Adolfo Suárez y Cataluña

La muerte del expresidente Adolfo Suárez ha provocado el agradecimiento y el sincero homenaje del pueblo español que se ha expresado en todo tipo de manifestaciones ciudadanas e institucionales. Como amigo de Suárez desde 1973 y compañero de partido desde 1977, seguí con emoción sus horas finales. A raíz de su fallecimiento se han publicado numerosos artículos de políticos y periodistas acerca de su figura y su papel en la historia de España. Entre el amplísimo apoyo a su gestión y a su persona he encontrado no obstante juicios y afirmaciones referidas a la relación de Adolfo Suárez con Cataluña que deforman la realidad histórica y obligan a precisar conceptos sobre el restablecimiento de la Generalitat.

Mis reflexiones se basan en la experiencia como primer Gobernador Civil de Barcelona durante la Transición y como negociador, en representación del presidente Suárez, del Acuerdo sobre el restablecimiento de la Generalitat y el retorno de Josep Tarradellas, todo lo cual está reflejado en mi libro «De Franco a la Generalitat» (Ed. Planeta, 1988).

Se ha dicho que el Acuerdo de Perpiñán fue el único momento de la Transición en el que se aceptó la legalidad republicana anterior al alzamiento militar del 18 de julio, y que mediante aquella decisión, Adolfo Suárez y las Cortes recién electas aceptaron que la autonomía de Cataluña era «un derecho previo a la Constitución del 78», que por aquel entonces estaba en sus primeras fases de redacción.

Esto no es cierto. En ningún momento se aceptó por las partes de la negociación tomar como punto de partida la legalidad republicana, ni asumir, aunque fuera modificado, el texto del Estatuto de Cataluña aprobado en la República. El preámbulo del Decreto Ley del 29 de septiembre de 1977, que restablecía la Generalitat, hace estas rotundas afirmaciones: «La Generalitat de Cataluña es una institución secular en la que el pueblo catalán ha visto el símbolo y el reconocimiento de su personalidad histórica, dentro de la unidad de España». «Hasta que no se promulgue la Constitución no será posible el establecimiento estatutario de las autonomías, pero nuestro ordenamiento permite realizar transferencias de actividades…». «Por ello, el restablecimiento de la Generalitat a que se refiere el presente real decreto ley no prejuzga ni condiciona el contenido de la futura Constitución en materia de autonomías. Tampoco significa la presente regulación un privilegio, ni se impide que fórmulas parecidas puedan establecerse en supuestos análogos en otras regiones de España».

Como es conocido, este texto fue unánimemente aprobado por los representantes de todos los partidos políticos catalanes en el Acuerdo de Perpiñán y por la primeras Cortes Generales democráticas.

A lo largo de los meses del proceso de negociación para el restablecimiento de la Generalitat de Cataluña tuve ocasión de reunirme en varias ocasiones con el presidente Suárez. En estas conversaciones Suárez mostró inequívocamente su reconocimiento de la personalidad y de la identidad histórica de Cataluña, así como su voluntad de llegar a un acuerdo que permitiera reflejar esta identidad dentro de la futura Constitución y dentro de la integridad de España.

El 23 de octubre de 1977, durante la toma de posesión de Tarradellas como presidente de la Generalitat de Cataluña, Adolfo Suárez cerró el acto con un discurso cuyas primeras palabras fueron: «El Gobierno se plantea como tema principal el hecho catalán, el hecho de un pueblo con personalidad propia y perfectamente definida, el hecho de una comunidad resultante de un proceso histórico que le confirió carácter y naturaleza propia dentro de la armonía de la unidad de España. Hay que decir que, por primera vez desde hace siglos, el hecho catalán se aborda desde el Gobierno de la Monarquía y desde Cataluña, sin pasiones, sin enfrentamientos, sin violencias, sin plantear a priori hechos consumados ni acciones de fuerza». Y continuó el presidente del Gobierno: «Si el respeto es esencia de la democracia, los negociadores de la Generalitat hicieron gala permanente de él. Si la democracia implica comprensión, la comprensión ha sido el gran factor permanente de tres meses de diálogo. Si la democracia supone serenidad y voluntad de pacto, estas han sido las constantes de un proceso que hoy cierra uno de sus grandes capítulos con esta toma de posesión. He de decir que una autonomía que nace en estas circunstancias no puede fracasar».

Muchos autores han afirmado que el pacto para el restablecimiento de la Generalitat estabilizó Cataluña y ayudó a que la Transición se desarrollara con normalidad. Esto es totalmente cierto, pero no lo es, como algunos insisten en repetir, que las partes hubieran de saltar barreras que parecían infranqueables. Hubo que superar prejuicios ideológicos, emocionales e históricos, sin embargo nunca se franqueó la barrera de la legalidad. Siempre se mantuvo el principio esencial de la Transición: «De la ley a la ley».

En una de las últimas sesiones de nuestras negociaciones en el Hotel Crillon de París, entregué a Tarradellas la propuesta definitiva de anteproyecto de DecretoLey sobre el restablecimiento de la Generalitat. El veterano político catalán realizó una lectura lenta y profunda del decreto ley. Yo seguía con la máxima atención, por encima de mi papel, sus gestos y reacciones. Su primera actitud tenía una importancia incalculable para el éxito o fracaso de la negociación. Al acabar su lectura, Tarradellas me miró fijamente y dijo: «Estos textos suponen un paso muy importante para Cataluña y para España. Dé usted las gracias en mi nombre al presidente Suárez y a Su Majestad el Rey».

Salvador Sánchez-Terán, ministro de la Transición.

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