que sus emisiones anuales de carbono  aumenten hasta en un 10%, en un momento en que la Unión Europea aumenta sus emisiones  al intentar capear los efectos de la crisis financiera.

Alemania no cuenta con una alternativa de bajas emisiones de carbono si cierra sus plantas nucleares y lo mismo puede decirse de muchos otros países. Las fuentes alternativas de energía son demasiado costosas y están muy lejos de ser lo suficientemente confiables como para sustituir los combustibles fósiles

Aunque las consideraciones de seguridad son de suma importancia en este momento, la construcción de nuevas centrales nucleares se enfrenta a otro obstáculo: son muy costosas. Las nuevas plantas de energía nuclear tienen altos costes iniciales (que pueden ser políticamente difíciles), lo que incluye un proceso de planificación complicado, lento y cargado de tensiones. Una vez completado, el costo total de la energía nuclear es significativamente mayor que la fuente más barata de combustibles fósiles. Y la sociedad debe asumir costes adicionales importantes en términos de los riesgos del almacenamiento de combustible agotado y los accidentes a gran escala. Más aún, en la mayor parte del mundo donde se está expandiendo el consumo de energía, la proliferación nuclear es un problema.

Luego está el tema del mantenimiento de las plantas existentes. La clausura de los reactores nucleares puede hacernos sentir más seguros, pero debemos reconocer que esto a menudo significa compensar la pérdida de producción con más dependencia del carbón, lo que implica más emisiones que contribuyen al calentamiento global, y más muertes, tanto por la extracción de carbón como a causa de la contaminación del aire.

Más aún, dado que las plantas ya están pagadas, las instalaciones de residuos ya están en marcha, y el alto costo del desmantelamiento tendrá que ser pagado independientemente de la oportunidad, los gastos de funcionamiento reales son muy bajos: la mitad o menos por kilovatio-hora que el coste de los combustibles fósiles más baratos.

La respuesta a largo plazo es más investigación y desarrollo,  no sólo de una  energía nuclear más segura de próxima generación, sino también de fuentes de energía como la solar y la eólica, que actualmente representan menos del 1% de la energía del planeta. Es alarmante el hecho de que esta investigación ha disminuido en las últimas tres décadas.

En las protestas que exigen a los políticos dar respuesta al cambio climático, ha sonado un grito : "¡No al carbón, no al gas, no a las plantas nucleares, no a las chanzas!" La dura realidad, que el desastre japonés ha puesto muy de relieve, es que todavía no podemos darnos el lujo de prescindir del carbón, el gas y la energía nuclear. Hasta que podamos encontrar una alternativa viable, reducir la dependencia de uno de ellos significa que otro debe ocupar su lugar.

Por Bjørn Lomborg, director del Centro del Consenso de Copenhague de la Escuela de Negocios de Copenhague y autor de El ecologista escéptico y En frío. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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