Adiós, PSOE, triste de ti

Adiós, PSOE, triste de ti

Pedro Sánchez será el enterrador del PSOE. Las encuestas, y los pálpitos que todo analista político tiene, auguran otra caída electoral de los socialistas el 26-J. Toda aquella estrategia de Zapatero para apartar de la vida política al PP, con el Pacto del Tinell y la resurrección del discurso de la Nueva Izquierda, solo ha conseguido a la larga el despiece del PSOE y la desafección de su votante tradicional. Los socialistas son ahora un puzle que no resistirá una legislatura más.

Todos los escenarios que se le pueden plantear a Pedro Sánchez son negativos. Lo primero es descartar que gane las elecciones o que sea el partido más votado. El PSOE ha reunido todo lo que se penaliza en las urnas: liderazgo débil y discutido interiormente, división ideológica y territorial, y proyecto indefinido y cobardón, lo que es totalmente inapropiado para una circunstancia política donde la clave es la continuidad o no del régimen del 78. A esto sumamos que los socialistas no crean ilusión -ya, como el PP-, pero han dejado de ser la marca original y fuerte de la alternativa de izquierdas.

La táctica de Sánchez de dar el gobierno municipal y autonómico a Podemos para crear un “mapa rojo” de España ha pasado el papel de “partido del cambio” a esa fuerza emergente y se la ha quitado al PSOE. Es de 1º de Ciencias Políticas. Así, y tras el fiasco de la sesión de investidura, los socialistas perderán las elecciones del 26-J y conseguirán un resultado peor todavía. El fantasma del PASOK se pasea por Ferraz.

En esta situación solo pueden pasar dos cosas. La primera es que apoye al PP, pero si pacta ahora con los populares de Mariano Rajoy el daño al PSOE será múltiple e irreversible. Podría haberlo hecho antes, tras el 20-D, en un tripartido con Ciudadanos, y Sánchez hubiera quedado como un hombre de Estado -si es que esa figura existe-, y habría fortalecido la relación entre el Comité Ejecutivo y la Comisión Federal -las baronías que bufan-. También habría evitado la radicalización del votante de izquierdas, convenientemente caldeado por Podemos, sus aledaños y ciertos medios, que centran su objetivo en que Rajoy esté fuera de La Moncloa a cualquier precio. Este tiempo de fracaso ha servido para la podemización de las bases socialistas y de las izquierdas en general.

Si tras el 26-J Sánchez apoya al PP, el socialista será un partido muerto: se desgajarán los valencianos y otros, como ya han hecho los catalanes, que querrán buscarse la vida por su cuenta. Y para la historia de la izquierda Sánchez será el que mantuvo a Rajoy, que es como si Pablo Iglesias (el fundador del PSOE) hubiera apoyado a Antonio Maura tras la campaña del “¡Maura, no!”.

El segundo escenario es que el socialista tenga que apoyar para formar gobierno a Unidos Podemos, que es muy probable que cumpla el sueño de Anguita: el sorpasso (adelantamiento). En dos años los socialistas han asumido de Podemos el lenguaje, la interpretación histórica y del presente, y las soluciones. La hegemonía cultural de las izquierdas ya no la tiene el PSOE, sino los chicos de Iglesias. Empezaron conquistando las mentalidades, luego ganaron sus bases -lo que Lenin llamaba “bolchevización”-, siguieron con el triunfo del “frente único” gracias a Garzón, y a un paso de la resurrección del Frente Popular. La iniciativa, las ideas y la agenda son de Podemos. El PSOE no pinta nada.

Si quedan como tercera fuerza, que a eso apuntan las encuestas, tendrán suerte de conseguir algún ministerio; y si lo logran, al poco tiempo, como ya ha ocurrido en la Historia en otros momentos autoritarios, el partido socialista se diluirá dentro del populista. Los cargos medios, los barones y los militantes se pasarán a la “izquierda auténtica”, a la “casa común” de Unidos Podemos. A estas alturas deberían saber que no hay epitafio para los partidos.

Quizá la única opción que le hubiera quedado al PSOE era presentarse con Ciudadanos en esta “segunda vuelta electoral”, con la bandera de su programa de gobierno. Y es que este sistema D’Hondt penaliza los personalismos y las divisiones electorales, y presentarse por separado por no negociar las listas lo pagarán los dos en las urnas.

Las razones no están solo en la mala gestión de la candidatura socialista, sino que viene de lejos. El PSOE nunca ha sido un partido que haya seguido el ritmo de sus homólogos europeos. No tuvo antes de 1945 una tendencia socialdemócrata. Julián Besteiro y Fernando de los Ríos, considerados “moderados” e “intelectuales”, no solo no crearon un corpus democrático unido al socialismo, como sí ocurrió en el resto de Europa, sino que transigieron con el marxismo ortodoxo, colindante con el leninismo, y repitieron consignas y conductas. Y por eso quedó alineado con los comunistas en los años treinta.

El PSOE que resurgió en 1974 no era socialdemócrata, sino que recogió toda la parafernalia ideológica de la Nueva Izquierda de los sesenta: anticapitalismo, antimilitarismo, ecologismo, feminismo, y tercermundismo, con su socialismo autogestionario y el derecho de autodeterminación de los pueblos para crear una “Sociedad Nueva”. Si bien rectificó entre 1977 y 1979, no se desprendió de ese sesentayochismo ni siquiera cuando se cayó el comunismo soviético. Mientras Blair hablaba de Nuevo Laborismo, aquí Zapatero añadía lo peor de la izquierda cañí: el guerracivilismo y el anticlericalismo, envueltos, además, en un mal entendido republicanismo cívico.

Quizá sea hora de que España tenga una socialdemocracia europeizada, y de que el PSOE deje paso a una opción de centro-izquierda, homologable a la del resto del continente, que salvaguarde la democracia de aventureros y adanistas. Y ese papel debía haberlo representado Ciudadanos. No sé si queda tiempo.

Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid.

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