Adiós, mundo plano

Hace cincuenta años, la creencia popular era que los países ricos dominaban a los países pobres, y se suponía en general que los ricos seguirían volviéndose más ricos y los pobres, más pobres, por lo menos en términos relativos. Economistas como Gunnar Myrdal en Suecia, Andre Gunder Frank en Estados Unidos y François Perroux en Francia advertían sobre la creciente desigualdad entre los países, el desarrollo del subdesarrollo y la dominación económica. Al comercio y a la inversión extranjera se los miraba con sospecha.

La historia demostró que la creencia popular era errónea. El único desarrollo económico más importante de los últimos 50 años ha sido la aproximación entre los distintos niveles de ingresos de un grupo significativo de países pobres. Como explica Richard Baldwin del Geneva Graduate Institute en su esclarecedor libro La gran convergencia, los principales motores del crecimiento convergente han sido el comercio internacional y la drástica caída del costo de impulsar las ideas –lo que él llama la “segunda desagregación” (de la tecnología y la producción)-. Fue Thomas L. Friedman del New York Times quien mejor resumió la esencia de esta nueva fase. El terreno de juego, decía en 2005, se está nivelando: El mundo es plano.

Este panorama bastante igualitario de las relaciones económicas internacionales no se aplicaba solamente al conocimiento, al comercio y a los flujos de inversión. Hace veinte años, la mayoría de los académicos consideraba que los tipos de cambio flotantes eran otro elemento nivelador: cada país, grande o pequeño, podía seguir su propia modalidad monetaria, siempre que sus instituciones de políticas domésticas fueran sólidas. La asimetría característica de los sistemas de tipo de cambio fijos había desaparecido. Hasta los flujos de capital se consideraban –aunque fuera brevemente- potenciales ecualizadores. La idea del Fondo Monetario Internacional en 1997 era lograr que su liberalización fuera un objetivo para todos.

En este mundo, Estados Unidos podía ser visto simplemente como un país más avanzado y más grande. Era una exageración, sin duda. Pero los propios líderes norteamericanos muchas veces tendían a restarle importancia a la centralidad de su país y a las responsabilidades correspondientes a su tamaño.

Sin embargo, las cosas han vuelto a cambiar: desde las inversiones intangibles y las redes digitales hasta las finanzas y los tipos de cambio, hay un creciente reconocimiento de que las transformaciones en la economía global han restablecido la centralidad. El mundo que surge de ellas ya no parece plano –parece puntiagudo.

Una razón que lo explica es que en una economía cada vez más digitalizada, donde una creciente parte de los servicios son ofrecidos a un costo marginal cero, la creación de valor y la apropiación de valor se concentran en los centros de innovación y donde se hacen las inversiones intangibles. Esto deja cada vez menos espacio a las instalaciones de producción donde se fabrican los bienes tangibles.

Las redes digitales también contribuyen a la asimetría. Hace unos años, en general se suponía que Internet se convertiría en una red punto a punto global sin un centro. En verdad, ha evolucionado hasta convertirse en un sistema radial mucho más jerárquico, en gran medida por motivos técnicos: la estructura radial es, simplemente, más eficiente. Pero como señalaron los politólogos Henry Farrell y Abraham L. Newman en un documento reciente fascinante, una estructura de red ofrece una considerable ventaja para quien controle sus nodos.

La misma estructura radial se puede encontrar en muchos campos. Las finanzas tal vez sean el caso más evidente. La crisis financiera global reveló la centralidad de Wall Street: los incumplimientos de pago en un rincón lejano del mercado crediticio de Estados Unidos podían contaminar a todo el sistema bancario europeo. También resaltó la adicción de los bancos internacionales al dólar, y hasta qué punto se habían vuelto dependientes del acceso a liquidez en dólares. Las líneas de canje otorgadas por la Reserva Federal a determinados bancos centrales asociados para ayudarlos a hacer frente a la correspondiente demanda de dólares fueron una clara ilustración de la naturaleza jerárquica del sistema monetario internacional.

Esta nueva lectura de la interdependencia internacional tiene dos consecuencias importantes. La primera es que los académicos han comenzado a reevaluar la economía internacional a la luz de la creciente asimetría. Hélène Rey de la London Business School ha refutado la visión prevaleciente de que los tipos de cambio flotantes ofrecían un aislamiento de las consecuencias del ciclo monetario de Estados Unidos. Rey dice que los países pueden protegerse de los flujos desestabilizadores de ingreso y egreso de capital con sólo monitorear el crédito muy de cerca o recurriendo a controles de capital.

En una línea similar, Gita Gopinath, hoy economista jefe del FMI, ha destacado lo extremadamente dependientes que eran la mayoría de los países del tipo de cambio del dólar estadounidense. Mientras que el enfoque tradicional diría que, por ejemplo, el tipo de cambio won-real es un determinante importante del comercio entre Corea del Sur y Brasil, la realidad es que como este comercio se factura principalmente en dólares, el tipo de cambio del dólar de las monedas de ambos países importa más que su tipo de cambio bilateral. Una vez más, este resultado destaca la centralidad de la política monetaria de Estados Unidos para todos los países, grandes y pequeños.

En este contexto, la distribución de los beneficios de la apertura y la participación en la economía global es cada vez más desigual. Son cada vez más países los que se preguntan en qué se benefician de un juego que resulta en desenlaces distributivos desparejos y en una pérdida de autonomía macroeconómica y financiera. Es verdad, el proteccionismo sigue siendo una locura peligrosa. Pero una defensa de la apertura es cada vez más difícil de sostener.

La segunda consecuencia importante de un mundo que ha dejado de ser plano es geopolítica: un sistema económico global más asimétrico mina el multilateralismo y conduce a una batalla por el control de los nodos de las redes internacionales. Farrell y Newman elocuentemente hablan de una “interdependencia armificada”: la mutación de estructuras económicas eficientes en estructuras que aumentan el poder.

El uso despiadado por parte del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de la centralidad del sistema financiero de su país y del dólar para obligar a los socios comerciales a respetar sus sanciones unilaterales a Irán ha forzado al mundo a reconocer el precio político de la interdependencia económica asimétrica. En respuesta, China (y quizás Europa) pelearán por establecer sus propias redes y garantizar el control de sus nodos. Una vez más, el multilateralismo podría ser la víctima de esta batalla.

Está surgiendo un nuevo mundo, en el cual será mucho más difícil separar la economía de la geopolítica. No es el mundo según Myrdal, Frank y Perroux, y tampoco es el mundo plano de Friedman. Es el mundo según Juego de tronos.

Jean Pisani-Ferry, a professor at the Hertie School of Governance (Berlin) and Sciences Po (Paris), holds the Tommaso Padoa-Schioppa chair at the European University Institute and is a senior fellow at Bruegel, a Brussels-based think tank.

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