Adiós a los años noventa

Una de las razones más destacadas del peligroso estancamiento del proceso político en curso entre Israel y los palestinos es la actitud del mundo sobre este conflicto de nunca acabar. El mundo se comporta como si aún viviéramos en la década de 1990, como si ambas partes tuvieran dirigentes realmente interesados en alcanzar un acuerdo y capaces de llevarlo a la práctica, aunque experimentaran dificultades a la hora de ofrecer ideas e iniciativas destinadas a salvar las distancias políticas entre ambas partes; como si el problema principal fuera unir la frontera acordada entre Israel y Palestina, la frontera que repartiría a Jerusalén entre ambos, para dar con la solución simbólica al problema de los refugiados palestinos y encontrar una solución práctica relativa a los acuerdos en materia de seguridad. Pero la cuestión estriba en que ya no vivimos en la década de 1990, sino a notable distancia de ella: estamos en la segunda década del tercer milenio.

Personal mente me resulta muy penoso expresarme en tales términos. Como persona que impulsó el proceso de Oslo, que llegó a acuerdos con Mahmud Abas (ver el documento BeilinAbu Mazen de 1995) y fue responsable de los acuerdos de Ginebra, que establecen la solución más detallada para un acuerdo de estatus permanente; como persona que cree de todo corazón que hemos de llegar a un acuerdo de estatus permanente tan pronto como sea posible, me veo obligado a admitir que en la actualidad francamente no es posible, de modo que es menester buscar otra vía a fin de evitar el peor de todos los resultados posibles.

El esfuerzo palestino para obtener el reconocimiento en las Naciones Unidas de un Estado palestino que no existe in situ es la consecuencia de la desesperación de los palestinos sobre la posibilidad de llegar a un acuerdo en el momento actual. Creo que la oposición a esta medida no es adecuada, aunque soy consciente de que era en mayor medida una maniobra de distracción que una aportación a una solución práctica. La única iniciativa con algún sentido sería una que propiciara cambios de hecho. No acabo de ver que ninguna de las declaraciones hechas por el presidente Obama sea susceptible de propiciar un cambio y lo mismo puede decirse de la última decisión tomada por el Cuarteto para Oriente Próximo del 23 de septiembre pasado.

La decisión del Cuarteto es un ejercicio intelectual que exhorta a las partes a entablar negociaciones de forma inmediata, sin condiciones previas, y a presentar sus planes relativos a las fronteras y las medidas de seguridad en el plazo de tres meses. La decisión insta a las partes a cumplir las obligaciones que asumieron cuando accedieron al plan anterior del Cuarteto, la hoja de ruta, que obliga a Israel –entre otras cosas– al cese completo de la construcción de asentamientos. Netanyahu anunció inmediatamente que aceptaba el llamamiento del Cuarteto a las partes en cuestión al tiempo que no prestaba atención a la sustancia que encerraba y Abas reiteraba su exigencia del cese de la construcción de los asentamientos como condición previa para las negociaciones. No se hagan ilusiones: no va a suceder absolutamente nada.

La simple y triste verdad es que Netanyahu por supuesto desea la paz como cualquier otra persona; sin embargo, no está dispuesto a pagar el precio de todos conocido, el que exige el actual y pragmático liderazgo palestino. Tal es su actitud ideológica y no va a cambiar, incluso si su coalición es reemplazada o si recibe tentadoras promesas de la Administración estadounidense. Abas está dispuesto a hacer un compromiso histórico según las líneas consideradas aceptables para el resto del mundo, aunque no puede llevar a Hamas o a la franja de Gaza controlada por Hamas a la mesa de negociaciones. De ello se desprende que, incluso si se firmara con él un acuerdo de estatus permanente, tal acuerdo sería de aplicación –por lo menos de momento– únicamente en Cisjordania.

Si no me equivoco y si los esfuerzos para que las partes reanuden las negociaciones sobre el acuerdo de estatus permanente carecen totalmente de posibilidad de éxito, en tal caso cabe esperar hasta que un nuevo gobierno acceda al poder en Israel, un gobierno efectivamente dispuesto a pagar el precio de la paz, hasta que Hamas se debilite y la Autoridad Nacional Palestina controle la franja de Gaza. También cabe no esperar más y, entre tanto, liderar un proceso parcial como paso en la senda del proceso completo.

Yo propondría al Cuarteto que reintrodujera su hoja de ruta, que fue aceptada por los palestinos e Israel y que se convirtió en una resolución de la ONU. En la primera etapa, las dos partes debían cumplir los objetivos por separado: los palestinos construir sus sistemas y estructuras de gobierno y seguridad, e Israel congelar los asentamientos y desmantelar los asentamientos no autorizados. En la segunda etapa, las dos partes debían llevar a cabo negociaciones sobre la creación de un Estado palestino con fronteras provisionales y, en la tercera etapa, los dos estados debían mantener negociaciones sobre el acuerdo de estatus permanente.

A mi modo de ver, la propuesta de iniciar negociaciones inmediatas sobre la creación de un Estado palestino con fronteras provisionales, incluso aunque la primera etapa de la hoja de ruta no se haya completado hasta la fecha, no es especialmente radical. Si resulta que las negociaciones directas son imposibles, debido a la exigencia de congelar los asentamientos, las negociaciones pueden desarrollarse por separado, con los representantes del Cuarteto, después de que el Cuarteto presente su visión sobre el acuerdo de estatus permanente. Deberá alcanzarse un acuerdo en el sentido de que la Autoridad Palestina amplíe el territorio que controla en un porcentaje de varias decenas y se convierta en un Estado reconocido por Israel y por el resto del mundo, y ambos estados deberán entablar negociaciones (con toda probabilidad, algo prolongadas) sobre el acuerdo de estatus permanente. La otra única posibilidad es la continuación del statu quo y de las iniciativas que podrán en todo caso resultar en lo que pueda lograrse en la ONU. Y en nuestra parte del mundo ello equivale a crear el marco del siguiente enfrentamiento.

Yossi Beilin, ex ministro de Justicia israelí, arquitecto del proceso de paz de Oslo.

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