Adiós al Estado del bienestar

El Estado del bienestar es incompatible con casi todas las disposiciones que se adoptan para vencer la crisis, contentar a los mercados y restablecer la confianza en el futuro. De forma genérica, es incompatible con cuanto aconsejan los gurús que dicen saber qué camino hay que seguir para salvar los muebles. De forma más concreta, es incompatible con lo que sigue:

1. El sometimiento absoluto de los estados a los criterios de los mercados financieros.

2. La reducción del Estado a su más mínima y débil expresión.

3. La suplantación de la política por la contabilidad y de los políticos por tenedores de libros.

4. La reducción de las obligaciones fiscales de las rentas altas -regalos fiscales- y el mantenimiento de la presión tributaria sobre las rentas medias y bajas.

5. El mileurismo rampante que conduce inevitablemente a la proletarización de las clases medias.

6. La economía sumergida y el subempleo -puede que infraempleo- que da pie a la articulación de una sociedad paralela, opaca, desregulada y extremadamente dual.

7. La libertad con la que operan los manipuladores del mercado: especuladores, bajistas, financieros de fortuna y agencias de calificación.

8. Los adoradores del mercado que, a pesar de cuanto ha sucedido, siguen pensando que los desastres ocasionados por el mercado tienen solución paradójicamente en el propio mercado.

9. La fascinación por el modelo chino, en el cual los mecanismos de protección social no tienen cabida.

10. Los nacionalismos, con Estado o sin él, que, en caso de duda, entre atender a la nación o cuidar de los ciudadanos, optan por la nación y sacrifican a los ciudadanos.

11. El sindicalismo de bajos vuelos que cree que, blindando el pasado, se puede construir el futuro.

12. La fortuna cosechada por lo políticamente correcto, cuyo único objetivo es garantizar que nadie cambiará las reglas del juego.

13. El desprecio del valor y el significado de los bienes y los intereses colectivos.

14. El déficit demográfico derivado de tasas de natalidad irrisorias.

El ecosistema del Estado del bienestar solo es posible merced a delicados equilibrios sociales, pero cuando concurren en una sociedad -la nuestra- los factores mencionados o parte de ellos, se descompone rápidamente. Al igual que el planeta no puede soportar el crecimiento exponencial del dióxido de carbono, el Estado del bienestar no puede subsistir en una atmósfera social viciada por el reparto de la miseria, la sistemática socialización de las pérdidas y la escandalosa privatización de las ganancias. Por más que las agencias de calificación, el FMI, el BCE y toda la parentela insistan en que el buen camino es este.

Efectos prácticos y resumen de lo antedicho: si se quiere comprar un país a precio de saldo, basta con contar con la complicidad de una o varias agencias de rating. Cerrada la alianza, dar el golpe es solo cosa de tiempo y paciencia. Los países caen como fruta madura deslumbrados por la luz cegadora de los profetas del apocalipsis económico, la prima de riesgo y otras trapisondas legales. Sucede así que en menos de un suspiro se da la vuelta a la tortilla y -¡oh, días prodigiosos!- se pone en circulación la idea de que deben pagar la crisis quienes son sus víctimas y deben salir con bien cuantos la provocaron en Wall Street y otros barrios.

Siguen luego una serie de extrañas recomendaciones que, muy resumidas, caben en una frase: aquellos que quieran el Estado del bienestar, que lo paguen de su bolsillo, que quienes no lo precisan no tienen por qué sufragarlo en la parte que la decencia induce a pensar que les toca. En realidad, todo se envuelve en un lenguaje incomprensible que, cuando se vuelve comprensible, resulta sonrojante. Se trata de un lenguaje desvergonzado, destinado a justificar lo que no tiene justificación, un compendio de recomendaciones que condenan indefectiblemente a los jóvenes a vivir peor que sus padres, que exigen a la sociedad la mansa aceptación de la injusticia social como norma de obligado cumplimiento.

De momento, solo es seguro que la trabajosa construcción de la economía social de mercado, trasunto del Estado del bienestar, ha saltado por los aires. Ha dejado de existir aquel laborioso empeño que, con diferentes etiquetas políticas, asumieron la democracia cristiana y la socialdemocracia en la posguerra mundial y fue el santo y seña de la prosperidad de Occidente frente a la gris realidad de la economía planificada y el socialismo realmente existente. Se ha deshilachado todo el entramado de estabilidad emocional y cohesión social que garantizó el modelo durante la larga guerra fría, y no hay forma de zurcirlo. En realidad, el Estado del bienestar ha dejado de ser necesario como forma de humanización del capitalismo sin cortapisas, como modelo razonablemente justo frente a la sociedad desmañada, la abulia y el totalitarismo sin esperanza del bloque del Este, que dejó de existir. Descanse en paz el Estado del bienestar.

Por Albert Garrido, periodista.

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