Adiós al “nirvana” de los emergentes

Allá por los años setenta, el gran economista de la Universidad de Yale Carlos Díaz‑Alejandro solía decir que para los países en desarrollo, la combinación de precios altos para los recursos naturales, bajas tasas de interés en el mundo y abundancia de liquidez internacional sería el equivalente económico a alcanzar el nirvana. Por entonces no había un solo economista serio que creyera posible la llegada de semejante estado de gracia. Pero llegó; y a lo largo de la década pasada, los países productores de bienes transables, como Brasil, Indonesia, Rusia y Sudáfrica, se hicieron un festín con la abundancia de sus beneficios.

Pero ahora parece que el nirvana se está acabando: los precios de los recursos naturales bajaron y la mera posibilidad de que la Reserva Federal de los Estados Unidos ponga fin a su política de flexibilización cuantitativa produjo un alza de las tasas de interés en los países ricos y una fuga de capitales desde los otrora predilectos mercados emergentes a destinos más seguros en el norte. Los mercados bursátiles y los tipos de cambio se han venido abajo, no solamente en los países emergentes con abundancia de recursos naturales, sino también en otros como India y Turquía que antes habían atraído grandes flujos de capital extranjero. Los pesimistas ya predicen la repetición de la crisis asiática de fines de los noventa o, peor aún, una réplica de la crisis de los países avanzados en 2008-2009, esta vez en los mercados emergentes.

Lo que tienen en común las economías más afectadas es abultados déficits externos. La entrada de capitales en abundancia provocó una apreciación de sus monedas, lo que abarató las importaciones y dio rienda suelta a escaladas del consumo (y a veces, de la inversión) que debilitaron sus balanzas comerciales, contrarrestando el aumento de valor de sus exportaciones impulsado por el alza de precios de los commodities.

Ahora estamos entrando en la fase opuesta del ciclo, lo que obliga a una depreciación de las monedas locales para facilitar el ajuste externo. Anticipando ese cambio (y ante la perspectiva de obtener intereses más altos en mercados más cercanos), los inversores extranjeros están armando las valijas y, al hacerlo, aceleran y agudizan la depreciación cambiaria.

Esas son las malas noticias. La buena noticia (crucemos los dedos) es que una crisis financiera a fondo en los mercados emergentes es algo improbable. En alguna medida, porque el comportamiento fiscal de los países esta vez ha sido diferente, como mostramos Luis Felipe Céspedes y yo en un artículo reciente.

A diferencia de lo sucedido en otros períodos de alza de los commodities, esta vez los gobiernos de los países productores no dilapidaron (al menos no enteramente) la racha de buena fortuna; por eso, el endeudamiento del sector público y la consiguiente vulnerabilidad financiera no son tan altos como lo fueron en otras oportunidades.

Es cierto que ha habido en estos países un considerable endeudamiento del sector privado; pero (como ha señalado reiteradamente el Premio Nobel de Economía Paul Krugman) el grado de apalancamiento y el nivel de endeudamiento en dólares son menores (como porcentaje del producto interno bruto) que al principio de la crisis asiática de los noventa –o de la crisis latinoamericana de los ochenta, si viene al caso.

Por eso, en mi opinión, el gran peligro inmediato no es que el sector financiero de estos países estalle, sino que se derrumben sus tendencias de crecimiento.

Cuando se combinan precios muy altos de los commodities y abundancia de dinero barato, el crecimiento económico es casi inevitable. Durante la década más reciente, países latinoamericanos con sólidos marcos de política macroeconómica como Colombia, Perú y Chile crecieron rápidamente. Pero también creció Argentina, un país donde parece que el gobierno se levantara cada mañana preguntándose que más puede hacer para debilitar las instituciones económicas y deteriorar las perspectivas de crecimiento a largo plazo.

Ahora que se acabó el nirvana, ¿de dónde saldrá el crecimiento? Para responder a esta pregunta, es útil advertir (como hace poco hizo Ricardo Hausmann, de la Universidad de Harvard) que una parte del crecimiento reciente de las economías emergentes fue más ilusión contable que realidad. Aunque Wall Street se embelesó con la rápida valorización en dólares de los ingresos de esos países, ésta tuvo que ver más con el encarecimiento de los commodities y con la apreciación cambiaria (que elevó el valor de su producto medido en dólares) que con un aumento apreciable de los volúmenes de producción.

En los años del auge, la transformación estructural en muchas economías emergentes (especialmente de América Latina) fue limitada. Países como Irlanda, Finlandia y Singapur (como así también Corea del Sur, Malasia e Indonesia) exportan bienes muy distintos a los que exportaban que hace una generación (y los exportan a otros mercados). En cambio, la canasta de exportaciones de un país como Chile es más o menos igual que en 1980.

Exportar cobre, vino, frutas y productos forestales no tiene nada de malo. Pero la historia económica sugiere que muy pocos países (acaso ninguno) se hicieron ricos exclusivamente con la exportación de commodities. Las economías avanzadas con una alta dotación de recursos naturales, como Canadá, Noruega o Australia, exportan grandes volúmenes de commodities, claro está, pero también exportan muchos otros bienes y servicios. No es el caso de Chile, Perú o Colombia –ni siquiera de Brasil, que tiene una población mucho más grande y una base industrial más desarrollada.

Para colmo de males, las economías latinoamericanas (a diferencia de las asiáticas) no están integradas en cadenas de valor regionales e internacionales. Un productor de Indonesia, Malasia o Filipinas puede aprovechar una depreciación de la moneda local para vender más componentes electrónicos a una planta de ensamblaje en China con la que tiene desde hace mucho tiempo una relación comercial. Pero las empresas de Concepción, Arequipa o Medellín tienen que salir a buscar clientes nuevos a otros países (lo cual lleva tiempo y dinero) y puede ser que fracasen en el intento.

Los gobiernos latinoamericanos podrían haber aprovechado la ocasión que les dio el auge internacional de los commodities y de la liquidez para diversificar sus economías, colaborando con los empresariados locales para expandir la economía a otros productos y sectores. Pero no lo hicieron.

En algunos de estos países, hubo gobiernos conservadores que vieron la promoción industrial como una especie de reliquia dirigista del pasado y la evitaron. En otros (Brasil es un candidato), hubo gobiernos de izquierda que practicaron la promoción industrial de un modo tan errático que quizá terminaron debilitando lo que querían promover. Y ahora llegó el momento de pagar esos errores.

El “nirvana” se define como un estado de liberación del sufrimiento. Para los mercados emergentes ese estado se acabó; pero en algunos casos, sus ciudadanos (que todavía se creen ricos por la afluencia de dinero barato y el alto precio de las exportaciones) no tienen la menor idea del sufrimiento que tal vez les aguarda. Por el bien de la estabilidad política, sería bueno que los gobiernos les vayan diciendo.

Andrés Velasco, a former presidential candidate and finance minister of Chile, is Professor of Professional Practice in International Development at Columbia University's School of International and Public Affairs. He has taught at Harvard University and New York University, and is the author of numerous studies on international economics and development. Traducción: Esteban Flamini.

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