Adiós al estado de alarma

A partir de esta noche a las 12:00, en España volverá a regir la presunción de inocencia, los ciudadanos volverán a ser mayores de edad y empresarios y trabajadores (los que no han pasado ya del ERTE al ERE) tendrán otra vez la posibilidad de llegar a final de mes sin necesidad de mendigar al SEPE.

Y todo porque el estado de alarma, aquel mecanismo insustituible durante tantos meses según el Gobierno, aquel instrumento constitucional para restringir derechos y libertades sin el que todo sería un caos, ya no da votos. Y en España todo importa, únicamente, mientras dé votos.

Ahora que cada español se había convertido en catedrático de Derecho Constitucional para aclararse con los constantes cambios de las medidas vigentes, ahora que teníamos por fin vocación de monjes benedictinos porque lo único que permitía el toque de queda a las 22:00 era orar y laborar, y ahora que los gremios estaban resurgiendo para defender cada uno lo suyo, van y nos sacan de la Edad Media y nos devuelven al siglo XXI.

No se extrañe si mañana por la calle ve a más de dos y de tres con la mirada perdida, sin saber bien dónde están. Cosas del jet lag constitucional.

Las elecciones en Madrid han marcado un nuevo rumbo a toda la política española, a derecha y a izquierda, e incluso entre los populismos, que ahí Íñigo Errejón ha estado rápido y dice ahora que “es muy importante que aquellos que aspiramos a gobernar no insultemos al pueblo al que queremos gobernar”. Como si el populismo que fundó y al que representa no fuera esencialmente un insulto a la inteligencia.

Pero en Madrid, que es rompeolas de todas las medidas arbitrarias, han entendido los políticos y sus estrategas que hacer elegir a los ciudadanos entre salud y economía es una falacia que ya no da más de sí.

En Castilla y León mañana seremos otros, aquí que hemos llegado a tener el toque de queda a las 20:00 este año. La justificación por escrito fue que esa es la hora a la que se pone el sol. Cosas de Francisco Igea, vicepresidente de todo lo que surja.

Mientras, en Cantabria tienen a Revilla, que es populismo en conserva, comiendo en el interior de un restaurante cuando él mismo se lo tiene prohibido a los demás.

El estado de alarma, visto con perspectiva, ha servido únicamente para gobernar de la forma más cómoda posible en las horas más difíciles de nuestro siglo. Así se explica que el Gobierno solicitara en el Congreso prolongar por un año entero el chollo constitucional.

La política cambió un 15 de mayo de 2011 en la Puerta del Sol y una década después puede que haya vuelto a cambiar en el mismo lugar. Desde entonces se había basado en un populismo continuo de dicotomías en las que debía de encasillarse cada españolito que llegaba a la mayoría de edad: o casta o Podemos, o ladrón o de Podemos, o el cielo por asalto o las cloacas del Estado, o sanidad o economía...

Y el éxito de Ayuso, más que por el número de votos, viene porque ha demostrado que el centro no era Ciudadanos y que la moderación no era decir que sí a un estado de alarma que estaba dejando seco a casi todo el sector privado en España.

La moderación no consistía en encerrar en casa el mayor número de horas posibles a los ciudadanos como si fueran criaturas torpes a las que hay que salvar con urgencia de ellos mismos. No. La moderación consistía en encomendarse a la libertad, que es confiar en la responsabilidad de cada cual.

Y para que casi todos los políticos hayan llegado a esta conclusión han tenido sólo que acusar primero a la presidenta madrileña de fascista, de loca y de todos esos piropos, nada machistas, que la han llevado en volandas a los 65 escaños en las urnas.

Y ahora, todos los presidentes autonómicos que antes del 4-M acusaban al Gobierno central de abandonarlos a su suerte por no querer renovar el estado de alarma mientras despreciaban a Ayuso por ser un verso suelto que convocaba elecciones en pandemia ya sólo están por copiarla hasta el chándal si hace falta.

Guillermo Garabito es periodista.

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